23 septiembre 2016

Correos y Biodramina (crónicas de la patria chica)



Aquí en el pueblo los carteros novatos casi echan en falta, al llegar, una dosis de Biodramina. A menudo, si bien de forma comprensible, se marean. Hablo en plural porque, desde la jubilación del anterior, que durante bastantes años pateó estas calles, hay cambio de persona según entra el mes. La numeración de las viviendas obedece, en algunos casos, a una extraña aritmética. Pasas por una calle ante el número veintiuno, y ves que le sigue el trece, luego viene el diecisiete, luego el once, a continuación otra vez un trece… Y así. Sucesivos alcaldes, de uno y otro partido, han debido de considerar innecesario intervenir en el asunto, que dejado en manos de la providencia va cobrando tintes casi kafkianos (en una fachada, no muy lejos de donde vivo, puede verse un cuarenta y siete y, justo por encima, un treintaitrés -dos dígitos que no destacan precisamente por su contigüidad-).
Ante las dudas, el cartero suele preguntar a algún lugareño con quien se cruza dónde debe entregar la carta destinada a X. A menudo el asunto se zanja en un momento, pero también puede darse algún caso desesperante. Entra en juego, en esta ocasión, el tema de los apodos. Le pregunta a un peatón por X. El hombre escucha el nombre y los dos apellidos y sigue in albis. Pasa por allí otro paisano. El repartidor aprovecha para sondearlo. Este segundo viandante sí sabe de quién se trata. Entonces, al primero, que sólo conocía a X por el mote, se le ilumina de pronto la cara: “¡anda, pues sí que lo conozco, si vive en frente de mi casa!”
L. S., el novelista, en alguna ocasión ha declarado que le hubiera gustado ser uno de esos carteros que llevan años trabajando en el mismo pueblo, de dos mil habitantes, y conoce de qué pie cojea cada hijo de vecino. Para eso, claro, se necesita un doctorado en lince.
Qué fácil, por cierto, insultar al personal de Correos sin levantar sospechas. Entra uno en la oficina sobre en mano, da para despistar los buenos días y, al punto, cuando el cartero le pregunta a uno eso de: ¿certificado, urgente u ordinario?, no tiene más que responder: ordinario. El tono, a la hora de proferir la palabra, puede escogerse según los niveles de malicia. Y listo. Ya puede uno salir de allí creyéndose un Quevedo, que según se cuenta se las apañó para llamar coja a la reina en sus narices.

2016

17 septiembre 2016

En resumidas cuentas




"¿En dónde está lo que pasó
y qué se hizo de tanta gente?

A medida que pasa el tiempo
vamos haciendo más desconocidos.

De los amores no quedó
ni una señal en la arboleda.

Y los amigos siempre se van.
Son viajeros en los andenes.

Aunque uno existe para los demás
(sin ellos es inexistente),

tan sólo cuenta con la soledad
para contarle todo y sacar cuentas."


José Emilio Pacheco, En resumidas cuentas. Antología (Visor, 2004).


03 septiembre 2016

Máquinas que sirven para no funcionar


"Prefiero las máquinas que sirven para no funcionar:
cuando llenas de arena de hormiga y musgo-
pueden un día milagrar de flores.

(Los objetos sin función tienen mucho apego por el 

abandono.)

También las letrinas despreciadas que sirven para tener
grillos dentro – pueden un día milagrar violetas.

(Soy beato en violetas.)

Todas las cosas apropiadas al abandono me religan 
a Dios.
Señor, ¡Tengo orgullo de lo inservible!

(El abandono me protege.)"



Manoel de Barros (1916-2014), Todo lo que no invento es falso (Antología), (Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga, 2002). Traducción de Jorge Larrosa.

02 septiembre 2016

Un poema de Javier Salvago

Human resistance, de Ibán Ramón


PRÓLOGO

Le he contado mi vida,
le he jurado mil veces
que me espera el fracaso
en más de siete frentes.

Que, por alguna causa,
mantengo con la gente
una discreta guerra.
Y dice que me quiere.

Puede que no sea ciego
el amor, pero es sordo.
(Al menos, éste).

Javier Salvago (Sevilla, 1950), Variaciones y reincidencias (Poesía 1977-1997), Editorial Renacimiento, 1997.