Uno de los culpables de que este libro cayera en mis manos fue Enrique Vila-Matas, y sin duda ahora comprendo por qué le gustaba tanto este libro. Me da a mí que los que estén en la órbita lectora del barcelonés pueden sorprenderse muy gratamente con Guía de Mongolia.
Y es que Basara es otro cultivador de la extravagancia. Su libro es imaginativo y excéntrico, lúdico, absolutamente reacio a lo convencional y decididamente divertido. Juega con el género de la autoficción y es también metaliterario. Reconozco que el título del libro no me atrae, no me dice casi nada. Y sin embargo, Guía de Mongolia es una de esas novelas en las que desde las primeras páginas estás convencido de que has acertado al elegirla.
El motor de la trama es el suicidio de un amigo del narrador, que a su muerte le deja una carta en la que le comunica que una revista le ha propuesto viajar a Mongolia y escribir una guía, y que él, estando decidido ya a quitarse la vida, ha dado a la revista el nombre de su amigo, el narrador, para encargarse de tal fin. Con este pretexto se inicia un recorrido delirante por algunas de las peculiaridades del país, y, sobre todo, asistimos a las conversaciones metafísicas (reflexiones sobre el tiempo exterior y el interior, sobre la visión de la muerte en las sociedades actuales) entre el protagonista y un grupo de bebedores de vodka en el bar del hotel. Entre ellos se encuentran un oficial ruso que se ha hecho lama, el cadáver de un viejo, un obispo o el corresponsal de un periódico que ya ha desaparecido.
Por definición, algo que se hace llamar guía se supone verídico y real. Sin embargo, hay partes de este libro que parecen más propias del género fantástico. Así, Basara refiere algunas leyes y costumbres del país que podríamos adscribir al terreno de lo absurdo.
La del serbio es una voz que narra desde los márgenes, ajena a toda convención y academicismo, pero que tampoco descuida el entretenimiento. Todo ello hace valiosa esta breve novela que pide y merece una relectura. Basara se nos revela, en definitiva, como un autor de potente singularidad. Diría que este libro es una pequeña joya de no ser porque no me gustan las joyas. Ahora sólo queda esperar que Minúscula tenga a bien publicar otro libro suyo.