31 diciembre 2021

Lo mejor de 2021

 -Mientras agonizo, de William Faulkner (Anagrama)

-Campos de Níjar / La Chanca, de Juan Goytisolo (Galaxia Gutenberg / Seix Barral)

 

 

-Quasi una fantasia / El volador de cometas (2ª ed.), de Andrés Trapiello (Ediciones del Arrabal / Renacimiento)


-De vez en cuando, como todo el mundo, de Marcelo Lillo (Lumen)

-Poesías completas 2019, de Miguel d'Ors (Renacimiento)


-Trilogía sucia de La Habana, de Pedro Juan Gutiérrez (Anagrama)

-El infinito en un junco, de Irene Vallejo (Siruela)

-Caminaré entre las ratas, de David Pérez Vega (Carpe Noctem)


 -Las ninfas, de Francisco Umbral (Destino)

-El perfume, de Patrick Süskind (Booket)


-An Elephant Sitting Still (2018), de Hu Bo


 -Ocho sentencias de muerte (1949), de Robert Hamer

-Mandarinas (2013), de Zaza Urushadze

 -El crack (1981), de José Luis Garci


 -Mesas separadas (1958), de Delbert Mann


-¿Dónde está la casa de mi amigo? (1987) / Y la vida continúa (1992), de Abbas Kiarostami

 

-Buda explotó por vergüenza (2007), de Hanna Makhmalbaf

-El mago de Oz (1939), de Victor Fleming

-My Mexican Bretzel (2019), de Nuria Giménez Lorang

-La leyenda del tiempo (2006), de Isaki Lacuesa

30 diciembre 2021

Lecturas de 2021

Francesc Català-Roca (1953)


-Magistral, de Rubén Martín Giráldez (Jekyll & Jill)

-La mujer del bombero, de Richard Bausch (Tropismos)

-Asimetría, de Adam Zagajewski (Acantilado)

-Aquí estuvo Kilroy, de Miguel Ángel Herranz (Renacimiento)

-La piel fría, de Albert Sánchez Piñol (Edhasa)

-Conversaciones entre alquimistas, de Jorge Riechmann (Tusquets)

-Trenes hacia Tokio, de Alberto Olmos (Lengua de Trapo)

-Poesía completa, de Víctor Botas (La Isla de Siltolá)

-Cinco historias del mar, de Josep Pla (Destino)

10-Los siete locos, de Roberto Arlt (Losada)

-Capital de la gloria, de Juan Eduardo Zúñiga (Círculo de Lectores)

-Obsolescencia programada, de Víctor Peña Dacosta (RIL Editores)

-Lamentaciones de un prepucio, de Shalom Auslander (Blackie Books)

-Caminaré entre las ratas, de David Pérez Vega (Carpe Noctem)

-El silencio del patinador, de Juan Manuel de Prada (Valdemar)

-Poesía reunida, de Ida Vitale (Tusquets)

-El astillero, de Juan Carlos Onetti (Cátedra)

-Mientras agonizo, de William Faulkner (Anagrama)

-La tormenta de nieve, de León Tolstoi (Acantilado)

20-El infinito en un junco, de Irene Vallejo (Siruela)

-Poesías completas 2019, de Miguel d’Ors (Renacimiento)

-De vez en cuando, como todo el mundo, de Marcelo Lillo (Lumen)

-El boxeador polaco, de Eduardo Halfon (Libros del Asteroide)

-Canción, de Eduardo Halfon (Libros del Asteroide)

-Un amor, de Sara Mesa (Anagrama)

-Trilogía sucia de La Habana, de Pedro Juan Gutiérrez (Anagrama)

-Ciudad del hombre, de José María Fonollosa (Edhasa)

-Quasi una fantasia, de Andrés Trapiello (Ediciones del Arrabal)

-El descenso, de Anna Kavan (Navona)

30-El siglo de las luces, de Alejo Carpentier (Austral)

-Esto no es Bambi, de David Pérez Vega (MacLein y Parker)

-Rimas y leyendas, de Gustavo Adolfo Bécquer (Austral)

-Leyendas, de Gustavo Adolfo Bécquer (Espasa)

-Colección de días, de José Luis García Martín (Renacimiento)

-Ilíada, de Homero (Gredos)

-La isla, de Juan Goytisolo (Aguilar)

-Campos de Níjar, de Juan Goytisolo (Aguilar)

-La Chanca, de Juan Goytisolo (Aguilar)

-Feria, de Ana Iris Simón (Círculo de Tiza)

40-La abadía de Northanger, de Jane Austen (Alba)

-Alfanhuí, de Rafael Sánchez Ferlosio (Destino)

-El volador de cometas, de Andrés Trapiello (Renacimiento)

-Diario inusitado de un tipo en desuso, de Jesús Tíscar Jandra (Marli Brosgen)

-El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, Tatiana Tibuleac (Impedimenta)

-Mafalda 1, de Quino (Lumen)

-El espejo discreto, de Ana Pérez Cañamares (Pre-Textos)

-Memorias de Leticia Valle, de Rosa Chacel (Comba)

-Poesías completas, de Macedonio Fernández (Visor)

-Mafalda 2, de Quino (Lumen)

50-Los fantasmas del deseo, de Luis Cernuda (Renacimiento)

-Mafalda 3, de Quino (Lumen)

-Las ninfas, de Francisco Umbral (Destino)

-Cumbres borrascosas, de Emilly Brontë (Alianza) 

-Mafalda 4, de Quino (Lumen)
-El perfume, de Patrick Süskind (Booket)

19 diciembre 2021

"Campos de Níjar" y "La Chanca", de Juan Goytisolo

 

Juan Goytisolo, nacido en Barcelona en 1931 y muerto en Marrakech en 2017, publicó en los años sesenta estos dos libros a raíz de un viaje por tierras almerienses que llevó a cabo en 1956. Ambos me han parecido excelentes, pero escribo esto varios meses después de terminarlos, valiéndome de las notas que tomé durante la lectura, y me temo que la entrada puede resentirse. Así comienza Campos de Níjar (Seix Barral, 1960):

 

"Recuerdo muy bien la profunda impresión de violencia y pobreza que me produjo Almería, viniendo por la nacional 340, la primera vez que la visité".

