25 noviembre 2024

"La vegetariana", de Han Kang



("Todos los árboles del mundo me parecen mis hermanos.")


No había leído a ningún autor surcoreano (quitando al ensayista Byung-Chul Han), pero sí visto algunas películas de Corea del Sur, mucho antes del boom de Parásitos, y leyendo La vegetariana uno encuentra rasgos que se inscriben en esa tradición, en ese imaginario. La primera película que vi de ese país acaso fuese Old boy, de Park Chan-wook, o tal vez Hierro 3 de Kim Ki-duk, en la época de estudiante en Granada. Durante el visionado de otra película asiática, la taiwanesa El sabor de la sandía, la zona de la calle en que se ubicaba el cine se quedó sin fluido eléctrico y en el Aliatar, ya inexistente, sobrevino un apagón. La pantalla y la sala quedaron a oscuras y se sucedieron unos instantes de desconcierto.

 

Conocía esta novela de haberla visto recomendada en redes años antes de que Han Kang fuese galardonada con el Nobel de Literatura, aunque no me interesó como para leerla. El anuncio del premio Nobel de este 2024 lo recibí, de hecho, con más fastidio que alegría, en la idea de que los suecos habían vuelto a derrapar en su trayectoria errática, como de forma a mi parecer acertada la calificó el escritor David Pérez Vega; una extraña línea de premiación que engloba en un mismo saco a Faulkner y a Churchill, a García Márquez y a Bob Dylan. Así, pensaba dejar pasar la lectura de La vegetariana hasta que, en el club de lectura que coordino a través de la biblioteca donde trabajo, varias personas manifestaron un vivo interés por leer esta novela, publicada en Corea del Sur en 2007, si bien parece que no alcanzó renombre internacional (en Occidente, al menos) hasta que obtuvo el Booker Internacional en 2016. Al año siguiente la editó en España el sello independiente :Rata_, que publicó alguna obra más de Han Kang (Actos humanos, Blanco) pero ya ha desaparecido en uno de esos huracanes del mercado, y después la comenzó a editar Penguin Random House, que ha publicado también La clase de griego y ahora con el Nobel de Literatura imagino que invertirá mucho más en la autora (de hecho, observo que ya en diciembre salen a la luz dos nuevos libros de Han Kang, Actos humanos e Imposible decir adiós). He visto que existe una adaptación cinematográfica de La vegetariana, una producción coreana de 2009, que no está disponible a día de hoy en ninguna plataforma y creo que muy poca gente habrá visto en España.

 

De la sociedad surcoreana actual tenía alguna idea a raíz del programa Españoles en conflictos, de RTVE. Conocía, así, la competitividad extrema y el superrendimiento que caracteriza a esa sociedad que hace que los estudiantes, desde niños, vivan con una gran presión. La tasa de suicidios allí es de las más altas del mundo. Su fijación por la imagen, las operaciones estéticas y el éxito también son bastante notables. Otra costumbre, comentada en el prólogo por Gabi Martínez, es la imposición de, terminada la jornada laboral, salir a tomar copas con los compañeros del trabajo y el jefe, al ritmo que este último marque. De hecho, se comenta que Corea del Sur duplica en consumo de alcohol a la mismísima Rusia. Algunas de estas peculiaridades se atisban en La vegetariana, donde leemos que una mujer se ha sometido a una cirugía estética para agrandarse los ojos, o que el marido de la protagonista llega muy tarde del trabajo, a las doce de la noche.


La novela se compone de tres partes: "La vegetariana", "La mancha mongólica" y "Los árboles en llamas". En la primera conocemos a la protagonista, Yeonghye, que tras unos sueños perturbadores (como si se tratara del comienzo de La metamorfosis de Kafka) deja de comer cualquier alimento que provenga de animales. En esos sueños la carne aparece asociada a la violencia y al salvajismo. Conviene destacar que este cambio en sus hábitos no se debe a una decisión meditada y razonada, como leeremos de forma explícita más adelante:

 

"Ahora hay mucha gente que es vegetariana, pero lo particular en su caso era que no estaban claros los motivos que la habían llevado a aquello."

 

Yeonghye está casada, vive un matrimonio bastante anodino con un tipo que no comprende su drástica decisión y con el que apenas comparte tiempo (se comenta que los fines de semana él mira la tele mientras ella lee en su habitación libros que él tilda de "raros"). En algún fragmento se evidencia una crítica al machismo y a la posición sumisa de la mujer:

 

"Por primera vez en cinco años de casados, salí hacia mi trabajo sin que me ayudara a prepararme y me acompañara hasta la puerta.

-¡Se ha vuelto loca! ¡Completamente loca!"

 

Pero no es sólo que Yeonghye se haga vegetariana, o más bien vegana. Comienza a adelgazar muchísimo y apenas duerme, por lo que su salud se ve desde el primer momento bastante en peligro. En una cena familiar, la presión familiar llega a su culmen cuando su padre (un ser bastante autoritario y violento) la fuerza a comer carne, le pega y se sucede una escena bastante extrema. El clima de extrañeza es palpable a lo largo de numerosas páginas.


