05 mayo 2025

Día del Libro 2025. Unas palabras a vuelapluma

 

                                  Fotografía tomada de SER Andalucía Centro

(*Palabras escritas para ser leídas durante los actos conmemorativos del Día del Libro en la Biblioteca Pública Municipal de Cuevas Bajas, edificio de nueva construcción que abrió sus puertas unos meses atrás). 


Nunca en la Historia ha leído tanta gente como en la actualidad. Aunque el pesimismo se enquista con fuerza en nuestro organismo (y no faltan los motivos), si repasamos las tasas de alfabetización a lo largo de los siglos acaso podríamos llegar a esta conclusión algo esperanzadora. Tampoco ha existido, por mera estadística, tanta gente capacitada para escribir buenos libros. Y sin embargo, aunque casi todos gozamos de la capacidad lectora, nunca será suficiente el trabajo que dediquemos a fomentarla en un mundo en que otros estímulos (a corto plazo más satisfactorios y adictivos) nos llevan a relegarla en favor de segundas o terceras actividades de ocio. El argumento más socorrido para justificar que no se lee, según el último Barómetro de Hábitos de Lectura, sigue siendo la falta de tiempo. Y digo justificar porque lo de no tener tiempo siempre ha sonado a excusa de considerables proporciones, y a menudo comprobamos (como recuerda David Pérez Vega) que mucha gente que afirma no disponer de tiempo para leer libros sí lo tiene en cambio para ver series durante horas en alguna plataforma o mirar varias horas al día la pantalla de su teléfono móvil. Será que nos resulta más complaciente dar esa respuesta antes de reconocer que, en nuestro tiempo libre, tenemos otras prioridades que anteponemos. 

 

La lectura se antoja aún más crucial en los tiempos actuales de polarización y desinformación, en tanto que la cultura, y la formación de cierto espíritu crítico, nos debería ayudar a vacunarnos (en este mundo cada vez más dividido y “propicio al odio”, como lamentaba el poeta Ángel González), contra discursos demagógicos y llevarnos a contrastar una noticia antes de divulgar informaciones de dudosa veracidad, o de una clarísima falsedad (y es que, como avisan los expertos, las patrañas corren por internet a una velocidad mucho más rápida que la verdad).

 

La lectura, en la infancia y adolescencia, ayuda a aplanar la montaña de los exámenes en la vida académica. Según ciertos estudios, los niños que tienen la costumbre de leer en casa (con sus padres al principio, y luego en solitario) llegan a acumular, pasados unos años, hasta un curso de ventaja con el resto. Nos recuerda Irene Vallejo que los neurólogos “están descubriendo que [leer] se cuenta entre los mejores ejercicios posibles para mantener ágil el cerebro” y que “el psicólogo Raymond Marr y su equipo de la Universidad de Toronto probaron en 2006 que las personas que leen son más empáticas que las no lectoras, especialmente quienes frecuentan obras literarias”. Pero, con todos los beneficios que nos reporta la lectura, tampoco debemos caer en el triunfalismo facilón según el cual “leer nos hace mejores personas” (son conocidas las veleidades artísticas de Hitler, y la propensión lectora de Stalin: se puede leer mucho y ser un mal bicho), pero seguramente sí que nos hace más libres, tal vez más inmunes a ser engañados, como afirmaba el poeta Luis García Montero. Los libros nos acompañan, nos fortalecen y, en momentos críticos de la vida (como el caso del joven Mario Vargas Llosa, internado por su padre en un colegio militar) pueden ofrecernos una esperanza tangible y muy poderosa a la que aferrarnos. 

 

Hace unos días volvió a aparecer en los medios la noticia del librero de segunda mano de Rabat que pasa leyendo, desde hace cuatro décadas, todos los ratos perdidos que le deja su trabajo, momento en que suele ser blanco de los flashes de los viandantes, que encuentran la estampa del hombre leyendo junto a esos cientos (quizá miles) de libros de viejo, una escena muy pintoresca y digna de fotografiar. Tan ajenas a los focos como ese librero, en múltiples bibliotecas rurales, como la de Cuevas Bajas, también se da ejemplo y se libra la batalla del fomento de la lectura, con la atención diaria y el desarrollo de actividades como los clubes de lectura, que suponen un importante agente socializador para tejer lazos en nuestras pequeñas comunidades. “El mundo se derrumba y mi pueblo construye una biblioteca”, he afirmado en alguna ocasión, parafraseando lo que dijo Ingrid Bergman a Humphrey Bogart en la película Casablanca (“El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”). Y constituye un motivo de no poca alegría comprobar que el impulso que dieron personas como María Moliner hace casi un siglo para dotar de bibliotecas públicas a los pueblos pequeños de España sigue teniendo continuidad. Larga vida a los libros. Larga vida a las bibliotecas.

 

 

Jesús Artacho