La vida de escritor, piensa uno a veces, es como la vida de un topo. Un topo que se mueve por su madriguera, que descubre y explora las madrigueras que abrieron otros topos, que trata en el mejor de los casos de escarbar una nueva senda o de ahondar en una ya abierta en esa gran madriguera llena de caminos que se cruzan que ya parece no admitir más vías.
De cuando en cuando el topo sale a la luz. Y entonces abre los ojos y -un poco deslumbrado o muy deslumbrado o ferozmente deslumbrado- mira. Mira alrededor y, en comparación con la monotonía de la madriguera, todo le sorprende. Noqueado ante la asombrosa multiplicidad de la vida, la inagotable fuente que se abre a sus ojos, se apresura a hacer acopio de material y decide que lo más prudente será volver a la madriguera. Y trabaja. Camina, busca, se pierde. A veces la búsqueda se salda con un poco de tierra en las uñas y en la boca. Otras, sin embargo, algo encuentra o cree que encuentra: ahí, piensa, se esconde una novela, eso me despertó un poema que sin saberlo llevaba conmigo aletargado desde hace tiempo, eso otro da para un relato, esta reflexión podría plasmarse y crecer en un ensayo. Y, entonces, cuando ya lo tiene, con el libro entre los dientes asciende a la superficie. Unos topos, pocos, ahí lo dejan, incondicionalmente, sabiendo que tal vez sólo será acariciado por el viento, pero lo comparte por si a alguien le dice algo. Otros, en cambio, lo presentan en sociedad. Siempre existe el peligro de que algún topo quede seducido por la presentación de su libro y por los aledaños de la presentación de su libro y descuide un poco la madriguera. Quizá cuando regrese la tierra se le haya comido alguna vía por la que él ya se veía discurriendo, o quizá no. Quizá eso ni siquiera le importe. No lo sabemos. Cada topo con su tema. Cada topo con su porción de madriguera, más grande la de unos, menor pero no por ello menos necesaria la de otros. Pero todos los topos en la misma madriguera, haciendo una fuerza común en la excavación, en distintas direcciones. Incluso los topos rabiosamente enfrentados tienen esto en común. Hay algunos que hace tiempo dejaron de escarbar, de moverse del sitio, dejándose caer en el sedentarismo, pero siguen saliendo a la superficie con nuevos libros, en realidad parecidos a los anteriores.
Algunos topos, cuando están en la superficie, presentan cierta cavidad nostálgica en la mirada, un vago aire de lejana galería subterránea, la terrible nostalgia del olor a tierra, a tierra húmeda.
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