La prosa es sencilla, se lee sin dificultad ni necesidad de dosis excesivas de concentración, con algunos momentos poéticos. En la traducción de Sunme Yoon aparecen frecuentes despistes y erratas, que por fortuna no consiguen enturbiar el valor del libro. La estructura parece solvente, el desarrollo acertado. En la primera parte narra en primera persona el marido y, en algunos párrafos, en cursiva, aparecen los sueños de la protagonista y algo de narración desde su perspectiva. En la segunda, que tiene lugar dos años después, se narra en tercera persona desde el punto de vista del cuñado, y en la tercera y última es la visión de la hermana la que conocemos.

 

Si Kafka escribió Deseo de ser piel roja, aquí podríamos hablar del Deseo de ser planta. Pero las concomitancias con la obra del autor de Praga no acaban ahí, y a los lectores de este clásico del siglo XX a buen seguro les vendrá a la mente también el magnífico relato Un artista del hambre. También conocemos durante la lectura algún caso en que el sentimiento exacerbado de la naturaleza desemboca en la parafilia, como (cambiando de tercio y salvando las distancias) en cierta película de Paco León. Se menciona una película del gran Hayao Miyazaki en la que a un personaje le crecen flores en los pies a cada paso que da. En algún momento se critica la falta de libertad, se quejan ante el sometimiento del individuo (y, en concreto, de la mujer) frente al sistema:


"Tu propio cuerpo es lo único a lo que le puedes hacer daño. Es lo único con lo que puedes hacer lo que quieres. Pero ni eso te dejan hacer."

 

Pero estas reflexiones críticas parecen escasas a lo largo de la novela, en la que predominan las partes narrativas, algunas de ellas con imágenes muy poderosas que se impregnan con fuerza en la memoria del lector. Las situaciones límite no escasean, con ambientes perturbadores y cargas de profundidad. La salud mental es otro tema importante en el libro. Me ha venido a la memoria aquella frase de Leopoldo María Panero que decía que a los pacientes de los psiquiátricos se los trataba peor que a los presos, no habiendo cometido ningún delito.


Después de todo (y aunque me cuesta conectar con la literatura asiática, salvo algunas excepciones como el Kenzaburo Oé de Una cuestión personal, entre otros), me alegro mucho de haber leído a Han Kang. La lectura ha sido una muy grata experiencia, y es muy probable que busque más libros de la autora. Una propuesta sin duda muy estimulante y lograda. Me uno a los entusiastas de La vegetariana.

 


05 mayo 2024

"La mancha humana", de Philip Roth

 

En 2021, en Estados Unidos, un profesor universitario fue apartado de su puesto por unas imparables acusaciones de racismo tras poner a sus alumnos una adaptación en blanco y negro de Otelo, de 1965, en la que el personaje era interpretado por un actor blanco (Laurence Olivier) con la cara pintada de negro. La mancha humana, novela de Philip Roth publicada el año 2000, tercera entrega de la conocida como Trilogía americana, que inicia Pastoral americana (1997) y continúa Me casé con un comunista (1998), parece anticiparse a este estado de cosas que se ha ido agudizando en lustros posteriores. El protagonista, Coleman Silk, es un profesor universitario que acaba dimitiendo, si bien en un momento en que la presión sobre su persona ya parecía declinar, tras un incidente en clase tras el cual fue acusado de racista. Mientras pasaba lista, refiriéndose a dos alumnos a los que no había visto aún por clase, y que aunque él lo ignoraba resultaron ser de raza negra, preguntó a los presentes: "¿Conoce alguien a estos alumnos? ¿Tienen existencia sólida o se han hecho negro humo?".

 

En el recomendable ensayo La transformación de la mente moderna, publicado por Deusto en 2019, los autores analizan ciertos fenómenos actuales en los campus estadounidenses, donde se vetan conferencias o contenidos (tanto por parte de la derecha como de la izquierda políticas) que hacen "sentir incómodos" a ciertos alumnos. El propósito de la educación superior, creo recordar que venían a decir los autores, no debería ser hacernos sentir cómodos sino hacernos pensar. En este sentido, asistimos a otra escena similar en la película American fiction, basada en una novela de Percival Everett, cuando un profesor universitario (por otra parte negro) es invitado a tomarse un descanso tras haber hecho sentir incómoda a una alumna por escribir en la pizarra el título de un relato de Flannery O'Connor en el que aparecía la palabra nigger. En otro momento de La mancha humana, una alumna considera las obras de Eurípides (Coleman es profesor de clásicas) degradantes para las mujeres. "¿Eliminamos a Eurípides de la lista de lecturas?", pregunta Coleman. 


