Bernhard no es un escritor anticiclónico. Ni siquiera un escritor borrascoso. Lo del austríaco es más bien huracán furibundo. Parece que el ser una persona enfermiza casi toda su vida condicionó inequívocamente su carácter y su obra. En Maestros Antiguos (1985), el francotirador austríaco centra sus acometidas, aunque no de forma exclusiva, en el mundo del arte. A través de Reger, octogenario que lleva más de treinta años visitando un día sí y otro no el Kunsthistorisches Museum vienés, musicólogo y viudo para más señas, se sitúa, por ejemplo, contra la charlatanería y el diletantismo en el arte, en la filosofía, en la poesía. Tiene palabras contundentes para Mahler, para Heidegger, para Adalbert Stifter. Nos avisa de que si atendemos las obras de los maestros con verdadera intensidad, con una intensidad pulverizadora, como la que muestra él, se diría, a la hora de escribir, al final se revelan netamente defectuosas y en los momentos críticos de la vida nos dejan solos, ante el inconsolable Vacío. La contundencia, eso sí, la repetición obsesiva de palabras como "siempre", "nunca", "todo", "nada", "totalmente", "aborrecer", "repulsivo", esa atracción por los extremos, tal vez pueda achacarse que va en detrimento del matiz (como curiosidad, la primera palabra del libro es "no", y la última "espantosa"), pero una vez más Bernhard, ese no proclamado Duque del Hastío, se le antoja a uno autor al que habrá que seguir leyendo.
Más libros de Bernhard comentados en el blog:
El hombre de la barba blanca, de Tintoretto (Kunsthistorisches Museum, Viena)