29 octubre 2019

"El maestro Juan Martínez que estaba allí", de Manuel Chaves Nogales.


Chaves Nogales, gracias a unos y otros, está de moda. Una moda a la que, me temo, he llegado tarde, pero a la que me alegro de haber arribado a pesar de mi reticencia a seguir modas. Fue un autor casi secreto durante mucho tiempo. Como trató de ejercer su libertad y no se casó con nadie, en la guerra ambos bandos lo repudiaron. "Ambicioso, vacío, extravagante, la hora de Chaves Nogales pasó. Ni fue, ni ha sido no volverá a ser nada", dijeron de él allá por 1938, con escasa visión de futuro, en Azaña y ellos: cincuenta semblanzas rojas. Andrés Trapiello lo redescubrió y lo reivindicó en su ensayo Las armas y las letras. Pérez-Reverte no se cansa de repetir que el prólogo de la imprescindible A sangre y fuego debería estudiarse en los colegios. A Manuel Chaves Nogales (1897-1944), periodista sevillano, que comparte nombre con aquel presidente socialista de la Junta de Andalucía (sí, el de los "minolles"), hoy puede que lo tacharan de equidistante. Libros del Asteroide ha contribuido con el rescate de su obra a lo que podríamos llamar, acaso, la canonización tardía de sus escritos.

"Y los que no se fueron con unos ni con otros, murieron víctimas de los unos o de los otros", leemos en El maestro Juan Martínez que estaba allí (mal título, por cierto, para un gran libro). Una reveladora frase que refleja la polarización existente en ciertas coyunturas históricas, en las que se condena a todo aquel no que no se adhiere de forma rotunda a un bando. Víctimas de los hunos o de los hotros, como diría Unamuno (de rabiosa actualidad -y me alegro- gracias a la meritoria película de Amenábar, Mientras dure la guerra).

En París, Chaves Nogales conoció al bailarín flamenco Juan Martínez y su compañera Sole, que habían asistido en Rusia a la revolución soviética y la posterior guerra civil entre zaristas y bolcheviques. Su relato de lo que vivieron en esa etapa turbulenta de la historia de Europa, y de cómo se las ingeniaron para sobrevivir, a lo largo de seis años, constituye la trama del libro. Habla Trapiello en su prólogo de la indecidibilidad que lo define. No tenemos la posibilidad de decidir si lo narrado es fiel crónica de sucesos, novelización, compilación de lo que le contó Juan Martínez mezclado con diferentes testimonios... Se trata, en definitiva, de un texto híbrido.

La novela, publicada en 1934, se estructura en breves episodios que le confieren gran agilidad. Resulta muy entretenida de leer. Contiene algunos episodios tremendos, y una buena muestra del repertorio de actitudes en las que puede caer el ser humano (de la heroicidad a la infamia, de la integridad a la mezquindad, pasando por la crueldad y el fanatismo). La incluiré, sin duda, en mi lista de mejores lecturas del año. Y seguiré, cómo no, leyendo a Chaves Nogales.

20 octubre 2019

"El calvo del Sonora", un poema de David Pérez Vega


EL CALVO DEL SONORA

                       "Pero aunque sea un boxeador golpeado
                        voy a dar mis últimas peleas."
                                                               Jorge Teillier.

Mecido por el oleaje de la música y la batuta
de una copa en la mano, se acercaba
a las chicas. A su alrededor bailaba, y ellas,
a veces, le seguían brevemente el juego.
Al inclinarse sobre sus oídos los rechazos
no le hacían mella, no cambiaba el compás
ni el semblante, sostenido en el ritmo,
imperturbable a su inmóvil derrota, bailaba.
Siempre iba solo, siempre estaba borracho,
entraba en aquel único pub: el Sonora.

En el andén de Atocha, sólo un día le vi
en otra parte, como yo, esperaba el tren, al fin
sobrio –chándal y bolsa de deporte, escapado
del presidio de cualquier polígono industrial-.
Tras sentarse, su mirada hundida se dispersó
por las paredes de márgenes secos del vagón.
Tal vez, nuestro Tony Manero de los suburbios,
el Calvo del Sonora, soñase ya en ese instante
con su particular fiebre del sábado noche,
embebido de turbios escenarios propicios:
tequilas y cactus, desierto y mariachis.