La mancha humana plantea cuestiones muy interesantes y presenta un tapiz de las relaciones humanas en la sociedad estadounidense de segunda mitad del siglo XX, pero si estamos acostumbrados a los superventas de digestión rápida puede suceder que se nos haga bola. En su presente narrativo tiene lugar el caso Lewinsky, que el narrador, el Zuckerman de otras novelas de Philip Roth, relaciona con "la tiranía del decoro", lo que en Europa se suele tildar de puritanismo estadounidense. También usa las palabras "éxtasis de la mojigatería", a propósito del episodio de Bill Clinton

 

El caso es que Coleman Silk es (y esto no se nos revela hasta pasadas las cien páginas del libro) una persona de raza negra, un mulato de piel clara hasta el punto de que su raza pasa desapercibida y puede ser ocultada. Este es otro de los secretos de Coleman, que a sus 71 años, siendo viudo, mantiene una relación con una mujer de 34. He aquí otro potencial escándalo.

 

La novela plantea el conflicto en las cien primeras páginas y luego retrocede en la vida de Coleman (analepsis) para hablarnos de su juventud. También hay después páginas de desarrollo de personajes, por lo que se diría que de la cien a la trescientas no hay un avance real en la acción, que en las últimas cien páginas se retoma. En la página 68, no obstante, hay un flash-forward o prolepsis y se nos comunica, a poco que estemos atentos, el final de Coleman y su amante. El estilo de Roth incluye palabras malsonantes, es algo descarnado y desesperado en el primer tramo del libro, y por momentos he pensado en ecos de Thomas Bernhard, también en algunas repeticiones de sintagmas, como sucede en el estilo machacón del genial austríaco, o en la misantropía que muestra Zuckerman: "me parecía que lo último que podría soportar de nuevo sería la compañía constante de otra persona".

 

Entre los personajes principales del libro encontramos también a un veterano de Vietnam torturado por la experiencia de la guerra o a una profesora francesa que se la tiene jurada a Coleman. A propósito del tema racial, y de su ocultación por parte del protagonista, se alude a la película Pinky (1949) de Elia Kazan. Valga decir, para terminar, que el título del libro se explica con una alusión a las criaturas inequívocamente manchadas que somos como seres humanos.

 

Una lectura muy estimulante, un libro sin duda meritorio.

 

29 marzo 2024

"La muerte de Iván Ilich", de Lev Tolstói

 


La muerte de Iván Ilich (1886) es uno de esos libros curiosos en este 2024 si tenemos en cuenta la hipersensibilidad social al spoiler. Desde la primera página (y más aún: desde el título) sabemos que Iván Ilich ha muerto. Ocurre algo similar, salvando las distancias, en Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez. En la primera frase el de Aracataca esculpe en la mente del lector aquello de: "El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 para esperar el buque en que llegaba el obispo". Se avisa del desenlace desde el principio.

 

He empezado leyendo a Tolstói en las distancias cortas: a La tormenta de nieve (Acantilado) le sucedió La felicidad conyugal (de nuevo Acantilado) en mi historial de lecturas, antes de ponerme con este, en la bonita y cuidada edición ilustrada de Nórdica, con traducción de Víctor Gallego. A ninguno de los dos anteriores le había encontrado la genialidad que se espera del autor.

 

La muerte de Iván Ilich sí tiene, a juicio del que escribe, esa grandeza y dimensión universal en un tema tan central en la historia de la literatura como es la muerte. Durante la agonía del protagonista, leemos no sin espanto:

 

"Fue entonces cuando comenzó ese grito, que duró tres días seguidos sin interrupción, tan terrible que no era posible escucharlo a dos puertas de distancia sin quedar horrorizado."

 

Iván Ilich es un funcionario de Justicia, un miembro de la burguesía rusa del siglo XIX, aún bajo dominio zarista. Su vida se antoja gris, rutinaria, sigue los cánones de lo establecido. Al morir, sus compañeros de trabajo quedan retratados como representantes de ese funcionariado sin alma, egoísta e interesado, que atraviesa la geografía y las décadas hasta hoy día, pues leemos:

 

"Iván Ilich era colega de los señores allí reunidos, y todos lo tenían en alta estima. [....] Al enterarse de la muerte de Iván Ilich, el primer pensamiento de cada uno de los presentes fue calibrar en qué medida ese deceso podía favorecer su propio traslado o promoción o el de alguno de sus conocidos". También: "El deceso de un conocido cercano no suscitó en ninguno de ellos, como suele ser el caso, más que un sentimiento de alegría, pues había sido otro quien había pasado a mejor vida. "Es él quien ha muerto, no yo", pensaron o sintieron todos."

 

Tener que presentarse en el funeral les resulta una lata, y además les pilla lejos. Poco después, en el capítulo segundo de los doce en que se divide la novela, Tolstói sigue desplegando esa visión crítica sobre un sector del funcionariado más bien incompetente, trasladable a los carguitos, sinecuras o "chiringuitos" a políticos en la actualidad, en este caso al hablar del padre del protagonista:

 

"...había ido saltando de un ministerio y de un departamento a otro, la típica trayectoria de algunas personas de cierta condición, manifiestamente incapaces de desempeñar ninguna función importante, pero a quienes, en virtud de sus largos años de servicio y del grado que han alcanzado en el escalafón, no se les puede expulsar, y por tanto reciben cargos ficticios e inventados, aunque los rublos con los que se les remunera, de seis a diez mil, son bien reales y les permiten llegar a una edad provecta. A ese género de funcionarios pertenecía el consejero privado Iliá Yefímovich Golovín, inútil engranaje de diversas instituciones inútiles."