 

El hecho de que se trate de un libro de viajes de un novelista nos lleva a pensar en el Cela de Viaje a la Alcarria, publicado doce años antes, en 1948. Pero, aunque ambos son relatos de la España profunda escritos con una gran prosa, en el caso de Goytisolo el compromiso con la geografía narrada es mayor, hay una denuncia social, una crítica al franquismo en ese retrato humano de los márgenes. Goytisolo, en su lápida, ordenó que se escribiera: escritor. Camilo José Cela, en cambio, habiendo ganado y todo el premio Nobel, sólo puso: Marqués de Iria Flavia. Maneras de definirse que dicen mucho.


"La cama es buena para quien tiene el estómago lleno y sabe que al día siguiente no habrá de faltarle lo necesario, pudiendo ir de un sitio a otro sin ser esclavo en ninguno, y mirar las cosas desde fuera, como un espectador ajeno al drama. Uno sabe también eso y, cuando apaga la luz, piensa en los otros".

 

Goytisolo recoge el acento andaluz en sus diálogos con las gentes de la zona. La riqueza de su castellano es fascinante. La madre del premio Cervantes, por otra parte, murió en 1938 durante un bombardeo sobre Barcelona, en plena Guerra Civil. Varios de los libros de Juan Goytisolo fueron censurados y se publicaron originariamente en el extranjero. La Chanca, sin ir más lejos, no circuló en España hasta los años ochenta.


"Eso del adagio de "a quien madruga, Dios le ayuda" me ha aprecido siempre un engañabobos y mi impresión se confirmó aquel amanecer en Gata. Por la plaza deambulaban sombras flacas y mal vestidas, había un acento de desesperación en los rostros y, mientras me alejaba del pueblo hacia los saladares, pensé que quien inventó el refrán debió levantarse toda su vida a las once -hora en que suelen ver el sol aquellos a quienes el cielo colma con sus dones -y que lo de madrugar lo dijo, probablemente, con ironía."

 

A este que escribe, como a Goytisolo, siempre le ha llamado la atención ese refrán, y a veces he pensado que parece un intento de consolar al trabajador pobre y contribuir a que se conforme con su situación de sometimiento. Lo debió de inventar algún noble o alto eclesiástico en época feudal.



Al comienzo de La Chanca (Seix Barral, 1962), otro libro magnífico que me ha parecido ver que en la actualidad se encuentra descatalogado, Goytisolo declara su propósito de "conocer la vida de los millones de hombres sin historia de que nos habla Unamuno", de esos hombres "que se levantan a una orden del sol y van a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana". Entronca, pues, con el concepto unamuniano de intrahistoria, con el cual se otorga importancia a la España real, la cotidiana, frente a la España oficial, la que aparece en los medios de comunicación.


En La Chanca encontramos tremendos testimonios de la gente de a pie. Goytisolo ofrece una visibilización de los de abajo, da voz a los olvidados. Carlos Pérez Siquier, muerto no hace mucho, dirigió también su mirada a este barrio almeriense y lo fotografió de manera memorable. La Chanca era un barrio de pescadores donde el analfabetismo alcanzaba el setenta por ciento, donde proliferaba la miseria, carecían de médico, en mitad de una zona árida, de una orografía similar a la africana. Resulta coherente, pues, que su magnetismo atrajese a un autor que luego se iría a vivir a Marruecos. En la actualidad, según informa wikipedia, La Chanca es un barrio popular, multicultural, que destaca como cuna de artistas flamencos. En 2011 se promovió su candidatura como Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad en la UNESCO.

 

"Por esto me gusta Almería. Porque no tiene Giralda ni Alhambra. Porque no intenta cubrirse con ropajes ni adornos. Porque es una tierra desnuda, verdadera..." 


Estos dos libros no faltarán en la habitual lista de este blog con las mejores lecturas del año, que dentro de no mucho publicaremos. 

 

                                        La Chanca vista por Carlos Pérez Siquier


05 diciembre 2021

"An Elephant Sitting Still" (2018), de Hu Bo

 


An Elephant Sitting Still (traducida a veces como Un elefante sentado y quieto) es la primera y única película del cineasta chino Hu Bo, que se quitó la vida con 29 años apenas terminó el filme. Según el testimonio no sé si acreditado de Wikipedia, en la decisión del suicidio tuvieron que ver los conflictos con los productores de la película, que querían que Hu Bo acortara a dos horas el metraje de la película, que dura el doble. El año de su muerte, 2017, vieron la luz dos novelas suyas, en una de las cuales se basa para esta gran película estrenada en 2018 de forma póstuma. Que la historia se sostuviera antes sobre el papel acaso dote al producto audiovisual de una solidez en la urdimbre narrativa y emocional que nadie mejor que Hu Bo, por otra parte, habría conseguido trasladar al celuloide.

