Manual de literatura para caníbales fue publicado en 2006 por Debate. Constituye una historia novelada de la literatura española desde el siglo XIX a la actualidad. Con posterioridad, Rafael Reig escribió un segundo volumen que abarca desde las jarchas y los inicios de la literatura castellana hasta el siglo XIX. Ambos se encuentran ahora editados por Tusquets. De ellos se habló hace unos meses en el programa de libros de Sánchez Dragó, Libros con uasabi, en el que una colaboradora, para sorpresa de este que escribe, reivindicó la figura de Millán Astray, alegando que se había tergiversado mucho su incidente con Unamuno.
De Reig uno leyó allá por 2003 la novela Sangre a borbotones, muy imaginativa y humorística, que mi yo de entonces disfrutó con creces, y poco después Guapa de cara, ambas publicadas por la añorada Lengua de Trapo.
Este peculiar manual que nos ocupa parece movido por una actitud desmitificadora -y en ocasiones irreverente- a la hora de contemplar la historia de la literatura, no exenta de luchas antropófagas con el fin de hacerse con el poder cultural y situarse en el centro del canon:
"La Historia de la Literatura no es más que un bestiario, un recuento de animales feroces que se devoran unos a otros".
A fuerza de contar miserias, en ocasiones acaba el lector pensando que no deja Reig títere con cabeza, y puede llegar a cansar tanto perdigonazo. Sin embargo, la mayoría de las veces es capaz de narrar y tener gracia sin llegar al improperio. El espíritu del libro lleva a pensar, salvando las distancias, en Fabulosas narraciones por historias, la estupenda novela, a vueltas con la generación del 27, de su amiguísimo Antonio Orejudo, de cuyas virtudes ya dejé constancia aquí en otra entrada.
El libro se estructura en ocho temas que tratan los distintos movimientos literarios (Romanticismo, Realismo, Modernismo, etc.). Al final de cada unidad se proponen varios ejercicios, donde pueden rastrearse algunas reflexiones suculentas, además de unas recomendaciones personalísimas sobre qué leer y qué no de cada período en cuestión. Así, por ejemplo, nos enteramos de que Fortunata y Jacinta le parece a Reig la mejor novela española, por encima del Quijote. Como personajes aparecen los escritores en cuestión y siempre, también, algún miembro de sucesivas generaciones de la familia Belinchón, el último de los cuales narra la historia.
El desparpajo, el humor y el desenfado de Reig se hacen notar. Como doctor en Letras y profesor universitario, algo conoce también estos temas, y recrea con libertad sonadas escenas vitales de los autores al tiempo que desgrana una serie de referencias jocosas que captarán los iniciados. La prosa, directa y contundente, se antoja rica en léxico, con tendencia a lo coloquial.
Algunos datos y anécdotas: Larra escribió que escribir en España es llorar y al mismo tiempo era el periodista mejor pagado de la época; algunos modernistas poblaban sus versos de nenúfares sin tener ni idea de lo que era un nenúfar; el cerebro de Rubén Darío desapareció tras su muerte y anda en paradero desconocido; García Márquez acostumbraba a escribir con un mono azul encasquetado y -algo que ya es casi un lugar común- parece ser que de existir en tiempos de Cervantes el premio Cervantes, este se lo habrían dado a Lope de Vega y en ningún caso al manco de Lepanto, que como él mismo decía, era "más versado en desdichas que en versos". Azorín queda retratado como un resentido, además de desesperado por triunfar. Se le muestra de esta guisa a la hora de pedir un café:
"-Va, te convido a un café -le ofrecían, por ejemplo.
-Venga. Lo ansío. Lo apetezco. Lo voliciono.
-¿Solo o con leche?
-Yo, el café, lácteo, enjalbegado, albicante.
-Tú estás gilipollas, Pepito."
Uno ha leído algunos libros de Azorín y, por la razón que sea, lo tiene en más estima, no lo reduce a este tipo de trimembraciones pedantescas. Para mi gusto, pues, aquí Reig se pasa bastante. Con César Vallejo sí demuestra mayor respeto, pues parece que lo admira. Y me alegro.
En definitiva, este Manual de literatura para caníbales ha resultado, con sus luces y sus sombras, una lectura enriquecedora y con la que uno ha pasado ratos bastante agradables.
Algunos datos y anécdotas: Larra escribió que escribir en España es llorar y al mismo tiempo era el periodista mejor pagado de la época; algunos modernistas poblaban sus versos de nenúfares sin tener ni idea de lo que era un nenúfar; el cerebro de Rubén Darío desapareció tras su muerte y anda en paradero desconocido; García Márquez acostumbraba a escribir con un mono azul encasquetado y -algo que ya es casi un lugar común- parece ser que de existir en tiempos de Cervantes el premio Cervantes, este se lo habrían dado a Lope de Vega y en ningún caso al manco de Lepanto, que como él mismo decía, era "más versado en desdichas que en versos". Azorín queda retratado como un resentido, además de desesperado por triunfar. Se le muestra de esta guisa a la hora de pedir un café:
"-Va, te convido a un café -le ofrecían, por ejemplo.
-Venga. Lo ansío. Lo apetezco. Lo voliciono.
-¿Solo o con leche?
-Yo, el café, lácteo, enjalbegado, albicante.
-Tú estás gilipollas, Pepito."
Uno ha leído algunos libros de Azorín y, por la razón que sea, lo tiene en más estima, no lo reduce a este tipo de trimembraciones pedantescas. Para mi gusto, pues, aquí Reig se pasa bastante. Con César Vallejo sí demuestra mayor respeto, pues parece que lo admira. Y me alegro.
En definitiva, este Manual de literatura para caníbales ha resultado, con sus luces y sus sombras, una lectura enriquecedora y con la que uno ha pasado ratos bastante agradables.
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