 


Poco antes de morir, el funcionario Iván Ilich, casado y con hijos, entra en crisis existencial y se pregunta si ha llevado la vida que debería, si acaso no ha sido todo un engaño. Es este un punto crucial del libro. Tal vez si nos conducimos siempre según las convenciones sociales alguna vez nos dé por pensar, parafraseando a Kundera, que la vida está en otra parte, que algo esencial se nos escapa. Salvando las distancias, en este poema de Miguel d'Ors, incluido en Hacia otra luz más pura (Renacimiento, 1999), el yo poético también estaba seguro de que la verdadera vida se la perdía mientras se ganaba la vida:


"y se me van los años y me meto

ya en los últimos versos del soneto

y me alejo de mí en veloz huida

y contemplando tanta nada junta

mi casi medio siglo se pregunta

dónde demonios estará la vida"


Por otra parte, la experiencia nos dice que cuando echamos la vista atrás en momentos de mucho dolor, como es el caso de Iván Ilich, aquejado de una larga enfermedad incurable, el pasado tiende a presentarse como un despropósito, un desastre, una equivocación. Sabemos también, a poco que seamos algo humildes, que nuestra muerte no alterará el orden del día. Nos iremos y seguirán los pájaros cantando, que decía el poeta de Moguer. Algunos críticos, y de ello se hace eco la contraportada de esta edición, relacionan esta novela con la crisis espiritual profunda que tuvo Tolstói en su medio siglo de vida. Cuando publica esta obra, el autor ya ha dado a la imprenta varias de sus grandes novelas, como Guerra y paz (1867-1869) y Anna Karénina (1878).

 

En cuanto a la estructura, ya decíamos que la obra se compone de doce capítulos. En el primero se habla de la muerte del protagonista y de su entierro, mientras que a partir del segundo se produce una analepsis y el narrador en tercera persona retrocede en el tiempo para contarnos la vida de Iván Ilich, hasta llegar a su agonía en el capítulo doce. Comienza este segundo capítulo, verdadero inicio temporal de la trama, con una frase de mayor impacto que la que abre el libro: "La vida de Iván Ilich no podía haber sido más sencilla, más corriente ni más terrible", calificativo este último que permite entrever una crítica social al modo de vida representado por Iván Ilich. La lógica textual de la obra invita al lector, una vez terminado el libro (y conocida su agonía, su epifanía, su final trascendente), a releer el primer capítulo con muchos más elementos de juicio.

 

He disfrutado la lectura. Aunque con dudas durante buena parte de ella, al terminarla uno acaba comprendiendo las razones para que esta novela corta de Tolstói (1828-1910) ocupe el lugar de privilegio que ocupa en el canon literario.


                                Tumba de Lev Tolstói en Yásnaia Poliana


 

28 enero 2024

La policía filosófica

 


Anoche, de regreso al pueblo para el fin de semana, me paró la policía. Control de documentación. El agente también me formuló un par de preguntas que encontré filosóficas, al interrogarme por el inicio y fin del trayecto, es decir, de dónde venimos y adónde vamos. Me pidió el carné de conducir y dirigió el foco inspector de su linterna a los asientos traseros, antes de invitarme proseguir viaje. Como anda uno viendo capítulos de El circo volador de Monty Python, me he entretenido pensando en una escena titulada “La policía filosófica”. En esa situación ficticia y pretendidamente cómica, el policía preguntaría al conductor “¿de dónde vienes?”, y a la respuesta “de Málaga” replicaría: “oye, ¿no ves mi uniforme? Que soy de la filosófica, sé un poco más abstracto, más conceptual, filosófame un poco que yo vea cómo disertas. ¿Qué opinas de la ontología del ser? Nómbrame a tres presocráticos. Ah, ¿que no? Pues baja del vehículo y quédate ahí reflexionando mientras vas y vienes por el arcén, dando paseítos como buen peripatético. Y cuidado con que no te chive ese cuatroojos que medita su respuesta mesándose la barba, que os veo venir. Si pasado un cuarto de hora no tengo una respuesta aceptable, te multaremos con tres semanas de estudio en biblioteca de los Diálogos de Platón, con preferencia por la Apología de Sócrates, o bien con la entrega de un resumen crítico del Discurso del método de Descartes”.

 


 

21 enero 2024

"Oblómov", de Iván Goncharov

 

 

Iván Aleksándrovich Goncharov nació en 1812. Huérfano de padre a los siete años, pasó un tiempo en un internado. Tuvo estudios universitarios y se estableció en San Petersburgo como funcionario, en el Ministerio de Hacienda. Allí comenzaría a escribir, y debutó en la literatura con Una historia corriente (1844). Según leemos en las solapas de la estupenda edición de Alba, su vida tuvo un final un poco triste, ya que "empezó a manifestar síntomas de enfermedad mental ya en la época de publicación de Oblómov, y pasaría los últimos años de su vida encerrado en su piso de San Petersburgo. En 1860 acusó a Turguénev de robarle argumentos, y más tarde de capitanear una conspiración contra él. Esta idea le persiguió hasta su muerte, en 1891. No había vuelto a escribir una línea en veintidós años".