 

La primera hora de película se antoja una cartografía del desamparo: adolescentes con problemas que sufren al matón del instituto, un anciano al que quieren meter en una residencia sin su aquiesciencia, un marido que descubre a su mujer acostándose con su mejor amigo... El hecho de conocer que Béla Tarr, el aclamado director húngaro, fue mentor de Hu Bo, podía llevarnos a pensar en que la propuesta del director chino tendría poca acción; sin embargo, en An Elephant Sitting Still pasan muchas cosas. El cine del húngaro, primoroso y en ocasiones plomizo, ha dado por otra parte grandes resultados, como en Armonías de Werckmeister, adaptación de la novela de su compatriota y candidato al Nobel de Literatura Laszlo Krasznahorkai. El libro se titulaba Melancolía de la resistencia y no tengo problema en confesar que lo abandoné por la mitad, incapaz de entrar en la propuesta. La adaptación de Béla Tarr, en cambio, sí la he visto en algunos listados de lo mejor del séptimo arte en lo que va de siglo XXI, y me he alegrado de ello. A Hu Bo creo que llegué a través de David Pérez Vega, que en su Facebook y en YouTube la recomendó (de justicia es mencionarlo). Está disponible en Filmin.

 

La película diría que funciona como drama existencialista, de conclusiones devastadoras acerca de cómo somos las personas y el mundo que nos hemos dado, con momentos muy humanos dentro de una historia de frustración, venganza, humillaciones, conflicto. Se dan momentos de inesperada comunión entre personajes antagónicos. El peso de la vida se intuye en las miradas. Lo que en un principio parecen historias paralelas acaban confluyendo y todo queda interconectado. Al final, uno de los protagonistas pretende escapar, y otro, mayor que él, le advierte: "podéis ir adonde queráis, da igual el lugar. Cuando lleguéis todo seguirá igual". El drama ya lo dictaminó Campoamor con aquellos versos: "cambiar de destino no es sino cambiar de dolor" (cito de memoria y, probablemente, con inexactitud). Hay en varios personajes de la película una conciencia de la fatalidad, de que todo se echó a perder y no hay remedio, un pesimismo profundo no exento de desconfianza hacia el género humano. El estilo narrativo tira de planos secuencia, si bien en cada escena, no a lo largo de toda la cinta como en Birdman de Iñárritu o La soga de Hitchcock. El título alude a una historia que ha llegado a oídos de varios personajes, según la cual en Manzhouli -ciudad del noreste chino- hay un elefante que se pasa el día sentado y quieto. A pesar de que los visitantes del zoo le tiran comida, el animal se muestra impasible y no reacciona. Se trata de un relato que ejerce fascinación en los personajes, alguno de los cuales piensa en ir a verlo. Hay quien habla a raíz de esto de una alegoría con el país de China, "el gigante dormido". Yo lo asocié más bien a la vena hastiada y depresiva de la película, una inacción al estilo del absurdo de Beckett en Esperando a Godot.


Una película estupenda que entrará, me parece, en mi lista habitual de lo mejor del año. Primeriza y a un tiempo magistral. 

 

17 octubre 2021

"La abadía de Northanger", de Jane Austen

 

La abadía de Northanger, primera novela escrita por Jane Austen, se terminó de escribir en 1803. No vio la luz hasta 1818, un año después de morir su autora. Podríamos, por una vez, rememorar el modus operandi de José Luis Garci en Qué grande es el cine y dar algunos datos sobre ese año: 1818. En España reinaba el monarca absoluto Fernando VII. Se publicó ese año Frankenstein de Mary Shelley. Chile se independizó de España. El 24 de diciembre, en la actual Austria, se interpretó por primera vez el villancico Noche de Paz, durante la misa de Navidad, dirigido por sus autores Franz Xaver Gruber y Joseph Mor. En Madrid se funda el Museo del Prado. En 1818 nacieron Karl Marx y Emily Brontë, autora de Cumbres borrascosas. También ese año se publicó otra novela de Jane Austen, Persuasión. La autora inglesa había publicado en vida cuatro: Sentido y sensibilidad (también traducida como Juicio y sentimiento, o Sensatez y sentimientos), Orgullo y prejuicio, Mansfield Park y Emma.

 

La abadía de Northanger se antoja una novela correctamente redactada pero narrativamente deficiente, desprovista de tensión narrativa, de sorpresas, de chicha. Trata pocos temas de interés y las pasiones tampoco destacan por su intensidad concentrada en momentos climáticos. Hay cierta frivolidad en el ambmiente, conversaciones sobre vestidos, peinados, bailes, ocio, parejas... Hace un par de años, a propósito del centenario de George Eliot, la autora de Middlemarch, causó cierta polémica un artículo donde se afirmaba que Jane Austen era para marujas.


Catherine Morland, la protagonista, es calificada por la narradora de heroína. Imaginamos que en el sentido de sinónimo de personaje principal, porque desde luego le desconocemos cualquier tipo de hazaña. Acaso sea una heroína que, como la Vetusta de Clarín, duerma la siesta. Pensamos en heroicidades y seguramente Mariana Pineda las alcanzó ("hizo cosas", que diría Rajoy) pero a Catherine Morland no la vemos hecha de esa pasta. Catherine, eso sí, es lectora, una adolescente que no quiere estudiar pero lee a Shakespeare, la Biblia, novelas góticas y muchos otros libros (difícil que eso suceda hoy con alguien de su edad sin interés por los estudios).

 

En la segunda mitad de la obra, Catherine es invitada a vivir en una abadía, lugar que ella asocia a un sinfín de misterios y secretos fruto de la lectura de novelas góticas que tan famosas eran entonces. Se produce entonces una pequeña parodia o sátira. Catherine tiene la imaginación intoxicada por ideas novelescas de esos lugares que han sido escenarios de libros que ha leído y que no necesariamente se corresponden con la realidad. Parece haber cierto vicio quijotesco en esto, que da lugar algún momento cómico: "Parecía que todo ello fuese producto del influjo de aquella clase de lecturas a las que se había aficionado", leemos. Se refieren más de una vez a Los misterios de Udolfo, una de las novelas de Ann Radcliffe, representante de este tipo de narrativa.

