17 abril 2021

"Mientras agonizo", de William Faulkner

 


Mientras agonizo, quinta novela de William Faulkner (1897-1962), fue publicada en 1930, un año después de El ruido y la furia y uno antes de Santuario. La he leído en la edición de Anagrama, en su colección Compactos, y concretamente la que conmemora el quincuagésimo aniversario de la editorial. La traducción es de Jesús Zulaika.


Se trata de una novela tremenda y genial que, eso sí, requiere un lector activo y entrenado que encaje las piezas del mosaico narrativo (aunque tampoco es para tanto). Está estructurada en fragmentos breves encabezados por el nombre del personaje desde cuyo punto de vista se nos cuenta la escena. Tenemos por tanto una multitud de voces, de narradores que construyen la historia (polifonía, multiperspectivismo), todo lo contrario al narrador único y omnisciente típico del siglo XIX. El tiempo tampoco es del todo lineal. Se trata de una forma fragmentada de acometer la narración -esta que emprende Faulkner- que se enclava en la renovación novelística del siglo XX, a la que contribuyeron también autores como Virginia Woolf, Kafka o James Joyce. Auténtico clásico, autor ineludible, el influjo de Faulkner en la novela posterior resulta apabullante, desde la América hispana (Juan Rulfo, Onetti, Vargas Llosa, Carlos Fuentes) hasta autores españoles como Luis Martín-Santos. La forma en que avanza la trama y salta en el tiempo también la han empleado, como no deja de ser lógico, algunos cineastas (pienso, por ejemplo, en el Alejandro González Iñárritu de Amores perros, 21 gramos o Babel).


La familia protagonista, los Bundren, está formada por la madre (Addie), a la que al principio encontramos en su lecho de muerte, el padre (Anse) y sus cinco hijos, cuatro varones (Cash, Darl, Jewel y Vardaman) y una mujer (Dewey Dell). Son agricultores y viven en el campo, en el sur de Estados Unidos, en el condado de Yoknapatawpha, territorio faulkneriano por excelencia que nos lleva a pensar en otras geografías míticas surgidas a posteriori como la Comala de Rulfo, el Macondo de García Márquez o la Santa María de Onetti. Se trata de la primera vez que aparece el nombre de Yoknapatawpha en la obra de este Premio Nobel de 1949. No quisiera destripar la trama, pero quizá no sea excesivo comentar que, una vez que la madre muere, la familia emprende un viaje con el fin de darle sepultura en la ciudad de Jefferson, donde ella quería ser enterrada junto a su familia.


Que los Bundren sean gentes de campo, a comienzos del siglo XX, cuando las comunicaciones eran muy inferiores a la actualidad y las distancias por lo tanto más grandes, resulta definitorio y marca una diferencia en ellos con respecto a la gente que vive en las ciudades. Ellos mismos son conscientes de este abismo. El campo se concibe como un sitio de pobreza y desgracia desde el que se mira a la urbe con sentimiento de inferioridad: "Somos gente de campo, no tan buena como la gente de ciudad", dice Dewey Dell, la hija, que cuenta diecisiete años. Y poco después, Vardaman:


"Yo no le dije a Dios que me hiciera en el campo. Si puede hacer un tren, ¿por qué no puede hacernos a todos en la ciudad, donde hay harina y azúcar y café?"


Nacer en el medio rural, pues, se percibe como un fatum trágico, un lugar desfavorecido, lleno de dificultades. El nombre de Vardaman, dicho sea de paso, me lleva a pensar en una novela de Unai Elorriaga, Vredaman. Me consta que el vasco es un admirador de Faulkner, pero ignoro si se trata de una referencia clara esta de Elorriaga, escritor que parece haber abandonado la primera escena de las letras españolas después de irrumpir con Un tranvía en SP, que le valió el Nacional de Narrativa. Tanto esta como su siguiente novela, El pelo de Van't Hoff, me gustaron. Luego ha ido espaciando más sus publicaciones y sus últimas dos novelas no sé si han llegado siquiera a traducirse del euskera al castellano. 


Pero volvamos a Mientras agonizo, un título que, según el propio Faulkner, tomó de la Odisea, de un parlamento de Agamenón a Ulises en el que leemos: "Mientras agonizo, la mujer de los ojos de perro no me cierra los ojos cuando ya desciendo a Hades".


Desde el principio he tenido la sensación de estar leyendo un gran libro, una historia muy potente, con el aire de una obra maestra, y no creo que se trate de mera sugestión, sino de algo que confirmaba el transcurso de las páginas, la inmanencia del texto. Como única pega, en algún punto aparecen reflexiones demasiado abstractas y elevadas sobre el Tiempo en personajes del mundo rural muy apegados, me parece, a lo pragmático y lo tangente. Sin destripar nada, hay algún miembro de esta familia algo cabroncete, y ese retrato que hace Faulkner es tan acertado como universal, porque ¿quién no conoce a algún allegado con actitudes así de ponzoñosas?


También llaman la atención detalles que nos dan cuenta de los tiempos pretecnológicos en que se ambienta la novela, y me vienen recuerdos de mi abuela, nacida en 1933, cuando contaba que sabían la hora por el sitio en que da la sombra en cierto momento del día, o los vínculos vecinales, cuando por lo general casi todos se ayudaban, mucho más estrechos que en la actualidad, donde impera el egoísmo y vamos un poco más a lo nuestro (supongo que en parte es comprensible porque somos más autónomos, necesitamos poco del vecino).


Este novelón acaso sea una excelente forma de acercarse al autor por primera vez. Basta este libro para sentir, como decía Sazatornil en Amanece, que no es poco, "verdadera devoción por Faulkner". La obra fue llevada al cine en 2013 por James Franco, con el título original de la novela (As I lay dying), traducida en España como El último deseo. No la he visto. Me parece bastante bonita la edición de Anagrama.


Valoración: 5/5


"Como mi tío Billy suele decir, un hombre no es tan diferente de un caballo o una mula, a fin de cuentas, salvo en que una mula o un caballo tiene un poco más de sentido común".


"...siempre sentado a la mesa para la cena con los ojos más allá de la comida y de la lámpara, [....] con las órbitas llenas de la lejanía de más allá de los campos".


"A veces no estoy tan seguro de que alguien tenga derecho a decir quién está loco y quién no. A veces pienso que ninguno de nosotros está loco del todo o cuerdo del todo hasta que la gente decide inclinar a un lado o a otro la balanza. Es como si no importara tanto lo que un tipo hace, sino la forma en que la mayoría de la gente le está mirando cuando lo hace."


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