23 agosto 2020

"Últimas tardes con Teresa", de Juan Marsé

 


Publicada en 1966, Últimas tardes con Teresa acaso sea la novela más emblemática de Juan Marsé. Obtuvo el premio Biblioteca Breve cuando ese galardón aún imprimía un sello de prestigio en la novela que lo recibía.


Deudora del realismo social de la generación del medio siglo, en la novela encontramos por un lado al Pijoaparte, remoquete que ha quedado en la cultura literaria del lector medio, aunque no se haya leído el libro de Marsé. Joven de un barrio marginal barcelonés, charnego (apelativo que se repite en más de una ocasión y que lo marca a fuego), ladrón de motocicletas que ve una ocasión de escapar del mundo del lumpen en la figura de Teresa, hija de la acomodada burguesía catalana, universitaria medio marxista (el Pijoaparte y la pija progre, podríamos decir). Hay un momento en que el narrador se muestra muy duro con Teresa y su grupo de amigos, jóvenes de familias ricas, estudiantes presuntamente de izquierdas:


"¿Qué otra cosa podía esperarse de estos jóvenes universitarios en aquel entonces, si hasta los que decían servir a la verdadera causa cultural y democrática del país eran hombres que arrastraban su adolescencia mítica hasta los cuarenta años?
Con el tiempo, unos quedarían como farsantes y otros como víctimas, la mayoría como imbéciles o como niños, alguno como sensato, generoso y hasta premiado con futuro político, y todos como lo que eran: señoritos de mierda."


Estos dos mundos, el de la clase alta y el del proletariado, parecen categorías inmiscibles, agua y aceite, y choca tanto la presencia indisimulable del Pijoaparte en el entorno de Teresa Serrat como la figura de ella en las incursiones en el barrio de Manolo Reyes, nombre real del apodado Pijoaparte: ambos son intrusos fuera de su entorno.


"Para la señora Serrat, el Monte Carmelo era algo así como el Congo, un país remoto e infrahumano, con sus leyes propias, distintas."


Se antoja el Pijoaparte, en algunos momentos, algo obsesionado con ascender en la escala social, con el braguetazo (no quisiera destripar la trama, pero baste la mención de Maruja, la criada de los Serrat), entrando con probabilidad en el esquema de lo que suele tacharse de arribismo. La figura del arribista, como señaló Ana Useros en este artículo, a propósito de la película coreana Parásitos, goza de una larga tradición en la que ella cita obras de Dickens, Thackeray o Thomas Hardy, lista en la que uno incluiría también al trepa que protagoniza Match Point de Woody Allen.


La prosa de Marsé resulta algo campanuda, muy trabajada y preciosista en descripciones y narración, de contundencia marmórea, al tiempo que efectiva en el registro coloquial cuando se trata de recrear diálogos. La trama tarda un poco en arrancar: la totalidad de los talleres literarios, me parece, desaconsejarían empezar una novela como lo hace esta de Marsé, con prosa esmerada, descripciones, entrando en materia muy de a poco. Hay algunas alusiones a la dictadura de la época (la acción de la novela se inicia, creo, en 1956). En un momento dado, por ejemplo, Teresa se lamenta de que la censura no permita estrenar El acorazado Potemkin. O se habla de que su novio ha estado en la cárcel. En uno de sus diarios, Andrés Trapiello reflexiona sobre la censura en el franquismo de esta forma: "El franquismo [que fue una plaga para muchas otras cosas, puntualiza], al contrario que el estalinismo, el maoísmo, o el castrismo, permitió trabajar a sus artistas", y cita a Blas de Otero, Claudio Rodríguez, Gil de Biedma o Luis García Berlanga. Quien haya visto Los jueves, milagro (1957), de Berlanga, cuya segunda mitad de metraje parece muy condicionada por el aparato censor, tal vez opine diferente (y acaso encuentre muchos más ejemplos en este sentido).

 

El tiempo no es del todo lineal, con evocaciones (analepsis), y se producen algunos cambios de perspectiva en el narrador. Los procedimientos que trajeron consigo los renovadores de la novela en el siglo XX (Joyce, Proust, Faulkner) diría que no son tan palpables aquí como en otra novela de la década, Tiempo de silencio, publicada en 1962.