 

Más de una vez se nos da cuenta, también, de la mala prensa de que gozaba la lectura de novelas en la época. La narradora viene a decir que no quiere alimentar la mala fama de las novelas, engordada a veces por los propios novelistas. Austen las defiende. Ha de ser ese mantra, que más de uno hemos escuchado, de que en el XIX carecían de prestigio y se consideraban propias de señoritas ociosas ("Los hombres leen libros mejores", dice Catherine). Dos siglos después, y pese a que se ha anunciado la muerte de la novela cientos de veces, el género parece gozar de buena salud y siguen leyéndose mucho. No obstante, no faltan algunas afirmaciones en su contra, como la de Josep Pla cuando dijo aquello de: "Considero que un hombre que después de los 40 años aún lee novelas es un puro cretino".

 

En cuanto a la situación de la mujer en la época, se menciona a Samuel Richardson, el autor de Pamela, según el cual la iniciativa en el amor siempre debía corresponder al hombre. La dama no podía ilusionarse ni soñar nada antes que el varón mostrara su interés. Parece que Jane Austen transgrede un poco esto y sí le permite a su protagonista albergar ciertos sentimientos antes de que el hombre exprese su interés. Dos siglos después, ya se sabe, en este sentido las cosas han cambiado mucho.


El final -no es spoiler- ya lo conocíamos por los memes, porque si una tragedia griega acaba siempre con muertos, una novela de Jane Austen también sabemos de antemano que terminará en el altar.

 

Me ha dejado escaso poso, creo que la empecé a olvidar antes incluso de terminar la lectura.

 

02 octubre 2021

"Ilíada", de Homero


A veces uno no sabe, tras leer este tipo de clásicos, si merece la pena dedicar una entrada en el blog, porque qué decir que no se haya dicho ya. Había leído la Odisea en el verano de 2001, un libro seguramente más ameno y atractivo por el sinfín de aventuras en las que Odiseo se ve envuelto, las criaturas mitológicas con las que se cruza, etcétera. La Ilíada, como sabemos, es de temática principalmente bélica. Narra las vicisitudes de la Guerra de Troya, pero no en su conjunto, sólo en lo que respecta a la etapa de la cólera de Aquiles, durante el décimo año de la guerra. Así lo vemos en la frase primera del libro, que durante siglos servía para identificar la obra como actualmente lo hace el título:

 

"La cólera canta, oh Diosa, del Pelida Aquiles, maldita, que causó a los aqueos incontables dolores..."  

 

Los griegos nunca son llamados así, sino aqueos o argivos, o dánaos y, en ocasiones, panhelenos. Según cuenta Irene Vallejo en El infinito en un junco, este libro lo llevaba Alejandro Magno consigo en sus conquistas, y lo ponía bajo la almohada allí donde dormía. Por aquella época (siglo IV a. C.) el formato de los libros era el rollo de papiro, y lo habitual (incluso en las bibliotecas, que hoy asociamos al silencio) la lectura en voz alta. Los griegos al escribir, por cierto, no dejaban espacio entre las palabras. Sí reconocieron ya la figura del autor, a diferencia de los egipcios, donde predominaba el anonimato. Zenódoto de Éfeso, primer bibliotecario de Alejandría, fue también el primer editor crítico de Homero. El autor de la Ilíada -parece que era ciego- vivió en el siglo VIII a. C. y la lejanía en el tiempo crea algunas sombras sobre su figura. El componente oral era predominante en la literatura de la época, y parece que la Ilíada era recitada por los rapsodas de entonces, los aedos (Homero era uno de ellos), que debían poseer una memoria de elefante para declamar poemas épicos tan extensos, aunque la obra se dividiera en varias sesiones. Ayudaban a la memorización recursos como los epítetos épicos o las fórmulas, presentes también en otras epopeyas occidentales como el Poema de Mio Cid. Otro recurso habitual es la comparación. Los símiles a veces se alargan durante varios versos: "Como cuando dos torrenciales ríos se despeñan montes abajo y en la confluencia de dos valles juntan sus crecidos caudales procedentes de altos manantiales dentro de un cóncavo barranco y a lo lejos el pastor escucha su ruido en los montes, así eran los alaridos..."


Muy citada había visto la frase de Homero "como las generaciones de las hojas, así las de los hombres", para reflejar el ciclo de la vida, que he visto que procede de la Ilíada, cuando en el canto IV (la obra se compone de un total de 24) un personaje dice:

 

"¿Por qué me preguntas mi linaje? Como el linaje de las hojas, tal es también el de los hombres. De las hojas, unas tira a tierra el viento, y otras el bosque hace brotar cuando florece, al llegar la sazón de la primavera. Así el linaje de los hombres, uno brota y otro se desvanece."

 

La batalla a veces la permean imágenes poéticas, y otras la narración se recrudece con detalles de gore y casquería, algo morbosos: cabezas cercenadas que ruedan como una pelota, dientes que saltan, encéfalos que afloran, lanzas que los guerreros envasan en la espalda del enemigo, derramamiento de vísceras. A veces se crea suspense retrasando la lucha, creando expectación en el lector, con recursos de la actual novela negra. Se produce un inevitable choque estético al comenzar la lectura (el lector de 2021 siente la barrera de los siglos -y aun de los milenios-, que puede dar cierta pereza). Pero a las pocas páginas he conseguido entrar en la propuesta y disfrutar de esta epopeya, curioso por ver cómo estaba hecho ese clásico de la Grecia Antigua que en tan alto lugar del canon reposa, y ante el que parece no caber otra reacción por parte del lector contemporáneo que no sea la del aplauso genuflexo.

