Charles Baudelaire
Los
artistas y la ley a menudo se han llevado como el ratón y el gato.
Ya Platón dejaba a los poetas fuera de la república. En el siglo
XIX Baudelaire fue procesado por Las
flores del mal,
Flaubert por Madame
Bovary,
y
a
Oscar
Wilde lo encarcelaron por inmoralidad. Hace unas semanas, en España,
fue un rapero el condenado a tres años y medio de prisión por una
de sus canciones. Tema peliagudo, el de la libertad de expresión
cuando colisiona con derechos individuales como el del honor (uno confiesa que a veces, cuando oye hablar del derecho al honor, por
otra parte recogido en nuestra Constitución, le vienen a la memoria
los duelos de hace unos siglos, la capa y la espada, Calderón de la
Barca, las manchas en la honra que se lavan con sangre). Desde luego,
no todo vale, y no es de recibo soltar una barbaridad detrás de otra
a lo largo de dos o tres minutos de canción, pero se antoja excesivo
privar de libertad por eso a una persona, y más aún durante varios
años.
Por otra parte, en esta sociedad
censurar algo casi vale por una catapulta a la fama, y retirar un
libro del mercado aviva, per
se, el deseo de muchos
por leerlo. Algo tendrá el agua cuando la prohíben, parece que
pensamos. En ese caso, se observa una degeneración en el hecho de
que hoy se condene a troveros de segunda fila y en otros tiempos a
tipos de la talla de Oscar Wilde o Baudelaire. Se diría, no sé, que
la justicia decimonónica nos recomendaba a autores más valiosos.
A
título anecdótico, esta tensión -no siempre resuelta- entre
creadores y agentes de la ley y el orden se evidencia en el que
probablemente sea el número musical más legendario de la historia
del cine, el de Gene Kelly cantando y bailando bajo la lluvia en la
película de Stanley Donen. Un momento mágico que zanja -recordemos-
la presencia represora de un policía.