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17 noviembre 2017

Un canario longevo



Tenemos un canario longevo. Ha cumplido, o está a punto de cumplir, diecisiete años. Su trino no es amarillo, porque ya no trina. Como mucho, pía un poco si uno se acerca a la jaula. Con el plumaje medio descolorido y las patas arrugadas, le ocurre lo que al de la portada de aquella edición de los cuentos de Cheever: tan hecho está a la jaula que no la abandona ni aunque se le abra la puerta, ya se le ofrezca la libertad de por vida. Durante horas la ha encontrado expedita, en el balcón incluso, y no ha tenido el arrojo de escaparse. A veces lo hemos forzado a pasar un rato fuera, y se ha quedado quieto, desorientado, sobre el sofá, abriendo mucho el pico como si anduviese medio infartado, o ha empezado a revolotear histérico, desnortado, hasta que hemos concluido que lo mejor para el animal no podía ser sino devolverlo a su feudo. Es un canario hiperactivo, bromea mi hermana, con palpable ironía. Algo arisco, no deja de picarle en los dedos a mi madre cuando lo coge para recortarle las uñas, que de no usarlas se le alargan y arquean como medias lunas. Cualquier día, decimos, amanecerá tieso en mitad de la jaula, con las patas para arriba. Pero pasan los años y ahí sigue, apacible e innominado, habiendo sobrevivido, por olvido nuestro, a alguna noche de frío en la azotea. A ratos mueve mucho el cuello cuando nos acercamos, y sospechamos que ha perdido la visión, en un ojo al menos. Pero luego se le pasa, y metiendo una mano en la jaula atestiguamos que nos sigue viendo. Además del alpiste, le gusta picotear pan, manzana, pepino, lechuga, moldes con restos de magdalena. También prueba mi madre a introducir en el menú, de cuando en cuando, otros alimentos frescos, no siempre con éxito. Dispone además, el canario, de un cuenco con agua, ya sea para refrescarse en las tardes de verano o para aseo personal, y es raro el día en que no lo usa, aun en los fríos de invierno. Parece, en definitiva, bien atendido. “Al canario lo quieres más que a mí”, le reprocha a veces mi padre, en el tono de broma con que se lanzan algunas verdades.

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