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18 abril 2011

La aurora


La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.
La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.
La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible.
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.
Los primeros que salen comprenden con sus huesos
que no habrá paraíso ni amores deshojados:
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.
La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.

Federico García Lorca, Poeta en Nueva York.


Propuesta de comentario

"La aurora" es uno de los poemas más emblemáticos de Poeta en Nueva York, un libro en el que Lorca recibe la influencia del surrealismo. El autor se desplaza a Nueva York en 1929 (el año de la gran crisis, del crack de Wall Street, de los suicidios). Procedente de una pequeña ciudad, como era Granada por entonces, Lorca se siente admirado por las edificaciones de la gran urbe (Harlem le impresionó, en especial el jazz), pero al mismo tiempo va a criticar el materialismo, el sistema económico capitalista, la esclavitud del hombre en esa ciudad, la explotación, el racismo. En Los dueños del vacío, Luis García Montero escribe que Poeta en Nueva York “envenena por dentro todos los símbolos de la esperanza”. Es lo que observamos en este poema, una descripción del amanecer neoyorquino que no se presenta como algo hermoso: ese crepúsculo matutino ya está infectado en su centro. En el poema el autor expresa mediante esa descripción su horror ante la crueldad y asfixia de un modo de vida que anula al ser humano, expresa el desconcierto existencial, el desarraigo de los habitantes de la ciudad cuando comienza el día. No hay división en estrofas, pero se pueden diferenciar distintas partes. Los versos 1-8 son como dos estrofas encabezadas por “la aurora” que describen ese amanecer. En el verso 9 se introduce ya a los habitantes de la ciudad, que protagonizan el resto de versos, excepto el 17-18. Escribe García Montero que “la vertiginosa corriente de imágenes nos provoca un sentimiento negativo desolado”. El poema nos contagia un sentimiento: si analizamos el léxico (cieno, huracán, negras, podridas, gime, angustia, nadie, furiosos, taladran, devoran, abandonados…) y las partículas (sin, des, ni, in), que suelen negar conceptos de connotaciones positivas, observamos que todo va en una misma dirección. Los símbolos de la esperanza aparecen destruidos. Esas columnas de cieno aluden a la arquitectura de la ciudad, a sus rascacielos. Las palomas (símbolo de la paz, el Espíritu Santo en la religión cristiana) forman aquí un huracán destructor y son de color negro, quizá por el humo. El agua, elemento purificador, está podrida, estancada. Aquí no es símbolo de la vida sino todo lo contrario. A continuación se personifica a la aurora, que “gime” buscando “nardos”, un elemento natural. Esa búsqueda se sospecha infructuosa en una ciudad que vive de espaldas a lo natural. Cuando leemos “nadie la recibe en su boca”, puede que se esté aludiendo, aunque hay distintas interpretaciones, a la hostia consagrada, que tiene la misma forma circular de ese sol que sale. Y, como nadie la recibe, allí no hay esperanza, no hay paraíso, se trata de un auténtico un infierno. Los niños, que representan la esperanza en el futuro, tienen el corazón taladrado, son devorados por el mercantilismo, por esas monedas que parecen abejas metálicas. Más adelante se habla del “cieno de números y leyes”. En relación con esto, en otro poema del libro leemos que “debajo de las multiplicaciones / hay una gota de sangre de pato” (de nuevo la lucha entre lo natural y lo artificial, la civilización que aniquila la naturaleza). El autor retrata un mundo en el que el trabajo no permite recoger los frutos. La luz, otro símbolo positivo, (el triunfo de la Razón en el XVIII, el siglo de las luces) aparece aquí sepultada, y la ciencia ha perdido sus raíces. “No se niega la ciencia, sino la que carece de raíces” (García-Posada). La ciencia ha perdido su enlace con la naturaleza y ha destruido la armonía natural del hombre con el mundo. Se señala a un culpable de esta degradación: el dinero, el mercantilismo desaforado. Y finalmente está esa imagen demoledora de la gente caminando insomne (una ciudad sin sueño y sin sueños), alienada, “como recién salidos de un naufragio de sangre”. Se trata como hemos visto de un poema muy visual, una denuncia del lado oscuro del capitalismo y el mundo industrial, del progreso científico que olvida el progreso humano.

2 comentarios:

  1. Me encanta Lorca y su Poeta en NY, además la foto que has elegido para ilustrarlo le va perfectamente. Un abrazo

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  2. A mí este libro es de lo que más me gusta de Lorca, aunque a veces no todo lo entienda, y este poema es de los que más. Puede que le dedique otra entrada al libro, aunque no sé cuándo.

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