28 marzo 2019

"Ordesa", de Manuel Vilas


Ordesa (Alfaguara, 2018) fue elegido por Babelia, el suplemento cultural de El País, como mejor libro del año 2018, algo que tras la lectura no conseguimos ver sino como una soberana exageración, cuando no una clamorosa injusticia.

Cuenta Vilas que una vez que murieron sus dos padres sintió que se cerraba de forma definitiva una etapa de su vida, y dedica este libro a rememorar diferentes momentos compartidos con ellos. Una historia familiar y personal, compuesta por capítulos cortos, y al final de la cual se incluye una selección de poemas, también en torno a la figura de sus progenitores. Estos textos en verso me han convencido más que el libro en sí, en el que me chirrían demasiadas frases, del tipo: “Que mis padres fueran tan guapos es lo mejor que me ha pasado en la vida”. No la educación que le ofrecieron, ni su amor, sino que fueran guapos. Parece la típica frase frívola de una miss

A veces el autor escribe en tono grave, diríamos en do sostenido, pero son frases de una profundidad aparente y vacua, artificial, sin verdad ninguna. Leemos: “Morir no tiene ninguna gracia y es algo antiguo”. Me pregunto qué aporta eso. O: "La poesía y el capitalismo son la misma cosa". ¿En serio? Pongo tres ejemplos, pero se pueden entresacar muchos más. No niego algunos aciertos, pero la abundancia de estas sentencias contundentes y absurdas, decididamente discutibles y falsamente profundas, me aleja mucho de considerar a este como un libro valioso. Me alegro de no haberlo comprado.

22 marzo 2019

"Doyers Street", un poema de José María Fonollosa



DOYERS STREET


"No vendrá. De verdad. No vendrá nunca.

Mi cuarto es muy modesto para el éxito.
Ni hallaría la casa tan siquiera.

Mi cuarto es muy austero para amigos.
Nadie viene a reunirse entre estos muros.

Mi cuarto es también frío y muy pequeño.
¿Cómo cobijar, pues, un gran amor?

No es lógico esperar. No vendrá nunca
un éxito, un amigo, un gran amor.

Debiera de una vez cerrar la puerta."

José María Fonollosa, Ciudad del hombre: New York (Acantilado).

15 marzo 2019

Los mayores de mi pueblo (lenguaje popular)


   Los mayores de mi pueblo no resbalan; pegan un escurrinazo. No preguntan si les has hecho una foto, más bien si los has retratado. A los dedos gordos los llaman, de forma mucho más expresiva, dedos ceporrudos. No hacen un breve descanso; echan una 'escansaílla. No hablan del cuarto piso, sino de el que hace cuatro. No se quejan de que le has echado demasiada canela en rama al arroz con leche, sino de que el postre tiene muchos palitroques. Cuando no tienen tiempo, explican que no les ha dado lugar. En lugar de interrogar si ves la letra pequeña, preguntan: ¿tú ves lo menuíllo? No dicen que este sábado han visto la película de La 1 de forma intermitente, con muchas interrupciones, sino que lo han hecho a pronzas (ni idea de dónde proviene la expresión). Se ponen un sombrero no para protegerse del solazo, sino del solihero (palabra que no encuentro en ningún diccionario pero que en Canarias existe en una forma muy similar, solajero, con idéntico significado). En lugar de limpiar a fondo, se esmeran apolizando (tras guglearlo, no encuentro resultados en el sentido de 'limpiar con minuciosidad', como se usa aquí, aunque observo que en asturiano el vocablo existe y significa 'acariciar'). Y, más que de los achaques, se quejan de que a su edad ya todo son peromias. Los mayores -y no tanto- de mi pueblo.

06 marzo 2019

"Estrómboli", de Jon Bilbao



Estrómboli (Impedimenta, 2016) es el cuarto libro de cuentos de Jon Bilbao. Los tres primeros (Como una historia de terror, Bajo el influjo del cometa y Física familiar) los publicó Salto de Página, y a este que nos ocupa le ha sucedido, también en Impedimenta, El silencio y los crujidos (2018). 

Componen el libro ocho relatos de entre 24 y 47 páginas. El primero, "Crónica distanciada de mi último verano", arranca con una frase con bastante gancho: "Llevábamos dos semanas en Reno cuando sorprendí al motorista con la nariz metida en las bragas de mi novia". El desarrollo del conflicto no decae hasta un final abierto, no concluyente, que cesa en pleno clímax. Me parece un gran relato, que explora temas como las relaciones de pareja o la irrupción de la violencia en una vida común.

El segundo, "El peso de tu hijo en oro", también un gran cuento, podríamos decir que trata del distanciamiento de dos amigos a raíz de una tragedia (la muerte de un hijo), de la posibilidad de redención/expiación y del sentimiento de culpa. De nuevo una buena exposición y desarrollo del conflicto y una gran hondura en lo narrado. Trasfondo que no he conseguido encontrar, en cambio, en el tercero, "Siempre hay algo peor", que vuelve a ser efectivo y muy entretenido, y que consigue mantener la atención del lector durante toda la narración, que transcurre en Estados Unidos. Se trata de una historia de género, no sé si podría calificarse como serie B, un relato de intriga bien llevado, acaso el más jolivudiense del conjunto.

