Es curioso cómo algunos directores acostumbran a emplear actores no profesionales en sus películas y consiguen resultados asombrosos. Es el caso de Carlos Reygadas, el caso de la exitosa Campeones, de Javier Fesser, y también el de Carlos Sorín, cuya filmografía tenía abandonada desde que hace muchos años vi la simpática Historias mínimas. Estos días, y merced a mi suscripción de Filmin, me estoy poniendo al día con el director argentino. He visto Días de pesca en Patagonia, que recuerda al mundo de los relatos de Raymond Carver; El gato desaparece, un thriller psicológico con toques de humor negro, y sobre todo Bombón, el perro -drama realista que me gustó mucho- y El camino de san Diego. Las dos últimas resultan películas muy entrañables, humildes, humanísimas.
En El camino de san Diego (2006) encontramos a un joven trabajador argentino que admira por encima de todo a Maradona (tanto es así que cuando su mujer da a luz, decide llamar a la niña Diega, en honor a su ídolo). Un día, y en esto parece haber algo de misticismo, en el bosque se topa con la raíz de un árbol en la que el muchacho cree ver la fisonomía del Pelusa. Su ilusión es entregársela a Maradona en persona, de modo que emprende un viaje desde su pueblo hasta Buenos Aires, donde el futbolista se halla ingresado en una clínica. A lo largo de ese periplo quijotesco, la gente le va pidiendo que le enseñe la "escultura", y si unos se ríen de él porque no se parece en nada a Maradona, otros lo toman por una talla de madera fidelísima y se la quieren comprar incluso. A veces se diría que quienes son futboleros y tienen fe en ese dios que es el astro argentino, y que como divinidad tiene su propia religión, son los que más admiran la raíz arbórea. El caso es que el muchacho, con una fe inquebrantable y poco medios, poco a poco va haciendo camino.
Una comedia agradable y esperanzadora que nos reconcilia con el género humano. Destila esperanza. Cine argentino con mucho encanto el de Carlos Sorín, sin duda.
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