12 julio 2022

"La señora Dalloway", de Virginia Woolf

 

("...toda esta fiebre de vivir...") 

 

La señora Dalloway, novela de la escritora inglesa Virginia Woolf (1882-1941) fue publicada en 1925. La acción se desarrolla en un único día, por lo que cumpliría la unidad de tiempo que se exigía a las obras de teatro clásicas (al igual que sucede con el Ulises de Joyce, publicado en 1922, que como sabemos también transcurre en un día), un 23 de junio de 1923, día caluroso en Londres. Se habla de una ola de calor, pero para pasmo del lector hay en la novela varias referencias a abrigos. "El viento le abrió el abrigo fino...", leemos en un momento dado, y más adelante, al llegar a la casa de los Dalloway para la fiesta de la señora, levantamos otra vez las cejas: "mientras las señoras se quitaban los abrigos...", escribe Woolf.

 

Clarissa Dalloway es una señora de la alta sociedad londinense, casada con el ministro conservador Richard Dalloway. Una familia acomodada que esa noche va a ofrecer una fiesta en su domicilio (tema de rabiosa actualidad, se me ocurre ahora, dadas las fiestas clandestinas durante el confinamiento que han llevado a la dimisión al primer ministro británico, Boris Johnson).

 

La novela, a juicio de este que escribe, destaca por su forma más que por lo que cuenta, no en vano se considera a Virginia Woolf una de las grandes renovadoras de la novela europea en el siglo XX, junto a otros autores como Joyce y Proust. La lectura de La señora Dalloway exige cierta concentración continuada por parte del lector si no quiere perderse, pues el punto de vista de la narración va cambiando de personaje, saltando de sus pensamientos y recuerdos al presente, en una especie de danza en la que, con suerte, conseguiremos entrar. No sucede gran cosa durante ese día de preparativos y celebración de la fiesta, no hay un gran momento climático, pero sí saltos en el tiempo, evocaciones, reflexiones ("desarrolló esta religión atea de hacer el bien por el bien"), hallazgos expresivos que bien pueden conseguir que una lectura merezca la pena (este que escribe comenzó a leerla con entusiasmo que decayó pronto, hasta el punto de pensar en abandonar el libro, si bien llegado un tercio del total de páginas conecté y de ahí hasta el final leí con el convencimiento de que aquel tiempo estaba mereciendo la pena, sin parecerme La señora Dalloway una novela tan lograda como Las olas (1931), que encontré muy meritoria). Los monólogos interiores, me parece, no llegan aquí a la radicalidad de obras como el Ulises u otras de la misma autora, no llegan a funcionar como flujo de conciencia.

 

Hay un momento en que se plantea el tema de la situación de postración de la mujer dentro del matrimonio: "Con el doble de inteligencia, tenía que ver las cosas con los ojos de él, una de las tragedias de la vida de casada", leemos. Este contenido feminista, que luego abordaría Woolf en el ensayo Una habitación propia, de 1929, tiene aquí una continuidad, y seguimos leyendo: "Como somos una raza condenada, encadenados a un barco hundiéndose, como todo no es más que un mal chiste, hagamos, en cualquier caso, nuestra parte; mitiguemos el sufrimiento de los demás prisioneros; decorar la mazmorra con flores y cojines hinchables, ser lo más decentes que podamos". Es decir, la visión clásica de la mujer como ángel del hogar.


También se insinúa en algunos momentos el tema del amor lésbico, que experimentó Woolf y toma como punto de partida A Virginia le gustaba Vita, novela de Pilar Bellver basada en la correspondencia de la autora de Bloomsbury. "No era como lo que una sentía por un hombre", leemos, "era totalmente desinteresado, y además tenía una cualidad que solo podía existir entre mujeres, entre mujeres que acababan de llegar a la edad adulta".

 

En un momento dado, Clarissa aparece como una señora falta de empatía: "A ella le preocupaban más sus rosas que los armenios. Perseguidos hasta la extinción, mutilados, helados, víctimas de la crueldad y la injusticia (se lo había oído decir a Richard una y otra vez)... no, era incapaz de sentir nada por los albaneses, ¿o eran los armenios?, pero le encantaban sus rosas..." Se alude a que la señora Dalloway ha visto cómo su pelo ha encanecido debido a una enfermedad que no se especifica, y poco después se habla de "su corazón, afectado, decían, por la gripe". Supongo que sería mucho imaginar una posible secuela de la pandemia de gripe de 1918, apenas unos años antes del momento en que se sitúa la acción de la novela, y que se llevó la vida a personalidades del mundo artístico como Egon Schiele o Guillaume Apollinaire. Otro dato curioso es descubrir que en la Inglaterra de la época, tras la I Guerra Mundial, ya cambiaban la hora con el fin de ahorrar electricidad.


Recordemos, para terminar, que La señora Dalloway tiene una gran presencia en Las horas de Michael Cunningham, novela que fue llevada al cine con Meryl Streep, Julianne Moore y Nicole Kidman interpretando a Virginia Woolf.  

 

Interesante.