 

Oblómov se publicó en 1859, seis años después que el relato de Herman Melville Bartleby, el escribiente. Este que escribe desconoce si Iván Goncharov leyó, antes de escribir esta gran novela, la célebre historia de Melville, pero no cabe duda de que Oblómov pertenece de pleno a lo que algunos han venido a denominar "literatura Bartleby", un subgénero difuso en el que también cabe encuadrar Un hombre que duerme de Georges Perec. Si el oficinista neoyorquino del autor de Moby Dick respondía "preferiría no hacerlo" a todas las peticiones de su jefe, el protagonista del libro de Perec es un estudiante que no se levanta de la cama el día de un examen y pasa a recluirse en su buhardilla y a dedicarse a la vida contemplativa (ya comenté esta lectura en el blog, en 2011, aquí). Oblómov, el personaje que da título a esta novela de Goncharov, permanece una gran parte del día tumbado en la cama o echado en el diván, magnetizado por la pereza. No le gustan los cambios, preferiría no salir apenas a la calle, y entona un "¡que viajen ellos!" que se antoja un anticipo de ese otro grito unamuniano. Oblómov tiene asumido el "quédate en casa" que tanto se repetía durante la pandemia del coronavirus, por voluntad propia y se diría que para toda la vida, pese a los estragos que la molicie pueda ocasionar en su salud. Además de estos rasgos, pronto conocemos que Oblómov es un tipo de una nobleza por encima de la media.

 

"...había en el propio carácter de Oblómov algo puro y bondadoso, lleno de profunda simpatía por todo cuanto era noble, por todo cuanto se abría y respondía a la llamada de ese corazón sencillo, ingenuo y siempre confiado."

 

La novela, de más de seiscientas páginas, se estructura en cuatro partes. Oblómov es un noble que siempre ha delegado las tareas más básicas, como ponerse las medias, en su criado. Oblómov, como el Harry Haller de El lobo estepario, es uno de esos personajes que han vivido de espaldas a la vida durante bastante tiempo. 

 

"-¿Y qué vida te gusta? -preguntó Stholz.

-Una distinta.

-¿Se puede saber qué es precisamente lo que tanto te disgusta de esta?

-Pues todo, el constante correr de un lado para otro, el eterno juego d elas pasiones más viles; en particular, la avaricia, las zancadillas de unos y otros para abrirse camino, l,os chismes, la maledicencia, las faenas recíprocas, el mirarle a uno de pies a cabeza..."

  

Se trata de un treintañero terrateniente, circunstancia que permite su vida apática y al margen. Al contrario de lo que podría imaginarse de todo esto, la novela no es monótona ni aburrida, y se lee casi todo el tiempo con mucho interés. Contiene multitud de diálogos, que abundan incluso en la primera parte, en la que el personaje está mayormente tumbado. Las conversaciones con su criado Zajar son ágiles y a menudo cómicas. En la vida de Oblómov, después de todo, hará acto de presencia el amor. Uno se pregunta mientras lee, entonces, si será capaz esta fuerza que todo lo mueve de hacer cambiar de vida al bueno de Oblómov, de terremotar su existencia.

 

Oblómov es una de las novelas rusas del siglo XIX que más he disfrutado. A ello ha contribuido la magnífica edición de Alba. Aunque estamos en enero, a buen seguro estará en mi lista decembrina de mejores lecturas del año.

 

Dejo un último fragmento:

"...tiene una cualidad que vale más que toda inteligencia: ¡un corazón honrado y fiel! Ha conservado esos dones naturales a lo largo de toda su vida. Sufrió toda clase de golpes que le hicieron caer, perder las ilusiones, permanecer inactivo y, al fin, desencantado de todo y sin ganas de vivir, se refugió en el sueño, pero conservó su honradez y su bondad. Ni una sola nota falsa brotó de su corazón, ni se manchó de lodo. Nunca se dejará seducir por una mentira engalanada ni nada le hará seguir un camino falso. Aunque se agite a su alrededor todo un océano de maldad y vileza, aunque todo el mundo esté envenenado y gire al revés, Oblómov jamás rendirá culto al ídolo de la hipocresía. Su alma seguirá siendo pura, honesta y clara... transparente como el cristal. Hay pocas personas como él, son tan escasas como perlas en medio de una muchedumbre. Su corazón es insobornable, se puede confiar en él siempre y en todo." Traducción de Lydia Kúper de Velasco.

 


 

31 diciembre 2023

Lo mejor de 2023

 -Los documentos de Aspern, de Henry James (Penguin).


-El año del desierto, de Pedro Mairal (Libros del Asteroide).


