Mala letra (Anagrama, 2016) es el tercer libro de relatos de la sevillana Sara Mesa, a la que comenzamos a conocer en mayor medida a raíz de la publicación de Cicatriz (Anagrama, 2015), que cosechó un notable éxito de crítica y público. Antes de ello ya había sido finalista del Premio Herralde en 2012 con Cuatro por cuatro y ganadora del premio Málaga de Novela con Un incendio invisible, que este año ha reeditado Anagrama, además de publicar, entre otros títulos, la novela El trepanador de cerebros (Tropo, 2010). Se compone Mala letra de once relatos. Comentaré con brevedad algunos de ellos.
En el primero, "El cárabo", nos encontramos con la tristeza de una madre joven que no ha sabido estar a la altura de las circunstancias, con la culpa subsiguiente. Un relato bien llevado, con una conseguida tensión, si bien al final queda el regusto de que faltó algo (aunque bien pudiera la carencia estar en el entendimiento de este reseñista). Me chirría un poco la expresión "para prestarle cada molécula de calor" (la cursiva es mía).
El segundo relato es "Mármol", de palpable sustrato autobiográfico, a vueltas con los años escolares y nuestra visión de la muerte por entonces, a través de un suceso trágico de los que no se olvidan. Un cuento sencillo y efectivo, con coda metaliteraria. Destacaría esa forma de escribir atenta a los matices y a no presentar una visión unívoca, maniquea, de los hechos. Ese dialogismo me gusta. Aquí entra en juego el título del volumen, pues la narradora cuenta cómo un profesor a menudo le corregía su forma de coger el lápiz, a todas luces alejada de los cánones que dictaban los cuadernillos Rubio (véase la imagen de portada). Me ha gustado mucho.
Le sigue uno de mis preferidos, "Apenas unos milímetros", donde de nuevo queda patente la perspicacia de la autora, su inteligencia, hondura y buen hacer. Lo dicho sobre "Mármol", a propósito de los matices y la huida de lo maniqueo, vuelve -y es de celebrar- a manifestarse aquí.
"Creamy milk and crunchy chocolate" trata el tema de la culpa y la posibilidad de redención, a partir de -no quisiera desvelar en exceso las tramas- un accidente cotidiano. Aunque la forma de cerrarlo no me parezca la más afortunada, se sigue con mucho interés.
"Nosotros, los blancos", es el relato más largo del libro, de unas cuarenta páginas. Tiene lugar en la ciudad ficticia de Cárdenas, topónimo recurrente en estos relatos y, por lo que he visto, también en otras obras de Sara Mesa. Se trata de una historia de vidas grises que se ven involucradas a su pesar en problemas a los que uno asiste con un pesar progresivo. Me ha hecho pensar, no sé por qué, en el cine de los hermanos Dardenne, que me suele gustar. "Todo el mundo parecía bien acompañado: las risas, el brillo de copas entrechocando, la espuma de la cerveza, todas aquellas cosas que pertenecían a los demás pero no a mí", leemos.
"Papá es de goma" es quizá el que menos me ha convencido, por demasiado hermético. Los protagonistas son niños. Aunque es muy efectiva la recreación de la atmósfera y tiene interés lo que se cuenta, la información que recibe el lector resulta escasa y quedan en el aire demasiadas preguntas, a mi juicio.
"¿Qué nos está pasando?", en cambio, es otro de mis preferidos. Un relato del mundo laboral -y los límites de ciertas relaciones tácitas de vasallaje que pueden llegar a establecerse- donde encontramos a un empresario -macho alfa- y una dupla de empleadas más jóvenes. Contado sin linealidad cronológica, demuestra un buen despliegue de recursos narrativos. Un relato muy logrado.
Cierra el libro "Mustélidos", un texto con poca acción que se centra en el diálogo entre un chico y una chica, compañeros de trabajo, durante un viaje y la visita a un museo, grosso modo. Ella ha publicado un libro de relatos que él ha leído y del que le lanza diversas críticas y quejas, a raíz de lo cual se genera un interesante coloquio a propósito del acto creativo, los prejuicios sobre "lo femenino", etc.
En general, Mala letra (finalista del premio Setenil) me ha parecido un libro de relatos bastante bueno, que apela a un lector activo, inteligente, donde observamos a una autora que maneja con soltura los recursos (la elipsis, por ejemplo), con un estilo sin grandes artificios y buena mano para la creación de atmósferas y para mantener la intensidad en sus historias. Ha sido una grata lectura, y sigo dispuesto, pues, a sumergirme en nuevos libros de cuentos de Sara Mesa y, por supuesto, en la novela Cicatriz.
La dama del armiño (1490), de Leonardo da Vinci