 

"No será por la espalda y huyendo como me clavarás la pica; ¡en el pecho, según vaya furioso en derechura, húndemela!", exclama uno de los guerreros (las puñaladas por la espalda, comprobamos, ya tenían mala prensa hace milenios). No deja de ser curioso que, durante siglos, los hechos de la Guerra de Troya se consideraran pura ficción, hasta que de forma tardía, avanzado ya el siglo XIX, el arqueólogo Schliemann descubriera restos de la antigua Troya. En un momento dado, Aquiles piensa en su posteridad, en que prefiere morir con honor en batalla y ganar la gloria a sobrevivir sin ella. Siglos después, Montaigne escribiría, en la misma línea, en sus Ensayos: "¿Quién no entregará gustoso salud, reposo y vida, a cambio de fama y gloria...?" 


Algunas curiosidades: Melibea, nombre de la enamorada de la Celestina de Fernando de Rojas, aparece en esta obra como topónimo. La palabra "estentóreo", descubro, procede de un personaje de este libro, Esténtor, que tenía una potencia de voz apabullante, voz "estentórea". A veces en el texto leemos cosas como "los dioses y las diosas", "los troyanos y las troyanas". Cabe preguntarse si son producto de la traducción o si estaban en el original estas expresiones que hoy asociamos al lenguaje inclusivo.

 

En ocasiones, las notas de la edición de Gredos (con traducción de Emilio Crespo) hablan de contradicciones en el texto de esta obra que ha sobrevivido a siglos, a milenios. Pero si la Victoria de Samotracia o la Venus de Milo se consideran admirables estando mutiladas, a la Ilíada no cabe negarle esa consideración estando, según parece, completa.

11 septiembre 2021

La niñez es la edad más cruel

 
Ilustración obra de Jeff Stahl

A veces uno piensa que la niñez es la edad más cruel. Quién no se ha detenido a observar la habilidad portentosa de los niños para cebarse con el más mínimo defecto ajeno, para humillar al distinto. Qué errada se antoja esa mirada complaciente que los pinta como seres puros incapaces de mentir: el ducho en el arte de la trola, me parece, lo es desde los dientes de leche. “La verdadera patria del hombre es la infancia”, dejó dicho Rilke, al que durante varios años su madre obligó a vestirse como una niña y que no tuvo una muy feliz. Tiene mérito, por tanto, que el escritor austrohúngaro afirmara tal cosa. Esta edad de la vida no sé qué tiene que nos engatusa a todos y consigue que la idealicemos como una época dorada, un paraíso perdido al que luego intentaremos en vano regresar. Miguel d’Ors parece consciente por momentos de este lugar común y, en algún poema, reconoce a propósito de la niñez: “mis versos la añoran bastante más que yo”. Es tal el consenso que, a poco que uno se descuide, acaba poniendo en un altar, nimbada de nostalgias, esta etapa inaugural de la existencia. Quizá discurriera de la misma forma Tom Robbins cuando sentenció: “Nunca es demasiado tarde para tener una infancia feliz”. Y es que “también la verdad se inventa”, como escribió Machado. Nos engañamos a nosotros mismos, y en ocasiones de una manera irreversible. Por fortuna, uno se bajó del burro hace un tiempo, pues si bien no llego al extremo de Agustín de Hipona (que escribió, al parecer muy marcado por los sufrimientos en el colegio, que prefería la muerte si tuviera que decidirse entre ella y regresar a la infancia), ando lejos de considerarla como la mejor etapa de mi vida. No conservo gran nostalgia. El desconocimiento del mundo es tal en esos primeros años que no nos libramos de ser individuos sumamente dependientes, con horizontes muy limitados. Quizá sea entonces, también, cuando uno más daño fue capaz de hacer (por no hablar del recibido) sin quererlo, por mera inercia inconsciente. Y sí, acaso sea cierto que no hay veranos tan largos como los de la infancia, pero prefiero, con mucho, la madurez actual, la serenidad de los treinta, a esos años primerizos, titubeantes, confusos.


16 agosto 2021

"Quasi una fantasia", de Andrés Trapiello

"Quasi una fantasia" (Ediciones del Arrabal, 2021) es el último volumen publicado del diario de Andrés Trapiello, la entrega número veintitrés del mastodóntico Salón de pasos perdidos que el escritor madrileño, nacido en León, ha venido publicando desde 1990, hasta ahora de manera unánime en la editorial Pre-Textos, dirigida por Manuel Borrás (a quien le une una sólida amistad), y que en esta ocasión por primera vez aparece en otro sello, una nueva editorial creada por el propio Trapiello, junto a Miriam Moreno Aguirre (filósofa y esposa del autor), Rafael Trapiello y Guillermo Trapiello (hijos de ambos). Se trata de un divorcio editor aparentemente dulce, y el propio Borrás acompañó a Trapiello en la presentación de Quasi una fantasia en la Librería Alberti de Madrid. Esta edición "arrabalera" es muy similar, tipográfica y estéticamente, a las de Pre-Textos, si bien un poco más modesta y con la letra algo más pequeña.


Se trata de un diario del año 2009. Trapiello nació en 1953, lo que quiere decir que este 2021 ha cumplido 68 años. Dejándonos de coqueterías, podríamos aventurar que se ha internado ya en la tercera edad, o va camino de ello. Consciente del asunto, en el prólogo avisa de que algunos diarios inéditos se quedarán sin publicar. Trapiello los escribe en cuadernos durante el año en cuestión y luego, varios después, los reescribe aplicándoles el soplo literario, como quien troca agua en vino. Sin ese trabajo de alquimia afirma que no tienen valor literario para ser publicados. A uno, entusiasta seguidor de la serie, no le importaría que Trapiello descuidara un poco otros menesteres, como sus artículos en prensa, y se aplicara con redoblada dedicación a componer más diarios. Pero eso parece cosa de fantasía, por jugar con el título de este libro.


