Publicada en 1966, Últimas tardes con Teresa acaso sea la novela más emblemática de Juan Marsé. Obtuvo el premio Biblioteca Breve cuando ese galardón aún imprimía un sello de prestigio en la novela que lo recibía.
Deudora del realismo social de la generación del medio siglo, en la novela encontramos por un lado al Pijoaparte, remoquete que ha quedado en la cultura literaria del lector medio, aunque no se haya leído el libro de Marsé. Joven de un barrio marginal barcelonés, charnego (apelativo que se repite en más de una ocasión y que lo marca a fuego), ladrón de motocicletas que ve una ocasión de escapar del mundo del lumpen en la figura de Teresa, hija de la acomodada burguesía catalana, universitaria medio marxista (el Pijoaparte y la pija progre, podríamos decir). Hay un momento en que el narrador se muestra muy duro con Teresa y su grupo de amigos, jóvenes de familias ricas, estudiantes presuntamente de izquierdas:
"¿Qué otra cosa podía esperarse de estos jóvenes universitarios en aquel entonces, si hasta los que decían servir a la verdadera causa cultural y democrática del país eran hombres que arrastraban su adolescencia mítica hasta los cuarenta años? Con el tiempo, unos quedarían como farsantes y otros como víctimas, la mayoría como imbéciles o como niños, alguno como sensato, generoso y hasta premiado con futuro político, y todos como lo que eran: señoritos de mierda."
Estos dos mundos, el de la clase alta y el del proletariado, parecen categorías inmiscibles, agua y aceite, y choca tanto la presencia indisimulable del Pijoaparte en el entorno de Teresa Serrat como la figura de ella en las incursiones en el barrio de Manolo Reyes, nombre real del apodado Pijoaparte: ambos son intrusos fuera de su entorno.
"Para la señora Serrat, el Monte Carmelo era algo así como el Congo, un país remoto e infrahumano, con sus leyes propias, distintas."
Se antoja el Pijoaparte, en algunos momentos, algo obsesionado con ascender en la escala social, con el braguetazo (no quisiera destripar la trama, pero baste la mención de Maruja, la criada de los Serrat), entrando con probabilidad en el esquema de lo que suele tacharse de arribismo. La figura del arribista, como señaló Ana Useros en este artículo, a propósito de la película coreana Parásitos, goza de una larga tradición en la que ella cita obras de Dickens, Thackeray o Thomas Hardy, lista en la que uno incluiría también al trepa que protagoniza Match Point de Woody Allen.
La prosa de Marsé resulta algo campanuda, muy trabajada y preciosista en descripciones y narración, de contundencia marmórea, al tiempo que efectiva en el registro coloquial cuando se trata de recrear diálogos. La trama tarda un poco en arrancar: la totalidad de los talleres literarios, me parece, desaconsejarían empezar una novela como lo hace esta de Marsé, con prosa esmerada, descripciones, entrando en materia muy de a poco. Hay algunas alusiones a la dictadura de la época (la acción de la novela se inicia, creo, en 1956). En un momento dado, por ejemplo, Teresa se lamenta de que la censura no permita estrenar El acorazado Potemkin. O se habla de que su novio ha estado en la cárcel. En uno de sus diarios, Andrés Trapiello reflexiona sobre la censura en el franquismo de esta forma: "El franquismo [que fue una plaga para muchas otras cosas, puntualiza], al contrario que el estalinismo, el maoísmo, o el castrismo, permitió trabajar a sus artistas", y cita a Blas de Otero, Claudio Rodríguez, Gil de Biedma o Luis García Berlanga. Quien haya vistoLos jueves, milagro (1957), de Berlanga, cuya segunda mitad de metraje parece muy condicionada por el aparato censor, tal vez opine diferente (y acaso encuentre muchos más ejemplos en este sentido).
El tiempo no es del todo lineal, con evocaciones (analepsis), y se producen algunos cambios de perspectiva en el narrador. Los procedimientos que trajeron consigo los renovadores de la novela en el siglo XX (Joyce, Proust, Faulkner) diría que no son tan palpables aquí como en otra novela de la década, Tiempo de silencio, publicada en 1962.
En un momento dado, mientras los protagonistas se encuentran en una sala de baile, aparece por allí un personaje algo travieso llamado Marsé. Supongo que podría considerarse una especie de cameo del autor, al estilo de los habituales en las películas de Hitchcock.
Se ha tenido que morir Marsé (el pasado julio) para que me lea este libro. Clásico del siglo XX español, llevaba en mi lista de lecturas pendientes más de un decenio, y del autor únicamente había leído La muchacha de las bragas de oro (Premio Planeta), que no llegó a entusiasmarme. Espero seguir leyendo a Marsé.
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