Tanto en el cuarto como en el quinto he perdido el interés, no sé si debido a problemas míos de atención o a la inferior calidad de los relatos, tal vez una cosa vaya ligada a la otra. El caso es que el sexto, "Avicularia avicularia", me ha vuelto a reconciliar con el libro. Un hombre decide acudir a un espectacular programa de televisión con el objetivo de reflotar su situación económica. Allí se ve obligado a comerse una araña, odioso animalillo al que le tenía una acusada fobia en la infancia. Lo más interesante de la historia no estriba en si gana o no el concurso, en saber si el hombre se come o no la araña (dato que por otra parte el autor brinda por anticipado, sin mayor suspense), sino en lo que ocurre después. El séptimo, "El castigo más deseado", tiene un desarrollo lento y una escena final muy lograda. Se desarrolla en Nueva Zelanda, y en su momento climático convergen un día de pesca que cobra tintes bastante peligrosos, por la presencia de tiburones, y un instante crucial en el devenir de una amistad, con la muerte de un hijo de nuevo como trasfondo. Un relato, otra vez, muy conseguido. El octavo, junto con el cuarto y el quinto, me ha parecido de los más flojos. Es el que da título al libro, y tiene lugar en la italiana isla de Estrómboli. La película de Rossellini protagonizada por Ingrid Bergman se menciona en una historia de amores cruzados que sabe a poco.

El estilo de los relatos se caracteriza por una cuidada sencillez, con no muchos recursos literarios, por lo que a veces uno echa en falta más fuego verbal, aunque las tramas por lo general parecen muy bien concebidas y se advierte a un autor experimentado. Diríamos que se palpa una concepción del relato similar a la de John Cheever o a la expresada en Koundara, de David Pérez Vega, y más alejada de otro escritor que también me gusta, Eloy Tizón, en cuya obra cuentística encontramos una mayor carga poética, lírica, más peso estilístico, si bien con tramas más difusas.

Primer libro que leo de Jon Bilbao y, como varios relatos los he encontrado muy buenos, supongo que no será el último del autor al que me acerque. Muy bonita la edición de Impedimenta, como por otra parte suele ser habitual.

03 marzo 2019

Trabajo de lengua épico


   
   Se conoce que hay gamers que también pisan las bibliotecas e incluso fagocitan libros, obligando a matizar la idea preconcebida de que los videojuegos y la lectura casi parecen dos categorías inmiscibles. La impronta del Rubius, el youtuber patrio más mainstream, se advierte de forma recurrente. Le muestro la sección de cómics a un niño que la desconocía y al que parecen entusiasmarle. Le pongo uno ante los ojos y me parece oír que susurra: What? Al principio dudo, pues me pilla desprevenido, pero pronto concluyo de forma inequívoca que ha debido de encontrar mucho swag en la portada del tebeo. El papel, a decir verdad, anda ya algo amarillento, así que celebro que no los desprecie por vintage. Tomo otro del estante y también atrapa su atención, como demuestra un LOL! exclamativo pero casi inaudible, respetuoso con el mutismo imperante en ese momento en la sala. Ahí paro: tampoco es plan de spamear.
   Comentaba un señor de setentaicinco al devolver un libro: estas novelitas del oeste me enzalaman. Este usuario, en cambio, con un poco de suerte, al entregar el que acaba de tomar en préstamo comentará que ese cómic le produce mucho hype. Me despido de él pero no me devuelve ese mínimo gesto de cortesía y echa a andar muy serio hasta la puerta. Desde allí, a cinco o seis metros de mi mostrador, cuando hace rato que uno pasó página y se halla tejuelando un volumen muy hardcore de Kant, lanza el niño un ¡adiós! bastante efusivo desde el otro lado del umbral. La primera vez en que así procedió llegué a pensar que me trolleaba, pero con el tiempo no he podido sino aceptar que tiene esa costumbre de despedirse una vez cruza la puerta.
   Otro día, se sienta junto a los ordenadores para un trabajo del colegio. Anda, por su corta edad, todavía aprendiendo a manejar el programa informático, y agradece de forma muy educada mis orientaciones. Al terminar, me informa de que me ha mencionado en los agradecimientos de su trabajo de clase. Cuando, noticiándole cómo debe proceder para guardar el archivo en su memoria USB, le pido que lo titule, no duda en bautizarlo como trabajo de lengua épico. Uno, que nació en los ochenta y es un poco basic, piensa en un primer momento en Aquiles, Beowulf y el Cid Campeador, pero lo de épico, concluyo poco después, no tiene que ver con epopeya alguna.
   -Trabajo de lengua épico -repite ante mi gesto interrogante-. Es que todo lo que yo hago es épico -aclara.
   No se negará el efecto benéfico de los influencers de YouTube en la autoestima de la chavalería.