En un momento dado, mientras los protagonistas se encuentran en una sala de baile, aparece por allí un personaje algo travieso llamado Marsé. Supongo que podría considerarse una especie de cameo del autor, al estilo de los habituales en las películas de Hitchcock


Se ha tenido que morir Marsé (el pasado julio) para que me lea este libro. Clásico del siglo XX español, llevaba en mi lista de lecturas pendientes más de un decenio, y del autor únicamente había leído La muchacha de las bragas de oro (Premio Planeta), que no llegó a entusiasmarme. Espero seguir leyendo a Marsé.


16 agosto 2020

"Diarios" de Iñaki Uriarte



Un reseñista definió a Iñaki Uriarte (Nueva York, 1946) como "un tipo que no se dedica a escribir y que escribe lo que le da la gana". Ni a escribir ni a otra cosa en particular: el autor carece de pensión y afirma que a lo largo de su vida "ha hecho cosas" (colaboraciones culturales en diarios, por ejemplo), pero que nunca ha trabajado sensu strictu, nunca ha estado "en nómina". A veces comenta que se levanta tarde, sin tapujos, sin temor a la superioridad moral que a menudo enarbolan los que madrugan.


Tipo culto y con sentido del humor, Uriarte escribe estos diarios sin afectación. A veces cuenta lo que da el día y otras rememora hechos del pasado. Más que las vivencias, brillan los comentarios de lecturas que hace, la habilidad para citar a éste, al otro, poner un poco de reflexión de su cosecha, sazonarlo con humor y servirlo sin rimbombancias. Uriarte es un tipo capaz de colmar sus textos de citas sin resultar pedante. Un tipo muy leído y que tiene la virtud de caer bien. "Ahora, en general, me pasan pocas cosas [....] Lo más interesante que me suele ocurrir es la lectura de libros".


Los diarios arrancan en 1999 y concluyen en 2010, aunque el epílogo que los acompaña recoge anotaciones de años posteriores. En un principio, fueron escritos sin pensar en la publicación. No es hasta 2008 cuando Uriarte se los enseña al escritor y crítico José Luis García Martín, que los lee con gusto y publica una selección en la revista Clarín. La editorial Pepitas de calabaza los publicó en primer lugar en tres volúmenes (de 1999 a 2003, de 2004 a 2007 y de 2008 a 2010) y luego, en 2019, en esta hermosa edición completa -en tapa dura- que me he comprado, a la que acompaña el susodicho epílogo, también publicado de manera independiente. 


El tercero de esos volúmenes se diría que pierde un poco de interés en comparación con el placer que suponen los dos primeros. Tal vez eso añada interés (disculpen la redundancia) al fenómeno Uriarte, interesante escritor cuando desarrolló su actividad en soledad, y semi-bartleby de pronto cuando los focos se posan sobre él. "Es absurdo el miedo que le he tomado a escribir", llega a decir en 2010, cuando el primer volumen ya ha visto la luz y tiene lectores. Sus textos han sido traducidos al francés por Carlos Pardo, y publicados con el título de Bostezar ante Dios.


Estos diarios vienen con contraportada potente que recoge elogios de Muñoz Molina o Vila-Matas. Con Trapiello hubo cierta polémica o malentendido. Uriarte le envió el primero de sus libros, Trapiello le respondió en privado con unas palabras elogiosas, que el vasco pidió permiso para incluir en el siguiente volumen y que se acabaron incluyendo, aunque se han retirado de sucesivas ediciones. El autor del Salón de pasos perdidos escribió en 2011 esta entrada en su blog, donde se recoge un texto de Míriam Moreno, la esposa de Trapiello (con un currículum y un bagaje intelectual, dicho sea de paso, que da un poco de cosa calificarla de "esposa de"), que critica el segundo volumen de los diarios de Uriarte y y tacha de decepcionante, entre otras cosas. Como pega, por momentos he sentido que en la lectura me faltaba algo, tal vez un poco de poesía, mayor evocación (creo recordar una anotación de Uriarte en el epílogo reconociendo sus limitaciones en este campo).


Pero son numerosísimos los pasajes y fragmentos que he destacado en el libro con una marca a lápiz en el margen. Me da que volveré a sus páginas -en tardes grises, abriéndolo al azar- en más de una ocasión. Otra virtud del libro es que lleva a otros muchos -y buenos- libros.


A mi lista de lo mejor del año.


