Le gustaban los gatos, el parchís y las tormentas. Tenía
miedo a pisar las alcantarillas, a los ascensores y a los conductores
kamikazes. Pesaba ciento sesenta y cuatro kilos. Llevaba ocho años sin salir de
casa. Veía Friends. Sobre todo veía Friends. Y adoraba a Rachel Greene. Aún
más: se sentía parecida a ella, se identificaba
con ella.
Eso fue hasta lo del mono, hasta el capítulo del mono
Marcel. Ross deja a su mono con Rachel, para que se lo cuide. A ella, claro
está, se le escapa el mono y temiendo a Ross (sí, ha leído usted bien, los
seguidores de Friends no ignoran que
es casi imposible temer a Ross, pero en este caso ella teme a Ross) se pone de
los nervios. Lo buscan por todas partes, y en un momento dado llama a su puerta
una guarda forestal o una protectora de los animales o algo. Lleva uniforme
verde y está muy gorda. En realidad es
gorda. Tiene órdenes de llevarse al mono, al que ya han encontrado. Rachel
intenta por supuesto convencerla de que no lo haga. Parece que va a salirse con
la suya, pero, cuando casi la tiene en el bote, la gorda de pronto recuerda
algo. Conoce a Rachel. Fueron compañeras en el instituto. Ya está todo
solucionado, piensa Rachel, una antigua amiga, ahora me dejará el mono y Ross
no se enfadará conmigo. Y entonces Rachel se relaja. La gorda le pregunta si se
acuerda de ella, y Rachel se relaja, se relaja tanto que empieza a reírse, a
reírse como una tonta, puesto que en realidad no se acuerda pero que nada de
nada de la gorda. La gorda le refresca la memoria: precisamente no éramos muy
amigas en el instituto, le dice, y no porque ella, la gorda, no quisiera. Más
bien era que Rachel pasaba olímpicamente de ella. Que era de los que la
marginaban y la ignoraban hasta la náusea. Por ser gorda.
Suficiente: al presenciar la escena no pudo sino apagar el
televisor. Con mucha serenidad, se levantó y se miró al espejo. Se vio a sí
misma, tal y como era. Dejó de mentirse y fue consciente de la repulsión que
podía causar en ciertas personas, en personas quizá más delgadas pero puede que
también menos dignas que ella. Comprendió que Rachel era una de esas personas,
y que ya nunca la miraría con los mismos ojos. Aterrizando de repente en la
realidad, decidió dejar de creerse Rachel Greene. Es más, en un momento de
arrebatada dignidad, se alegró de no ser como ella.
Pesaba ciento sesenta y cuatro kilos. Llevaba ocho años sin
salir de casa. Le gustaban los gatos, el parchís y las tormentas. A veces veía
las telenovelas. E incluso el pressing-catch.
2008