Dicen que lo difícil en literatura no es contar lo que te pasa, sino contar lo que no te pasa y que resulte creíble, verosímil. Puede que uno de los muchos méritos de estos diarios consista en que tomemos por reales episodios que la razón nos dice que han sido elaborados, ficcionados (Trapiello se ha referido a ellos, desde el principio, como "novela en marcha"). Hay en Quasi una fantasia, por ejemplo, varias escenas muy convincentes en taxis, y en los diálogos el autor consigue expresar la viveza y la autenticidad del lenguaje oral del ciudadano de a pie.


Una de las cosas que me gustan de esta serie es descubrir palabras nuevas, voces poco habituales y a veces en desuso, a menudo bastante bonitas, que el autor rescata y lanza de nuevo al mundo. En esta ocasión he anotado vocablos como "solercia" (habilidad), "güito" (hueso de una fruta), "charrán" (pillo), "alcabor" (hueco de la campana de la chimenea), "sobretarde" (parte última de la tarde, antes del anochecer), "laceria" (pobreza), "andorga" (buche, tripa) o "petera" (riña).


Es el cuarto volumen que comento en este blog, así que uno no sabe muy bien qué añadir y escribe un poco a lo que salga. En enero, al comienzo del libro, se habla de una nevada en Madrid, que con probabilidad haya tenido como sustento biográfico la de Filomena de este 2021, por mucho que los hechos se refieran a 2009. Este aparente anacronismo -si lo es- no es extraño si entendemos el Spp como novela, y que Trapiello afirma que él no es ningún notario de la realidad. Otro rasgo lingüístico característico es la castellanización de extranjerismos. Trapiello no los escribe como prescribe la RAE, sino como suenan en nuestra lengua: jéiter, pirsin, butad, betséler. La prosa no faltará quien la pueda calificar de castiza. Por lo tanto, me hace gracia cuando Trapiello escribe "no sé qué, que diría un castizo", como si los castizos fueran siempre los otros.


Que el autor sea también poeta creo que contribuye a aquilatar su prosa. Trapiello va rociando hallazgos expresivos aquí y allá, como quien siembra arroz a voleo, sin aparente esfuerzo. A veces compone bodegones líricos con elementos de la naturaleza. Es buen pintor de estos momentos, que en ocasiones quizá sublime en exceso: tardes en que el campo está bonito, primaveras incipientes. El humor es otro ingrediente que brilla en el guiso nutricio de los diarios.


Trapiello, como sabemos, es gran admirador de Cervantes, al que ha dedicado una biografía, además de "traducir" el Quijote al castellano actual y publicar dos novelas en diálogo con la obra magna del genial manco: Al morir don Quijote y El final de Sancho Panza y otras suertes. Alguna vez me pareció leer, en algún punto de estos inabarcables diarios, que podría hacerse una taxonomía de los españoles dividiéndolos entre quevedescos y cervantinos. Y ponía el autor un ejemplo ilustrativo: si por la calle alguien se cae ante nuestros ojos y nos da la risa, somos quevedescos; si nos apiadamos del caído, somos cervantinos. Esa veta humana cervantina, de contar una pluralidad de vidas, de novelas, se halla sin duda en el Salón de pasos perdidos, donde Trapiello muestra gran interés en tejer un tapiz humano (con este rasgo casan muy bien las visitas al Rastro, que le deparan jugosos ingredientes para incorporar a la novela en marcha), en contar pormenores de experiencias, quintaesencias de vidas. En la presentación madrileña de este libro, de acuerdo con esto, Trapiello venía a afirmar que el diario no era el relato sólo de su vida, sino de la de todos nosotros. Ambicioso proyecto que en Quasi una fantasia Trapiello supera, otra vez, con nota.


Si uno fuera académico sueco y pensara en otorgar el Nobel de Literatura a un escritor español, a día de hoy, yo se lo daría a Andrés Trapiello.


Un par de fragmentos:


"Cuánta razón llevaba Rilke al decir que no entendía que en español se dijera "dar un paseo", cuando suele suceder al revés, que paseando se nos da, que es el paseo el que nos da a nosotros tantas cosas."


"Cada vez que el ala de la poesía nos roza, y a todos los seres humanos les ocurre eso varias veces al día, deberíamos dejarlo todo, en plan discípulos de Buda, y seguirla. Esos son los momentos cruciales del día, y o los atiende uno, o se irán para siempre sin retorno posible."


Para terminar, dejo la lista de todos los títulos del Salón de pasos perdidos publicados hasta la fecha:


El gato encerrado (1987) (1990)
Locuras sin fundamento (1988) (1992)
El tejado de vidrio (1989) (1994)
Las nubes por dentro (1990) (1995)
Los caballeros del punto fijo (1991) (1996)
Las cosas más extrañas (1992) (1997)
Una caña que piensa (1993) (1998)
Los hemisferios de Magdeburgo (1994) (1999)
Do fuir (1995) (2000)
Las inclemencias del tiempo (1996) (2001)
El fanal hialino (1997) (2002)
Siete moderno (1998) (2003)
El jardín de la pólvora (1999) (2005)
La cosa en sí (2000) (2006)
La manía (2001) (2007)
Troppo vero (2002) (2009)
Apenas sensitivo (2003) (2011)
Miseria y compañía (2004) (2013)
Seré duda (2005) (2015)
Sólo hechos (2006) (2016)
Mundo es (2007) (2017)
Diligencias (2008) (2018)
Quasi una fantasia (2009) (2021)


*El primer año entre paréntesis es el que narra el diario; el segundo el año de publicación.


