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15 junio 2022

"Las máscaras del héroe", de Juan Manuel de Prada

 

 

"En la noche confusa de olores vernáculos me sentí traspasado de literatura, como si un asesino bondadoso me hubiese herido por la espalda con la hoja de su cuchillo. Aquella herida no iba a cicatrizar nunca."

 

Las máscaras del héroe, primera novela de Juan Manuel de Prada, vio la luz en la editorial Valdemar en 1996 (he podido comprar la primera edición en el mercado de segunda mano). De Prada, "joven de apellido sonoro", según dijo de él Roberto Bolaño (si no recuerdo mal), nació en Baracaldo en 1970, por lo que esta novela se publicó cuando tenía unos 26 años, un dato que causa cierto pasmo si atendemos al vasto vocabulario y la madurez en el manejo del lenguaje que el autor despliega aquí con maneras de maestro. De Prada había debutado en 1995 con Coños y El silencio del patinador, ambas también en Valdemar (Coños, en realidad, cuyo título sigue la línea del Senos de Gómez de la Serna, se había publicado en edición no venal en 1994 y Valdemar la reeditó). Las máscaras del héroe surge de la explosión del último relato de El silencio del patinador, dedicado al malagueño Pedro Luis de Gálvez, a la manera en que, más o menos por entonces, Bolaño dio a luz la novela corta Estrella distante a raíz de unas pocas páginas de La literatura nazi en América. Imagino que a Bolaño no le haría mucha gracia que se le mezclara con de Prada en una reseña, ignoro si en la dirección inversa la animadversión completaría el círculo.

 

La novela es de una prosa barroca, preñada de hallazgos expresivos, que requiere una óptima concentración si no se quiere estar releyendo a cada rato para saber de qué va la cosa. Esta orfebrería en el lenguaje encandilará a unos y a otros se le hará insufrible. A mí, por lo general, me parece admirable ese virtuosismo en alguien, por añadidura, que sólo contaba 25 años cuando la publicó. Algo llamativo en estos tiempos en los que la tendencia parece ser madurar cada vez más tarde (si se madura). La novela funciona como un trávelin de la bohemia matritense española en el primer tercio del siglo XX. Los capítulos suponen saltos en el tiempo, que comprendemos con referencias a la muerte de Alejandro Sawa (1909), en el que parece se inspiró Valle-Inclán para el Max Estrella de Luces de bohemia, al asesinato de Canalejas (1912), a la Primera Guerra Mundial, la pandemia de 1918, el asesinato de Eduardo Dato (1921)... y así hasta la Guerra Civil. Contiene un montón de historias delirantes, excéntricas, divertidas, buena parte de las cuales, según afirma Wikipedia, el autor tomó de La novela de un literato, memorias de Rafael Cansinos Assens que, por fortuna, después de llevar años descatalogadas, se han publicado por primera vez en un solo volumen y en papel biblia ("papel fumadero", lo llamaba Juan Ramón Jiménez) gracias a Arca Ediciones y la fundación Cansinos, en este mismo 2022. Así, en Las máscaras del héroe leemos acerca de la muñeca hinchable de Gómez de la Serna, la cara que Sawa no se volvió a lavar desde que se la besara Víctor Hugo, el bebé muerto que enseñaba dentro de una caja de zapatos Pedro Luis de Gálvez como chantaje emocional infalible para conseguir limosna con el fin de (o eso decía) sufragar el entierro, las hematurias de Valle-Inclán, la repugnancia de Borges hacia el sexo, la vida de las tertulias, los coitos en pensiones, los múltiples sablazos, el intelectualismo y la sordidez, el talento y la pobreza... Pululan por ella personalidades relevantes de la época, junto a otras más marginales, personajes reales que se usaron para esta historia ficticia: César González-Ruano, Gómez Carrillo, Vicente Huidobro, Carmen de Burgos, Cansinos Assens, Borges, Pedro Luis de Gálvez, Pío Baroja, Buñuel, Lorca y un largo etcétera. El narrador sí es un personaje de creación expresa, Fernando Navales, testigo de toda esta época y uno más de la troupe bohemia. Por momentos se producen claras alusiones para un lector medianamente culto, como sucede en el fragmento que sigue con la escena más emblemática de Un perro andaluz: "Buñuel levantó la vista al cielo, para contemplar cómo una nube desflecada seccionaba la luna con un corte limpio, dejando un rastro de líquidos escleróticos".


Me parece una novela sobresaliente, como lo es otra de ese mismo 1996, Fabulosas narraciones por historias, de Antonio Orejudo, de la que ya hablamos aquí y que desmitifica la historia de la Generación del 27 y su vida en la Residencia de Estudiantes. He buscado quiénes fueron el Premio Nacional de Literatura y el de la Crítica de ese año (o el siguiente, en realidad, pues tengo entendido que se premian libros publicados el año anterior), y el Nacional fue para Donde las mujeres, de Álvaro Pombo, que no he leído, mientras que el de la Crítica se lo concedieron a Las bailarinas muertas de Antonio Soler, una novela no desdeñable que también recibió el Herralde pero que no alcanza, a juicio de este que escribe, los méritos de estas dos novelas de Orejudo y de Prada, dos primeras novelas notabilísimas.

 

De cabeza a la lista de mejores lecturas de 2022.

 

También en este blog:

El silencio del patinador, de Juan Manuel de Prada.

Fabulosas narraciones por historias, de Antonio Orejudo.

Manual de literatura para caníbales, de Rafael Reig.


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