-El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince (Alfaguara).

 

-Aniquilación, de Michel Houellebecq (Anagrama).

 

-El hereje, de Miguel Delibes -relectura- (Círculo de Lectores).

 

-La transformación, de Franz Kafka -relectura- (Círculo de Lectores).

 

-El ala derecha, de Mircea Cartarescu.

 

-La figura de la alfombra, de Henry James (Impedimenta).

 

-Temporada de huracanes, de Fernanda Melchor (Penguin Random House).

 

-Poeta chileno, de Alejandro Zambra (Anagrama).


 *

-Tres caras (2018), de Jafar Panahi. 


-La peor persona del mundo (2021), de Joachim Trier.


-As bestas (2022), de Rodrigo Sorogoyen.


-La doncella (2016), de Park Chan-wook.


-Las acacias (2011), de Pablo Giorgelli (vista por segunda vez).


-El leopardo de las nieves (2021), de Marie Amiguet.

 

-El Crack Dos (1983), de José Luis Garci.

 

-Salvar al soldado Ryan (1998), de Steven Spielberg.

 

-El ángel azul (1930), de Josef von Sternberg.

 

-Interstellar (2014), de Christopher Nolan.


  

29 diciembre 2023

Lecturas de 2023


Libros leídos en 2023:

-Las malas, de Camila Sosa Villada (Tusquets)

-El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince (Booket)

-Aniquilación, de Michel Houellebecq (Anagrama)

-Arrancad las semillas, fusilad a los niños, de Kenzaburo Oé (Anagrama)

-Sumisión, de Michel Houellebecq (Anagrama)

-Diarios. A ratos perdidos 1 y 2, de Rafael Chirbes (Anagrama)

-Cometas en el cielo, de Khaled Hosseini (Salamandra)

-Primer viaje andaluz, de Camilo José Cela (Noguer)

-Un mundo para Julius, de Alfredo Bryce Echenique (Anagrama)

10-Los mundos y los días. Poesía 1970-2009, de Luis Alberto de Cuenca

-Todo cuanto es verdad, de Diego Medina Poveda (Rialp)

-Amar es dónde, de Joan Margarit (Visor)

-El hereje, de Miguel Delibes -relectura- (Círculo de Lectores)

-Los días eternos, de María Elena Higueruelo (Rialp) 

-Los planetas fantasma, de Rosa Berbel (Tusquets) 

-Montevideo, de Enrique Vila-Matas (Seix Barral)

-El arte de la ficción, de James Salter (Salamandra) 

-Cegador, I: El ala izquierda, de Mircea Cartarescu -relectura- (Impedimenta)

-Ariel, de Sylvia Plath (Nórdica)

20-Cegador, II: El cuerpo, de Mircea Cartarescu (Impedimenta) 

-La pasión según G. H., de Clarice Lispector (Siruela)

-Éramos otros, de Andrés Trapiello (Ediciones del Arrabal)

-Cegador, III: El ala derecha, de Mircea Cartarescu (Impedimenta) 

-El corazón es un cazador solitario, de Carson McCullers (Planeta) 

-Eugénie Grandet, de Honoré de Balzac (El Mundo) 

-Los documentos de Aspern, de Henry James (Penguin Random House)

-En tierras de Goliat, de David González (Baile del Sol) 

-Que me maten si…, de Rodrigo Rey Rosa (Seix Barral) 

-Calendario sin fechas, de Josep Pla (Destino) 

30-La felicidad conyugal, de Lev Tolstói (Acantilado) 

-La gran musaraña, de José Antonio Muñoz Rojas (Pre-Textos)

-La figura de la alfombra, de Henry James (Impedimenta) 

-La ciudad de los prodigios, de Eduardo Mendoza (Seix Barral) 

-Temporada de huracanes, de Fernanda Melchor (Random House) 

-El malogrado, de Thomas Bernhard (Alfaguara) 

-Soñar con bicicletas, de Ángeles Mora (Tusquets)

-Malaventura, de Fernando Navarro (Impedimenta)

-Demian, de Hermann Hesse (Alianza) 

-El año del desierto, de Pedro Mairal (Libros del Asteroide) 

40-La condición urbana, de Karmelo C. Iribarren (Renacimiento) 

-Serie B, de Karmelo C. Iribarren (Renacimiento) 

-Ola de frío, de Karmelo C. Iribarren (Renacimiento) 

-La transformación, de Franz Kafka -relectura- (Círculo de Lectores) 

-Tea Rooms. Mujeres obreras, de Luisa Carnés (Hoja de Lata) 

-La familia nórdica, de José Luis Cano (Visor)

-El ruletista, de Mircea Cartarescu -relectura- (Impedimenta) 

-Un día en la vida de Iván Denísovich, de Alexander Solzhenitsyn (Tusquets) 

-El príncipe, de Nicolás Maquiavelo 

 

Audiolibros escuchados en 2023:

-Poeta chileno, de Alejandro Zambra (Anagrama)

-El peligro de estar cuerda, de Rosa Montero (Seix Barral) 

