20 noviembre 2017

"Mala letra", de Sara Mesa


Mala letra (Anagrama, 2016) es el tercer libro de relatos de la sevillana Sara Mesa, a la que comenzamos a conocer en mayor medida a raíz de la publicación de Cicatriz (Anagrama, 2015), que cosechó un notable éxito de crítica y público. Antes de ello ya había sido finalista del Premio Herralde en 2012 con Cuatro por cuatro y ganadora del premio Málaga de Novela con Un incendio invisible, que este año ha reeditado Anagrama, además de publicar, entre otros títulos, la novela El trepanador de cerebros (Tropo, 2010). Se compone Mala letra de once relatos. Comentaré con brevedad algunos de ellos.

En el primero, "El cárabo", nos encontramos con la tristeza de una madre joven que no ha sabido estar a la altura de las circunstancias, con la culpa subsiguiente. Un relato bien llevado, con una conseguida tensión, si bien al final queda el regusto de que faltó algo (aunque bien pudiera la carencia estar en el entendimiento de este reseñista). Me chirría un poco la expresión "para prestarle cada molécula de calor" (la cursiva es mía). 

El segundo relato es "Mármol", de palpable sustrato autobiográfico, a vueltas con los años escolares y nuestra visión de la muerte por entonces, a través de un suceso trágico de los que no se olvidan. Un cuento sencillo y efectivo, con coda metaliteraria. Destacaría esa forma de escribir atenta a los matices y a no presentar una visión unívoca, maniquea, de los hechos. Ese dialogismo me gusta. Aquí entra en juego el título del volumen, pues la narradora cuenta cómo un profesor a menudo le corregía su forma de coger el lápiz, a todas luces alejada de los cánones que dictaban los cuadernillos Rubio (véase la imagen de portada). Me ha gustado mucho.

Le sigue uno de mis preferidos, "Apenas unos milímetros", donde de nuevo queda patente la perspicacia de la autora, su inteligencia, hondura y buen hacer. Lo dicho sobre "Mármol", a propósito de los matices y la huida de lo maniqueo, vuelve -y es de celebrar- a manifestarse aquí.

"Creamy milk and crunchy chocolate" trata el tema de la culpa y la posibilidad de redención, a partir de -no quisiera desvelar en exceso las tramas- un accidente cotidiano. Aunque la forma de cerrarlo no me parezca la más afortunada, se sigue con mucho interés.

"Nosotros, los blancos", es el relato más largo del libro, de unas cuarenta páginas. Tiene lugar en la ciudad ficticia de Cárdenas, topónimo recurrente en estos relatos y, por lo que he visto, también en otras obras de Sara Mesa. Se trata de una historia de vidas grises que se ven involucradas a su pesar en problemas a los que uno asiste con un pesar progresivo. Me ha hecho pensar, no sé por qué, en el cine de los hermanos Dardenne, que me suele gustar. "Todo el mundo parecía bien acompañado: las risas, el brillo de copas entrechocando, la espuma de la cerveza, todas aquellas cosas que pertenecían a los demás pero no a mí", leemos.

"Papá es de goma" es quizá el que menos me ha convencido, por demasiado hermético. Los protagonistas son niños. Aunque es muy efectiva la recreación de la atmósfera y tiene interés lo que se cuenta, la información que recibe el lector resulta escasa y quedan en el aire demasiadas preguntas, a mi juicio.

"¿Qué nos está pasando?", en cambio, es otro de mis preferidos. Un relato del mundo laboral -y los límites de ciertas relaciones tácitas de vasallaje que pueden llegar a establecerse- donde encontramos a un empresario -macho alfa- y una dupla de empleadas más jóvenes. Contado sin linealidad cronológica, demuestra un buen despliegue de recursos narrativos. Un relato muy logrado.

Cierra el libro "Mustélidos", un texto con poca acción que se centra en el diálogo entre un chico y una chica, compañeros de trabajo, durante un viaje y la visita a un museo, grosso modo. Ella ha publicado un libro de relatos que él ha leído y del que le lanza diversas críticas y quejas, a raíz de lo cual se genera un interesante coloquio a propósito del acto creativo, los prejuicios sobre "lo femenino", etc.  

