La historia que cuenta este libro resulta cuanto menos llamativa: un niño se sube un día a una encina y decide que ya no bajará nunca más. Cósimo, el primogénito del barón de Rondó, se niega a comer un plato de caracoles, desobedeciendo a sus padres, y a continuación sale a la calle para encaramarse a un árbol del jardín. Comienza así su particular rebelión.
Y desde este punto de partida, Italo Calvino se las ingenia para montar una novela acerca de algo tan aparentemente anodino como puede ser la vida sobre los árboles. Conforme avanzan las páginas veremos a Cósimo familiarizarse con su nueva vida. Pasará de un árbol a otro como si de un primate se tratara, y se verá envuelto en mil aventuras. El hecho de no pisar tierra no le impedirá cuestiones tan elementales como alimentarse, dormir o abrigarse. Podrá leer desde lo alto los libros que su hermano le va pasando, y también tendrá la oportunidad de descubrir el amor:
“Se conocieron. Él la conoció a ella y a sí mismo, porque en realidad nunca se había conocido. Y ella lo conoció a él y a sí misma, porque aun habiéndose conocido siempre, jamás se había podido reconocer así.”
El libro está ambientado en el siglo XVIII, comienza concretamente en 1767, por lo que el barón vivirá los años de la Revolución Francesa y también conocerá en persona al mismísimo Napoleón (aquí el lector que recuerde la historia entre Alejandro Magno y Diógenes esbozará una tenue sonrisa). Pero no hay que pensar por todo esto que se trate de una novela histórica. La novela parece más bien emparentada con los cuentos infantiles, con la literatura juvenil, e incluso con los cuentos filosóficos típicos de la Ilustración (caso del Cándido de Voltaire), como apunta el propio Calvino en una introducción al libro que en su día firmó bajo seudónimo. En mi opinión la novela destaca más por lo que cuenta que por el estilo del autor.
Se trata de una lectura entretenida e imaginativa.