("Tal vez sí, nuestro vivir, como el de don Alonso Quijano, el Bueno, es un combate inacabable, sin premio, por ideales que no veremos realizados...")
No hace mucho que atravesamos los fastos con motivo del cuarto centenario de la publicación del Quijote cervantino. En 2015, durante la efeméride de la segunda parte, vio la luz la "traducción", por parte de Andrés Trapiello, del texto cervantino al castellano actual. La ruta de don Quijote, el libro de Azorín que acaba uno de leer, data de 1905, cuando se celebraba el tercer centenario de la publicación de la primera parte de esa madre de la novela moderna que es El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Ese mismo año, por cierto, Unamuno publicaría Vida de don Quijote y Sancho.
Por encargo de El Imparcial, Azorín emprendió una breve ruta literaria por los lugares en los que el famoso hidalgo vivió sus aventuras. Este periplo no es exhaustivo, y no se habla -por ejemplo- de emplazamientos aragoneses y catalanes que Alonso Quijano visitó, pero Azorín relata su paso por Argamasilla de Alba, El Toboso, Ruidera, entre otras localizaciones. Se trata de una España rural, castiza, a la que el autor acompaña con una prosa de sabor local, con presencia de palabras vernáculas, a veces arcaicas y en desuso, muchas veces hermosas. El estilo, salvando las distancias, me hace pensar en autores posteriores como Josep Pla o Trapiello. A Vargas Llosa, es sabido, este libro le maravilló, y le dedicó fervorosas palabras en su discurso de ingreso en la RAE.
Además de los lugares, Azorín detiene su mirada en las gentes con las que se cruza, y esboza más de una semblanza personal. Y, como no podía ser menos, en el paisaje castellano-manchego, que describe con las habituales trimembraciones. A ratos puede gustarme más o menos, pero me despierta una gran ternura la escritura de Azorín, esa sintaxis sencilla, su prosa lírica, su actitud minuciosa, atenta a los detalles, el léxico tan rico. En algún momento, eso sí, puede cansar la costumbre de adjudicar dos o tres adjetivos a cada sustantivo. Pero es dulce dejarse llevar por su cadencia.
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Vídeo: Imprescindibles: "Azorín. La imagen y la palabra".