Petra (2018), de Jaime Rosales. Resulta incomprensible que no obtuviera ninguna nominación a los Goya. Magnífico reparto con Bárbara Lennie, Álex Brendemühl, Petra Martínez, Marisa Paredes y el descubrimiento de Joan Botey, que interpreta a un artista encumbrado, frío y perverso. Historia trágica bien contada, que rompe con la linealidad narrativa. Secretos, mentiras y maldades en un entorno campestre. Por momentos me han venido a la memoria las historias de Thomas Bernhard. La cámara se distancia mientras los personajes dialogan de temas cruciales (no cae en el melodrama, pero se trata de un recurso de estilo que a algunos puede parecerles formalmente frío). Muy buena. La mejor película de Jaime Rosales, para mi gusto.
Historias del Kronen (1995), de Montxo Armendáriz. Sexo, drogas, rock y conducción kamikaze en una película insustancial protagonizada por un joven gamberro, asimismo, totalmente insustancial. No le veo el trasfondo, el chiste, a este retrato de la juventud. ¿Ha envejecido mal o en los noventa ya era un bodrio? En En el camino de Jack Kerouac esas conductas podían enmarcarse en un panorama menos vacuo; aquí no hay redención imaginable para una historia insulsa que juega todas sus bazas a la yuxtaposición de excesos. Esta sí ganó un Goya.
El dilema de las redes (2020), de Jeff Orlowski. Se antoja un documental de necesario visionado en estos tiempos distópicos en que las grandes empresas tecnológicas han acaparado un poder sin precedentes. De cómo fomentan nuestra adicción al chupete digital de las pantallas para acumular beneficios e información sobre nosotros hasta el punto de predecir nuestras acciones o saber cómo nos sentimos en cada momento. De cómo las redes expanden la desinformación más rápido que las noticias reales y esto puede utilizarse para manipularnos, desestabilizar países y polarizar la sociedad, volviéndonos más extremistas, sacando lo peor de las personas. Siendo pesimistas, tal vez hayamos llegado a un punto de no retorno en el que los nacidos antes de los noventa seamos los últimos en haber crecido sin la omnipresencia de las pantallas y de internet, los últimos en haber conocido un mundo ya extinto. Produce pavor imaginar hasta qué punto la inteligencia artificial podría llegar a manejarnos como a zombis teledirigidos.
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