"No sólo tiene los pies en la tierra, sino todo el cuerpo, como las serpientes."


"Dentro de mil años, el sistema social de hoy será considerado como una variante más del esclavismo."


"Hay escritores que son como esos chicos que patinan en los parques. No van a ningún lado, pero da gusto ver lo ágiles que se mueven."


"Todos mis antepasados tuvieron hijos. No deja de asombrarme que yo vaya a ser el último de esa larguísima fila que comenzó en algún lugar de África hace muchos miles de años. Y de asustarme. Da la impresión de que uno no tiene derecho a volver la mirada hacia atrás y decir: "Hasta aquí hemos llegado".


"He estado en la cárcel, he hecho una huelga de hambre, he sufrido un divorcio, he asistido a un moribundo. Una vez fabriqué una bomba. Negocié con drogas. Me dejó una mujer, dejé a otra. Un día se incendió mi casa, me han robado, he padecido una inundación y una sequía, me he estrellado en un coche. Fui amigo de alguien que murió asesinado y fue enterrado por los asesinos en su propio jardín. También conocí a un hombre que mató a otro hombre, y a uno que se ahorcó. Sólo es cuestión de edad. Todo esto me ha sucedido en una vida en general muy tranquila, pacífica, sin grandes sobresaltos."

05 agosto 2020

"Defensa personal (Antología poética 1992-2006)" de Juan Bonilla




Cada día me gusta más la colección de antologías poéticas de la editorial Renacimiento. La última que he deglutido ha sido esta Defensa personal de Juan Bonilla, que abarca de 1992 a 2006, es decir los tres primeros libros de poemas del jerezano, publicados todos por Pre-Textos: Partes de guerra (1994), El belvedere (2002) y Buzón vacío (2006).  Como peculiaridad antológica, están ordenados de forma inversa, del más reciente al más antiguo. Con posterioridad a este libro, que vio la luz en 2008, Bonilla ha publicado otros dos libros de poemas (el último en 2016) en Renacimiento y una poesía reunida en la editorial Visor, además de un par de libros poéticos infantiles.


Hondo sin ser pomposo, Bonilla trata en Buzón vacío temas universales como la muerte o el amor, así como la vida literaria (como en ese poema inolvidable y lenguaraz, "La señora gorda") o una revisión de la fábula del pastor y el lobo. Sigue la plaquette titulada Tos fingida, con predominio de estrofas clásicas (incluye siete sonetos, una balada, una décima ("Una décima de fiebre"), en la que da una vuelta de tuerca al tema de la juventud, apoyado en los insignes versos de Rubén Darío:


"Juventud, divino inodoro:
te vas y no nos das pena.
Regamos tus restos con cloro
y tiramos de la cadena."


En uno de esos sonetos, escrito en alejandrinos, versiona y actualiza el Aullido de Allen Ginsberg para comenzar diciendo:

"Yo he visto a los mejores de mi generación
destruidos por el ansia de hacer mucho dinero"


A continuación encontramos los nueve haikus de Li.po.timias, de una serie de poemas sueltos que vieron la luz en la Revista Sibila. Alguno de ellos muy destacable:


"Extraña música:
los pájaros son notas
sobre los cables."


En El belvedere y Partes de guerra se sigue apreciando la audacia, la ironía y la agudeza de un autor que parece manejar desde su primer poemario las artes del oficio. En "La caracola" tiene lugar una mise en abyme a lo Escher que me parece muy lograda. Uno de los rasgos de la poesía de Bonilla es la claridad, como señala Miguel Albero en su magnífico prólogo.


Qué fino hila Juan Bonilla. Esta Defensa personal tiene un buen puñado de poemas muy afortunados: memorables.





03 agosto 2020

Luego se queja la gente joven de que no encuentra trabajo



Un atardecer sobrio, sin arabescos. 
Acudió a visitar a su abuela octogenaria, que tenía la tele puesta.
-Vaya, mira qué pelánganos tiene ése -empezó ella a decir, comentando la imagen-, y sin afeitar... ¡Vaya pinta! Luego se queja la gente joven de que no encuentra trabajo. Así quién los va a contratar...
El nieto dejaba hablar a la anciana, de férreo carácter, y dudaba si explicarle que quien aparecía en pantalla no era ningún nini desempleado, sino el eminente violinista Ara Malikian.

Fuente: Wikipedia