Recordaba vagamente
haber oído hablar de Juan José Saer, pero de no ser porque David Pérez Vega lo
incluyó en su lista de mejores lecturas del año no me habría decidido a leerlo. Cicatrices está dividido en cuatro partes, con el nexo común o
excusa narrativa de un crimen que aparece de fondo en todas ellas. Me
sorprendió la fuerza y la personalidad de la voz de Saer al empezar el libro.
Luego mi entusiasmo decayó. De lo más interesante, el retrato del ludópata que narra la segunda parte. Con esta temática, no es casualidad que se mencione El jugador de Dostoievski.
Aunque no recuerdo muy bien el libro del ruso, aquí el enfoque es distinto y
puede que hasta más interesante.
El peor libro que he leído este enero ha sido El mes más cruel de Pilar Adón, un
título con ecos de Eliot (ya se sabe: “abril es el mes más cruel”) que me hace descartar
por ahora a esta autora con cuya sensibilidad parece que no conecto. No sé si achacar su tendencia al adjetivo antepuesto a que traduzca libros del inglés. Quizá sería simplista. Cuestión
de gustos, imagino. Me llama la atención, eso sí, la imagen de la portada obra de Dino
Valls.
Entre lo mejor del mes, y supongo que también del año, el Dietario voluble (2010) de Enrique Vila-Matas. Siempre
es un placer empaparse de la visión de las cosas del barcelonés, y como viene
siendo habitual uno cierra su libro con ganas de leer otros autores de los que Vila-Matas habla en su ir y venir de citas y referencias. Un disfrute fue también la
lectura de El libro de arena de Borges, si bien no lo encontré tan
increíblemente bueno como Ficciones o
El Aleph. Memorable, entre otros, el relato que da título al libro.
Entre las lecturas estimulantes hay que mencionar también Kallocaína (1940) de la sueca Karin Boye, una distopía con similitudes con las de Orwell y Huxley (se refiere a una frontera que recuerda a los salvajes de Un mundo feliz) -pero anterior a ellas-, en la que un científico descubre una sustancia "que inducirá a cualquier persona a desvelar sus secretos, todo aquello que se haya esforzado en ocultar". "Ni siquiera nuestros pensamientos más íntimos seguirán siendo sólo nuestros en adelante". No conocía este libro publicado en España por Gallo Nero, así que he de agradecerle a Véronique que me lo prestase.
También me estrené por fin con Thoreau, cuyo Walden aún no he leído. Caminar (1861) es un breve ensayo de unas sesenta páginas en el que Thoreau incide, entre otras cosas, en la reivindicación de lo natural, lo salvaje. Se refiere en algún momento al campo literario en estos términos: "En literatura, sólo lo salvaje nos atrae. El aburrimiento no es sino otro nombre de la domesticación".