 

25 diciembre 2023

"Tea rooms. Mujeres obreras", de Luisa Carnés

 

Contaba Andrés Trapiello que los escritores de la izquierda perdieron la Guerra Civil y ganaron los manuales de literatura. No es desde luego el caso de Luisa Carnés (1905-1964), que siendo una autora conocida durante los años previos a la guerra, ya en el exilio cayó en el olvido hasta que, no hace ni diez años, ha sido rescatada al calor del marbete de Las Sinsombrero, denominación con la que se reivindica a una nómina de autoras de la Generación del 27. Algunos de los que se muestran críticos con este término advierten de que engloba a autoras muy diversas, de distintas disciplinas artísticas (Rosa Chacel, María Zambrano, Margarita Manso, Ernestina de Champourcín, Maruja Mallo, Concha Méndez, María Teresa León, Josefina de la Torre) y que en documentos de la época no aparecía. Difícilmente podrá pensarse en María Zambrano, que obtuvo en vida el mayor reconocimiento de las letras hispánicas, el Premio Cervantes, como autora silenciada. 

 

El término Las Sinsombrero hace alusión a un acto, se dice que irreverente, en el que participaron Salvador Dalí, García Lorca, Maruja Mallo y Margarita Manso en la Puerta del Sol de Madrid. En los años veinte, durante la dictadura de Primo de Rivera, se quitaron el sombrero descubriéndose la cabeza. Contaba Maruja Mallo: "Un día se nos ocurrió a Federico, a Dalí, a Margarita Manso y a mí quitarnos el sombrero porque decíamos que parecía que estábamos congestionando las ideas. Nos apedrearon llamándonos de todo". Parece ser que Borges escribió un artículo a propósito de esta idea, titulado "Los intelectuales son contrarios a la costumbre de usar sombrero".

 

El libro que nos ocupa, Tea Rooms. Mujeres obreras, se publicó en 1934, cuando Luisa Carnés tenía 29 años, y ha servido a La 1 para basar en él su teleserie Salón de té La Moderna, estrenada este otoño. Tras muchas décadas olvidada (hace apenas diez años no la conocía casi nadie), el nombre de Luisa Carnés ha recobrado su pujanza desde 2015 o así, y ya algunos centros la incluyen como lectura obligatoria de Bachillerato. Carnés nació en Madrid en el seno de una familia humilde y tuvo que empezar a trabajar a la edad de 11 años. En el terreno literario es autodidacta. Militante del PCE, fue asidua colaboradora en la prensa de izquierdas. Se exilió con la guerra, y en México murió a los 59 años a causa de un accidente de tráfico. Tea rooms, publicado por Hoja de Lata, lleva un epílogo de Antonio Plaza, uno de los principales adalides de la recuperación de la obra de Carnés.

 

La novela narra la historia de las trabajadoras de un salón de té en el Madrid de los años treinta, durante la II República. La propia Carnés tuvo este trabajo, y se basó un poco en sus experiencias a la hora de levantar esta novela social, y a ratos también política, en la que se critican las condiciones laborales de estas obreras. Como dato, trabajaban 65 horas semanales, diez cada día salvo los domingos, que echaban cinco. Cada jornada cobraban 3 pesetas (21 semanales, por lo que no es ocioso comentar que trabajaban por cuatro duros). Tea rooms funciona como novela coral en la que, no obstante, la protagonista es Matilde, una joven de familia humilde con conciencia de clase y ciertas ideas políticas (contempla la Rusia que ya comandaba Stalin como un sitio idílico que debería marcar el rumbo a los obreros de los demás países). En la novela parecen criticarse más las diferencias entre ricos y pobres, entre privilegiados y oprimidos, que entre hombres y mujeres.

 

"Su definición de la sociedad: "los que suben en ascensor y los que utilizan la escalera interior", se ha consolidado". 


Aunque este último componente feminista, por supuesto, no está ausente. Así, se quejan con razón de que los maridos consideran que las tareas del hogar no son trabajo, o de que a las empleadas del salón no se les permite estar casadas (mientras que a los camareros sí).

 

"El marido piensa que las cosas de la casa se hacen por sí mismas y no le da importancia alguna al trabajo de su mujer, al embrutecedor trabajo doméstico".

 

Es un poco triste que, cuando piensan en unirse para protestar, casi todas piensan que en el trabajo después de todo no se está tan mal, allí se distraen, se olvidan de sus hogares problemáticos y precarios. Al jefe las empleadas lo apodan "el ogro". No obstante, no se trata de una novela maniquea. El ogro tiene una buena acción y contrata a una joven pobre y desesperada, que luego traiciona su confianza sisando alguna que otra peseta de la caja. De ella se dice: "Parece encontrar en su origen miserable, en su vida de privaciones, un motivo de vanidad: el mismo que suscita en otros la opulencia". De modo que, en este caso, la oprimida queda mal y "el ogro" bien. Sobre la dificultad de la solidaridad o la fraternidad (ni rastro aún del término sororidad) en el trabajo, cuando las circunstancias aprietan, leemos:

 

"Hay que comer, por el medio que sea. Para el estómago todos los medios son lícitos y admisibles. Es sobradamente sabido que el estómago es amoral."