29 julio 2021

"Esto no es Bambi", de David Pérez Vega



Esto no es Bambi (2021) es la quinta novela publicada de David Pérez Vega (Móstoles, 1974), que en esta ocasión edita la sevillana Maclein y Parker. Además de estas novelas, de varias de las cuales se ha hablado ya en este blog, el autor madrileño ha publicado un libro de relatos (Koundara) y dos de poemas (El bar de Lee y Siempre nos quedará Casablanca). 


Quienes sigan su excelente canal de YouTube Bienvenido, Bob, que toma el nombre de un cuento de Onetti, sabrán que Pérez Vega se dedica a la docencia desde hace casi veinte años -o sin el casi-, dando clases de Economía y a veces también Matemáticas en un colegio de la capital. En Esto no es Bambi nos habla de una experiencia laboral anterior a esta de profesor, a la que ya se hacía referencia en las solapas de su primera novela Acantilados de Howth, donde, en la información biobibliográfica, leemos: "Llegó a trabajar como auditor de cuentas en una conocida multinacional, pero, a pesar de la propaganda que aseguraba que la suya era la mejor empresa del mundo, pronto llegó a la conclusión de que cenar un sándwich extraído de una máquina a las doce de la noche sobre un ordenador no podía ser el éxito".


Como avanzaba el autor en un vídeo que para los interesados puede servir de complemento a estas líneas, Pérez Vega trabajó en una gran auditora, perteneciente al grupo de las Big Five, a cuyas víctimas -jóvenes exprimidos por la maquinaria frenética del sistema- está dedicado este libro. Y es que la empresa que más currículos recibía de todo el planeta no acababa siendo, desde luego, la que proporcionaba a sus empleados mejores condiciones laborales. Esto no es Bambi ofrece una visión crítica de ese mundo, un trávelin de los entresijos del capitalismo feroz, y de las mentiras y corruptelas que sustentan el sistema. Por momentos he pensado en aquella película de Marcelo Piñeyro, El método (2006), basada en la obra de teatro de Jordi Galcerán El método Grönholm, que ofrecía otra visión descarnada del mundo de la gran empresa, en esta ocasión centrada en los procesos de selección de personal. Y ya que estamos, mencionaré otro filme sobre ese ámbito y sus precariedades, de carácter social y que me parece muy recomendable, que sería Dos días, una noche (2014), de los hermanos Dardenne.


La acción de Esto no es Bambi se desarrolla entre los años 2000 y 2005, y avanza desde diferentes perspectivas a través de las voces narrativas de seis personas distintas (tres hombres y tres mujeres, los adalides de las leyes de paridad estarán satisfechos), trabajadores de esa gran empresa llamada en el libro William Golding, como el autor de El señor de las moscas, cuyo nombre suena a dinerales por la mera presencia del "gold" (oro), a lo Goldman Sachs, otro emporio que asociamos a la crisis financiera de 2008, de la que Pérez Vega habló en su anterior novela -que me gustó bastante- Caminaré entre las ratas (Carpe Noctem, 2020).


La primera narradora (Marta María Lindsay de Aguirrecoechea Muros) entra en el arquetipo clásico de la pija. Nos habla del curso de formación con el que reciben a los nuevos contratados en la empresa. Su forma de hablar se asemeja -para entendernos- a la de Tamara Falcó, y es una chica con sus prejuicios, con sus privilegios fruto de un padre con dinero y contactos, con su clasismo, con su frivolidad, con su infantilismo. Cuando le da hambre dice "momento Somalia total". Tiene un affaire un poco al estilo El graduado (1967) (la película de Mike Nichols), con un señor casado y amigo de su padre (detalle poco relevante en la trama, dicho sea para los hipersensibles al spoiler).

 

La segunda narradora es una chica católica andaluza que nos habla del viaje a Chicago donde la empresa ofrece más cursos a algunos de los nuevos empleados. Se siente afortunada y ve el asunto como una gran oportunidad. Con los narradores tercero y cuarto se nos habla ya del trabajo propiamente dicho en Madrid y vamos conociendo un poco más el lado oscuro: las jornadas maratonianas que se alargan hasta las doce de la noche, sábados y domingos o, en alguna ocasión, hasta el punto de no dormir y empalmar con el día siguiente en una tirada de treinta y seis horas. El mantra es que hay que darlo todo por la empresa, y que esos sacrificios son necesarios para, en el futuro, gozar de un puesto de mayor responsabilidad y mayores retribuciones que permita un buen nivel de vida ("En realidad no me pagan con dinero, me pagan con prestigio", dice uno de ellos).

 

Las voces de los distintos personajes se entrelazan, son compañeros y lo que cuentan en los diferentes capítulos está interconectado, como sus vidas. El quinto narrador es Daniel Márquez, álter ego del autor, un joven de Móstoles al que le gusta leer y escribir, que no se siente nada a gusto en ese ambiente de gran competitividad y puñaladas traperas y que sueña con, algún día, poder dar testimonio en una novela de todo aquello. Si bien de forma serena y mesurada, es el más crítico con la empresa y nos da cuenta, por ejemplo, del escandaloso clima de complicidad -lejos del espíritu fiscalizador que podríamos presuponer- entre la empresa auditada y la auditora para maquillar las cifras si no cuadran y tapar cualquier irregularidad. Daniel tratará de mantenerse humano ("lo importante no es mantenerse vivo sino mantenerse humano", decía George Orwell) en este ambiente que encuentra descorazonador.