En general, Mala letra (finalista del premio Setenil) me ha parecido un libro de relatos bastante bueno, que apela a un lector activo, inteligente, donde observamos a una autora que maneja con soltura los recursos (la elipsis, por ejemplo), con un estilo sin grandes artificios y buena mano para la creación de atmósferas y para mantener la intensidad en sus historias. Ha sido una grata lectura, y sigo dispuesto, pues, a sumergirme en nuevos libros de cuentos de Sara Mesa y, por supuesto, en la novela Cicatriz.


La dama del armiño (1490), de Leonardo da Vinci

17 noviembre 2017

Un canario longevo



Tenemos un canario longevo. Ha cumplido, o está a punto de cumplir, diecisiete años. Su trino no es amarillo, porque ya no trina. Como mucho, pía un poco si uno se acerca a la jaula. Con el plumaje medio descolorido y las patas arrugadas, le ocurre lo que al de la portada de aquella edición de los cuentos de Cheever: tan hecho está a la jaula que no la abandona ni aunque se le abra la puerta, ya se le ofrezca la libertad de por vida. Durante horas la ha encontrado expedita, en el balcón incluso, y no ha tenido el arrojo de escaparse. A veces lo hemos forzado a pasar un rato fuera, y se ha quedado quieto, desorientado, sobre el sofá, abriendo mucho el pico como si anduviese medio infartado, o ha empezado a revolotear histérico, desnortado, hasta que hemos concluido que lo mejor para el animal no podía ser sino devolverlo a su feudo. Es un canario hiperactivo, bromea mi hermana, con palpable ironía. Algo arisco, no deja de picarle en los dedos a mi madre cuando lo coge para recortarle las uñas, que de no usarlas se le alargan y arquean como medias lunas. Cualquier día, decimos, amanecerá tieso en mitad de la jaula, con las patas para arriba. Pero pasan los años y ahí sigue, apacible e innominado, habiendo sobrevivido, por olvido nuestro, a alguna noche de frío en la azotea. A ratos mueve mucho el cuello cuando nos acercamos, y sospechamos que ha perdido la visión, en un ojo al menos. Pero luego se le pasa, y metiendo una mano en la jaula atestiguamos que nos sigue viendo. Además del alpiste, le gusta picotear pan, manzana, pepino, lechuga, moldes con restos de magdalena. También prueba mi madre a introducir en el menú, de cuando en cuando, otros alimentos frescos, no siempre con éxito. Dispone además, el canario, de un cuenco con agua, ya sea para refrescarse en las tardes de verano o para aseo personal, y es raro el día en que no lo usa, aun en los fríos de invierno. Parece, en definitiva, bien atendido. “Al canario lo quieres más que a mí”, le reprocha a veces mi padre, en el tono de broma con que se lanzan algunas verdades.

10 noviembre 2017

"Manual de literatura para caníbales", de Rafael Reig



Manual de literatura para caníbales fue publicado en 2006 por Debate. Constituye una historia novelada de la literatura española desde el siglo XIX a la actualidad. Con posterioridad, Rafael Reig escribió un segundo volumen que abarca desde las jarchas y los inicios de la literatura castellana hasta el siglo XIX. Ambos se encuentran ahora editados por Tusquets. De ellos se habló hace unos meses en el programa de libros de Sánchez Dragó, Libros con uasabi, en el que una colaboradora, para sorpresa de este que escribe, reivindicó la figura de Millán Astray, alegando que se había tergiversado mucho su incidente con Unamuno.

De Reig uno leyó allá por 2003 la novela Sangre a borbotones, muy imaginativa y humorística, que mi yo de entonces disfrutó con creces, y poco después Guapa de cara, ambas publicadas por la añorada Lengua de Trapo.

Este peculiar manual que nos ocupa parece movido por una actitud desmitificadora -y en ocasiones irreverente- a la hora de contemplar la historia de la literatura, no exenta de luchas antropófagas con el fin de hacerse con el poder cultural y situarse en el centro del canon:

"La Historia de la Literatura no es más que un bestiario, un recuento de animales feroces que se devoran unos a otros".