 

La novela empieza floja, con una prosa como de telegrama y mucha frase nominal, pero va creciendo conforme avanzan las páginas hasta conformarse como un todo digno. Con todo, como novelista de esta generación creo que prefiero a Rosa Chacel. Se tratan además temas como el matrimonio, el aborto, la prostitución o el derecho a huelga. Tiene un final no sé si decir "de tesis", que aboga por la lucha de clases como solución a los problemas de la sociedad, un mensaje político muy definido que acaso lastre un poco el conjunto.

26 noviembre 2023

"La condición urbana", "Serie B" y "Ola de frío", de Karmelo C. Iribarren

 

Aprovechando que se encontraban en la biblioteca donde trabajo, he leído de forma consecutiva tres libros de poemas de Karmelo C. Iribarren (San Sebastián, 1959) publicados por Renacimiento. Se trata de La condición urbana (1995), Serie B (1998) y Ola de frío (2007). Hace unos años que Iribarren se mudó a la editorial Visor, donde ahora estos libros aparecen incluidos en su poesía completa.

 

La de Iribarren es una poesía clara, directa, minimalista, sí, pero no llegaría a decir antirretórica (utiliza bastantes comparaciones, polisíndetos, encabalgamientos, algunas metáforas, anáforas...). En un poema de La condición urbana emplea un recurso retórico, la tmesis, que ya emplearon Quevedo o Fray Luis, en este caso para crear un doble sentido crítico y humorístico cuando habla de un simposio y de "eminencias con- / trastadas / en el manejo de las lenguas". Lo que sí exhalan los versos del donostiarra es cierto desdén hacia la poesía más académica o vacuamente ornamental, como en este "Fax a los poetas":

 

"No se preocupen.

Ustedes sigan

adornando

sus jodidos arbolitos

de Navidad.


Yo haré

el trabajo

sucio."


Recuerda uno, en este sentido, un poema muy similar de Roger Wolfe, poeta al que Iribarren cita en La condición urbana. La obra de ambos guarda ciertas concomitancias y se suele enclavar en el realismo sucio. Es perceptible la visión irónica y pesimista de la vida que trasminan los poemas de Iribarren, donde casi siempre -y es de agradecer- está presente la hondura. Destacaría también del autor la habilidad para insuflar a lo que quiere contar toda la fuerza posible que pueda caber en la página, utilizando para ello recursos como los espacios en blanco, la acotación, el paréntesis, con finales a menudo potentes.

 


 

Se trata de un autor con mucha calle, que trabajó de camarero, que consiguió dejar el alcohol, y en sus poemas son frecuentes las escenas callejeras de la ciudad, que el poeta vive u observa: miradas que se cruzan en los bares, trayectos en autobús, reflexiones sobre el hecho de estar vivo en este perro mundo, momentos cotidianos significativos (los músicos callejeros, los mendigos sin techo, las bandas urbanas, los jóvenes que esperan el transporte, los viejos que avanzan por el paso de peatones, ingredientes en definitiva de todo el ecosistema urbano). Como puede verse en el poema anterior, no elude los coloquialismos y los disfemismos ("no te jode", "a ver qué hostias haces"). En el siguiente poema, incluido en Serie B, se observa una aguda crítica social, al tiempo que una gran concisión:


"Los dos

bajaban

por la calle

cubiertos

de sangre.

Nadie

les prestaba

atención.

Así era

la ciudad."


Este tipo de poesía donde abundan las frases cortadas y se abusa del intro hay cierto tipo de lector y de escritor que la desdeñan y ni siquiera la consideran como tal: ya he dicho en anteriores ocasiones que a mí me gustan diferentes tipos de poesía, y la de Iribarren, por supuesto, no es una excepción. Normalmente no hay rima, aunque a veces aparecen algunas asonancias. La C. del nombre del autor es de su primer apellido, Caballero, por lo que sus forofos pueden hacer la rima fácil:


"Poderoso Caballero

es don Karmelo."


La de Iribarren es una voz poética con personalidad y un estilo definido desde sus inicios. No escapa tampoco de cierto componente sentimental (en el buen sentido). Lo único que echa un poco para atrás es que se sucedan y proliferen las reediciones de sus libros, las segundas y terceras ediciones aumentadas, las antologías, las poesías completas que se amplían cada dos años, hecho ante el cual el lector que espera tener un libro definitivo entre las manos acaso sienta cierta frustración, y que no invita demasiado a la fidelidad. Dejo para terminar un último poema, incluido en Serie B, titulado "Ritual sangriento":


"Dejo el periódico sobre

la barra. Enciendo

un cigarrillo. Tomo

el primer trago de café. Otra

calada, y después otra más

fuerte. Ya está. Ya estoy

en marcha, me digo. Ya puedo

hacerle frente a esta locura.

Ahora, a ver si hay suerte,

y algo me llega al corazón."