"La vida es sencilla para el corazón: late mientras puede." Con esta frase comienza Karl Ove Knausgård (1968) La muerte del padre (Anagrama, 2012), primer volumen de los seis que componen Mi lucha (sí, como el libro de Hitler), proyecto ambicioso, de carácter autobiográfico, ya publicado al completo en Noruega y del que acaba de aparecer en España el tercer tomo.
El libro, que se lee de forma fluida, me parece bastante interesante. No obstante, le encuentro un gran pero: ciertos pasajes parecen alargados hasta el hartazgo, estirados como chicle mascado, con lo que se cae en escenas y diálogos superfluos que por momentos condenan la obra a los sótanos de la intrascendencia.
Comienza el volumen con unas consideraciones sobre la muerte en las supuestamente desarrolladas sociedades europeas, anticipando el nudo central del libro, la muerte y los preparativos del entierro del padre del escritor. A lo largo del volumen, entre estos pasajes estirados (acerca de un episodio de la infancia, del despertar sexual del autor, de sus inquietudes literarias y musicales en la adolescencia y alguna que otra fiesta de Nochevieja, etc.), también encontramos observaciones sobre la paternidad, el arte contemporáneo, la relación con su hermano... Pero el conjunto resulta tan diluido como un café al que el camarero nos hubiera echado un buen chorro de agua, como un sesenta por ciento de agua. Y a nosotros, claro, nos gusta el sabor del café, sin adulteraciones, sin garrafón. Quizá exagero.
Y digo que quizá exagero porque durante parte de la novela, ya digo, he disfrutado de forma moderada de la lectura, pero le encuentro el inconveniente de que la paja casi supere al grano. El estilo, por otra parte, es bastante natural, sin excesivos hallazgos ni alambicamientos. Destaca el aliento vital y el tono reflexivo por encima de la retórica.
En cuanto a la traducción, algunos fallos de puntuación (ausencia del punto y coma donde correspondería, por ejemplo) me han llamado la atención. No sé si pensar en cierta precipitación por cuestiones de plazos y prisas, aunque seguramente sería aventurar demasiado. No obstante, se trata de detalles más bien puntuales.
La vocación literaria de Knausgård parece fuera de toda duda (a este respecto viene a declarar que la ambición de escribir "algo grande" es lo que ha dado sentido a su vida y lo ha mantenido en anda), pero eso, ay, no nos garantiza (aquí me incluyo en calidad de autor aficionado) unos resultados brillantes. Con todo, el autor se expone de forma valiente y parece que honesta. Supongo que seguiré leyendo el siguiente volumen, en el que tal vez, me da por pensar, se depuren las goteras que le encuentro a este, pero lo sacaré de la biblioteca o esperaré a que aparezca en edición de bolsillo.