A fuerza de contar miserias, en ocasiones acaba el lector pensando que no deja Reig títere con cabeza, y puede llegar a cansar tanto perdigonazo. Sin embargo, la mayoría de las veces es capaz de narrar y tener gracia sin llegar al improperio. El espíritu del libro lleva a pensar, salvando las distancias, en Fabulosas narraciones por historias, la estupenda novela, a vueltas con la generación del 27, de su amiguísimo Antonio Orejudo, de cuyas virtudes ya dejé constancia aquí en otra entrada.

El libro se estructura en ocho temas que tratan los distintos movimientos literarios (Romanticismo, Realismo, Modernismo, etc.). Al final de cada unidad se proponen varios ejercicios, donde pueden rastrearse algunas reflexiones suculentas, además de unas recomendaciones personalísimas sobre qué leer y qué no de cada período en cuestión. Así, por ejemplo, nos enteramos de que Fortunata y Jacinta le parece a Reig la mejor novela española, por encima del Quijote. Como personajes aparecen los escritores en cuestión y siempre, también, algún miembro de sucesivas generaciones de la familia Belinchón, el último de los cuales narra la historia.

El desparpajo, el humor y el desenfado de Reig se hacen notar. Como doctor en Letras y profesor universitario, algo conoce también estos temas, y recrea con libertad sonadas escenas vitales de los autores al tiempo que desgrana una serie de referencias jocosas que captarán los iniciados. La prosa, directa y contundente, se antoja rica en léxico, con tendencia a lo coloquial.

Algunos datos y anécdotas: Larra escribió que escribir en España es llorar y al mismo tiempo era el periodista mejor pagado de la época; algunos modernistas poblaban sus versos de nenúfares sin tener ni idea de lo que era un nenúfar; el cerebro de Rubén Darío desapareció tras su muerte y anda en paradero desconocido; García Márquez acostumbraba a escribir con un mono azul encasquetado y -algo que ya es casi un lugar común- parece ser que de existir en tiempos de Cervantes el premio Cervantes, este se lo habrían dado a Lope de Vega y en ningún caso al manco de Lepanto, que como él mismo decía, era "más versado en desdichas que en versos". Azorín queda retratado como un resentido, además de desesperado por triunfar. Se le muestra de esta guisa a la hora de pedir un café:

"-Va, te convido a un café -le ofrecían, por ejemplo.
-Venga. Lo ansío. Lo apetezco. Lo voliciono.
-¿Solo o con leche?
-Yo, el café, lácteo, enjalbegado, albicante.
-Tú estás gilipollas, Pepito."

Uno ha leído algunos libros de Azorín y, por la razón que sea, lo tiene en más estima, no lo reduce a este tipo de trimembraciones pedantescas. Para mi gusto, pues, aquí Reig se pasa bastante. Con César Vallejo sí demuestra mayor respeto, pues parece que lo admira. Y me alegro.

En definitiva, este Manual de literatura para caníbales ha resultado, con sus luces y sus sombras, una lectura enriquecedora y con la que uno ha pasado ratos bastante agradables.


01 noviembre 2017

"Intemperie", un poema de Eloy Sánchez Rosillo




INTEMPERIE

"Que la vida acostumbre
a ponernos el mundo del revés,
a golpearnos y zarandearnos,
o a sonreírnos mientras nos conforta,
es algo propio de ella, y en el fondo
hemos de agradecérselo.
Tan sólo en el deseo o el temor
de esa rara alternancia
desigual y azarosa
logramos ser nosotros, caminar,
y hallar la rosa o el abismo,
la noche negra, el alba repentina.
En la seguridad sin amenaza
no hay movimiento, no hay respiración,
risa o gemido, y en el pecho yace
una quietud que en mucho
a la muerte se iguala.
La intemperie es la casa verdadera,
abierta por completo y para siempre
a lo posible y lo imposible,
a las cosas del hombre,
con su fascinación y sus espantos,
con todo su dolor
y toda su alegría."

Eloy Sánchez Rosillo, Hilo de oro (Antología poética, 1974-2011), (Cátedra, 2014).