Esta es una película controvertida. Ante ella caben, por lo menos, tres posicinamientos. Hay quienes la consideran una obra maestra. Para otros es un timo, una película para “gafapastas”, perfecta, sí, pero para quedarse dormido. También están, por último, los que se sitúan en un término medio. A ellos me uno.
La línea argumental es sencilla: tras salir del coche, dos jóvenes se salen de un camino que recorrían y quedan de buenas a primeras perdidos en medio del desierto. Poco más hay que contar. A partir de ahí, la película está construida a base de largos silencios (atenuados por la música de Arvo Pärt) y planos largos, -muy largos- que confieren una gran lentitud al conjunto, una atmósfera hipnótica propicia para la reflexión. El problema es que, a mi modo de ver, tampoco hay mucho sobre que reflexionar. Si Gus van Sant quería hacer una película a lo Tarkovsky no está del todo a la altura, en mi opinión. Quizá el quid de la cuestión esté en cómo transmitir la sensación de vacío sin hacer una película vacía. Supongo que se trataba de generar en el espectador esa sensación de vacío, de hallarse perdido, a lo que ayudan los espectaculares paisajes desolados. De todos modos, no es fácil mantener el interés, y si Gerry en muchos momentos consigue sus objetivos, en otros se instala en el tedio más anodino. Se hace repetitiva. Pero, con todo, constituye un intento de hacer algo distinto al cine más convencional.