Hay novelas, lo decía Auster, reales como una mesa. Y otras, en cambio, en las que se hace más presente al lector su condición de artefacto ficticio, de literatura. Creo que El guitarrista (2002) de Luis Landero es de estas últimas. No pretendo con ello denigrarla, más bien caracterizarla por cierto aire como de cuento que me parece atisbar en lo que, por otra parte, me resulta una novela interesante, con sucesivas dosis de profundidad, enfoques singulares, escrita con corrección, dominio de las técnicas y riqueza en el lenguaje. Ganar, como hizo la primera novela de Landero, Juegos de la edad tardía, el Nacional de Literatura y el Premio de la Crítica, no me parece nada despreciable. Pero, más allá de premios, el autor demuestra talento y oficio en sus textos, que al fin y al cabo -los textos, quiero decir- son los que cuentan.
Se quejaba no recuerdo quién de que, en las reseñas de libros, cada vez se habla más del qué y menos del cómo. Atendiendo a esa sugerencia, empezaremos hablando un poco del estilo del autor. La prosa de Landero resulta fluida, sencilla aunque por momentos rica en hallazgos, y hace gala de una notable habilidad para narrar aun cosas aparentemente triviales, como un partidillo de fútbol o los andares de cierto profesor ("quizá el mayor narrador nato de los últimos años", dijo de Landero Rafael Conte). Se percibe cierta creatividad en las comparaciones ("como en un abismo acogedor" -oxímoron mediante en este caso-) y, en la primera parte de la novela, al menos, una tendencia acusada al polisíndeton con la conjunción "y" que contribuye al tono nostálgico, de historia recordada y narrada treinta y cinco años después de que ocurriera, como es el caso. También encontramos fragmentos imbuidos de aliento poético. La narración en primera persona habilita la posibilidad de un sorprendente final abierto, deliberadamente ambiguo, con el que el autor nos deja ante diferentes versiones por las que podemos optar sin la certeza de habernos decantado por la adecuada, pues esta indeterminación parece a todas luces buscada (para más inri, hay -no me refiero al protagonista- un narrador poco fiable de por medio, posiblemente enfermo mental).
Pero antes de que la entrada desemboque en una enumeración de figuras retóricas de apéndice de libro de lengua de bachillerato, pasaremos a repasar algunos temas recurrentes en la novela. El amor y el arte (el flamenco, la vida del artista y las giras, la literatura y el oficio de escritor) están bastante presentes. Se habla de la posibilidad de conciliar esos dos ideales, el arte y el amor. También del arte como alternativa vital a una existencia gris, como elemento que da sentido a una vida, que nos hace encontrar nuestra identidad. Encontramos además, en varios momentos, la dicotomía memoria/olvido. "Nadie merece ser olvidado", dice un personaje, y se habla de una Enciclopedia del Género Humano que aboga por la memoria de las vidas humildes.
Demasiado abarcadora está quedando, me temo, esta tentativa de análisis. Hablemos, por fin, de la línea argumental y los personajes. La historia está ambientada en la España franquista, puede que en los años cincuenta o sesenta (no se dan datos cronológicos exactos). El narrador y protagonista es Emilio, un joven que vive con su madre y trabaja en un taller mecánico mientras por las tardes-noches estudia en una academia para sacarse el bachillerato. Cuando empieza a temer que la vida ya lo está atrapando en sus redes grises, aparece su primo, que viene de París y le habla de su ilusionante comienzo en el mundo del flamenco como guitarrista. Pronto empieza Emilio también a tocar la guitarra, y su jefe llegará a pensar en él para darle clases a su mujer, Adriana. Comienza así la trama principal del libro, en la que se ha señalado el poso cervantino (en concreto, el diálogo con el relato corto de El curioso impertinente, incluido en El Quijote y al que se alude en la propia novela). El sesgo autobiográfico del libro queda patente desde la primera frase. Landero fue guitarrista en su juventud, y por lo visto llegó a actuar en alguna gira internacional (la que emprenden los artistas de la novela recuerda, por cierto, a El viaje a ninguna parte, la película de Fernán Gómez), y también trabajó como mecánico durante un tiempo.
Terminaré comentando, para alargar aún más esta entrada y a riesgo de pecar de quisquilloso, algún desliz estilístico puntual que me ha parecido encontrar en las más de trescientas páginas del libro. En la página 169 de mi edición hay una concordancia dudosa: "en el aire de las casas donde duermen o se afanan a deshora gente desconocida". Mucho antes, se crea una ambigüedad innecesaria al decir: "dictando apuntes como si tal cosa de los presocráticos". Acercando "como si tal cosa" al verbo que modifica (dictando), se evitaría ese pequeño chirrido, del tipo de la frase "al chocar la bicicleta en la que iban con una farola". Si no se acerca "con una farola" a "chocar", nos parece, se abre la posibilidad -risible- de que los protagonistas de la frase montasen en la bicicleta portando una farola, cuando se dieron, seguramente, una hostia bastante seria.
Y eso, que el libro lo recomiendo. En el club de lectura de la biblioteca parece que ha gustado bastante. Lectura amena, interesante, profunda en ocasiones y, lo más importante para mucha gente, engancha (por lo menos en su parte final).
Valoración: 4/5.
Caricatura de Luis Landero