Llegamos, con la sexta y última voz narrativa -con la sexta nota de este pentagrama polifónico-, al discurso del triunfador, del tipo que ha ascendido en la jerarquía de la empresa, una persona de moral dudosa por ser suaves: un individuo elitista que da muestras de clasismo, xenofobia y otras lindezas.  


La novela me ha gustado. La escena elegida para el final, que también supone un cierto clímax en la acción, me parece todo un acierto. Esto no es Bambi quizá no me haya parecido tan meritoria como Caminaré entre las ratas o Koundara, pero está bien contada, tiene momentos de humor y habla de una realidad laboral que desconocía y que merece ser relatada. Sin duda es un libro interesante, una buena crítica al más crudo capitalismo. 


Bonita y cuidada edición, además, la que ofrece Maclein y Parker.


Otros libros de David Pérez Vega comentados en el blog:

Acantilados de Howth

Los insignes

Koundara

Caminaré entre las ratas 


11 julio 2021

"Trilogía sucia de La Habana", de Pedro Juan Gutiérrez

 


Trilogía sucia de La Habana (Anagrama, 1998), de Pedro Juan Gutiérrez (Cuba, 1950), se compone de tres libros de relatos: Anclado en tierra de nadie, Nada que hacer y Sabor a mí. Se trata de relatos que funcionan más bien como novela, con el hilo conductor del personaje de Pedro Juan, álter ego del autor, que narra en primera persona. Esto cambia un poco en el tercer volumen, donde encontramos varios cuentos en tercera persona en los que no aparece esa voz del autor. Desde muy pronto resulta inevitable comparar a Pedro Juan Gutiérrez con Bukowski y su Henry Chinaski. El realismo sucio se hace palpable desde el mismo título, con ese adjetivo calificando la trilogía. Parece ser que su editor Jorge Herralde lo apodó "el Bukowski caribeño".


"El sexo es un intercambio de líquidos, de fluidos, saliva, aliento y olores fuertes, orina, semen, mierda, sudor, microbios, bacterias. O no es. Si sólo es ternura y espiritualidad etérea entonces se queda en una parodia estéril de lo que pudo ser".


Pedro Juan Gutiérrez, como puede verse, no evita los disfemismos. Narra sin tapujos la lucha por la supervivencia en la Cuba de Fidel Castro durante la década de los noventa; la miseria, las frecuentes hambrunas (en un momento dado comenta que ha perdido dieciocho kilos en apenas unos meses), los balseros que se lanzan al mar camino de Miami embarcados en simples neumáticos de camión. A la memoria del lector viene la crónica de un viaje a Cuba, también en los noventa, de Trapiello en uno de sus diarios (Do fuir), que también contaba cosas tremendas, como contrapunto a quienes aún hoy defienden que mientras vivió Fidel los cubanos vivieron bien.


Gutiérrez relata la Cuba callejera, del ciudadano de a pie. Escribe como se habla, sin retórica, con frases cortas y potentes ("en tiempos tan desgarradores no se puede escribir suavemente", leemos). Su visión de la vida está llena de sensorialidad, de pragmatismo, de desenfreno. Las escenas sexuales y escatológicas son frecuentes, en un mundo de machos y sementales, de roles genéricos tradicionales, donde las pulsiones sexuales siempre andan en primer plano, a veces hasta límites pornográficos. Leer Trilogía sucia de La Habana supone a walk on the wild side, por citar la canción de Lou Reed. Se trata de historias muy entretenidas, con mucha acción, contadas con encanto. Cae bien Pedro Juan. Sus cuentos no están exentos de sordidez, pero imagino que alguien que vive tan quemado y pasa hambre y comparte retrete con cincuenta personas (como cuenta en uno de los textos) es difícil que se ponga a escribir sobre la ontología del ser o la belleza floral del campo en primavera. 


Hay historias de gran tremendismo (la del caballo muerto en un patio, que se está pudriendo, con un grupo de personas presionando al dueño para entrar a trocearlo y comérselo; o la que comienza con una mujer cortándole el pene a su amante), pero también, de forma puntual y excepcional, bien es cierto, momentos de un inusitado lirismo. Me recuerdo leyendo "en la claridad azul del plenilunio", o "será una noche clarísima de luna llena", y deteniéndome ante esas frases. Por un momento parece que a Pedro Juan, que a ratos se ríe de los sentimentalismos, le hayan jaqueado la máquina de escribir, o una amante le hubiera escrito esa frase a hurtadillas, sin que él se haya atrevido a quitarla. Estas trazas de lirismo destacan como cuando en el Poema de Mio Cid, al alejarse Díaz de Vivar de su familia e hijas, leemos que se separa de ellas como la uña de la carne (choca ese hallazgo expresivo en una obra de estilo narrativo y algo gris). Quizá exagero. El caso es que el libro de Pedro Juan Gutiérrez también se prodiga en algunas reflexiones profundas.


"Los débiles creen que ya hoy todo termina. En realidad es todo lo contrario: hoy es cuando todo comienza."


"En definitiva eso es lo único importante: desear algo. Cuando deseas algo, con fuerza, ya estás poniéndote en el camino".


"Cada día disfruto más el silencio y la soledad y no espero demasiado. No puedo explicar cómo es. Si me rodea el silencio yo soy yo. Y eso me basta."


Como se trata del primer autor que leo de ese país, he anotado algunos cubanismos: acere (amigo, colega), camaján (holgazán), tarecos (utensilios), churre (suciedad acumulada), templar (follar), fulas (dólares).


Me ha parecido un gran libro, repleto de experiencias de vida y con unas historias muy potentes, de una gran fuerza. Lo saqué de la biblioteca pero no descarto comprármelo en un futuro; me gustaría tenerlo. Se conoce que aprecio libros muy diferentes entre sí, no sé si es algo que le pase a todo el mundo.