Pasaba de los treinta y nosotros no alcanzábamos
los veinte. Nos sonreíamos observándole,
espectadores cruentos de sus bailes sin pareja.
Siempre estaba solo, siempre iba borracho.
Había algo patético en él y también, pienso
ahora, algo poderoso como el hierro ardiente
de la vida. Nos sonreíamos divertidos, pero,
quizás –inconfesable, subterráneo- temerosos
ya del paso del tiempo y los destinos posibles.

Fundido, otra figura más, en el mural
de folclore mexicano del Sonora y el rebullir
de aquellos días inciertos (porque yo también
tuve veinte años…) le recuerdo esta noche
como una terca imagen del fracaso, pero,
porque así lo quiere el tiempo y la memoria,
irrumpe en mí además como un icono
de cierta voluntad temeraria –boxeador
sonado que sigue en pie con las costillas
rotas-, ensalzado al fin por todas las ocasiones
en que la vida nos obligó más tarde
a nosotros, que aún podíamos comernos
el mundo, a tener que ser, persistentes
y en vano, iguales al Calvo del Sonora.


David Pérez Vega, El bar de Lee (Baile del Sol, 2013).

13 octubre 2019

Música: Rafael Berrio

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Conocí a este creador a través de una película, La reconquista de Jonás Trueba


Desde entonces sus canciones me han acompañado de forma recurrente de una u otra forma. 


Supongo que me gusta porque sus cuidadas letras derrochan literatura, y cierta intelectualidad. 


No deja de ser un músico minoritario, al que tal vez se le podría aplicar esa dichosa etiqueta: de culto.



Nació en San Sebastián el año 1964 y lleva desde los años ochenta dedicado a la música. Este mismo año ha visto la luz su octavo álbum, Niño futuro.

06 octubre 2019

"Rialto, 11", de Belén Rubiano



A Belén Rubiano la sigo en Instagram y sin duda me parece una persona especial (que ame los libros con toda su alma ayuda a que la miremos con buenos ojos). Su ópera prima, Rialto, 11, que edita Libros del Asteroide, gira en torno a parte de su aventura como librera en la ciudad de Sevilla, primero como empleada y luego como autónoma en solitario. Como nos advierte el subtítulo, "Naufragio y pecios de una librería", el negocio hubo -no sin drama- de cerrar. Nos quedan, no obstante, los frutos de la experiencia y una plétora de anécdotas.

El título, con coma y dígito, evoca una obra mítica de los libros sobre librerías: 84, Charing Cross Road. Durante la primera mitad de la lectura, llegué a pensar que los méritos literarios de Rialto, 11 superaban los de la novela epistolar de Helene Hanff, que pese a la belleza indiscutible que la historia destilaba no encontré demasiaddo afortunada en lo que a estilo -traducción mediante- se refiere.

"De modo que fueron pasando las horas, los días y, con ellos, las estaciones, pues nunca, desde que hay testimonio del mundo, han sucedido los unos sin las otras y hubiera quedado raro".

En la segunda mitad, por el contrario, los deslices pesan más que los aciertos, y uno cierra el libro con un sabor no del todo dulce. Me ha parecido encontrar un error de concordancia: "el ejemplar dedicado por mí que decoloró el tiempo y la luz de Sevilla en el escaparate de Rialto", se lee (página 134) donde cabría leerse "decoloraron", en plural. Diez páginas después hallamos otro fallo gramatical, en esta ocasión un quesuismo: "O sea, que nunca había pisado la librería de la que tanto amaba su encerado" (en lugar de "cuyo encerado amaba tanto"). También abundan las repeticiones de palabras en corto espacio, y podemos encontrar dos veces el copulativo "era" en la misma línea, sin una intención expresiva que justifique esa repetición. En otras ocasiones, dentro de esa tendencia a "escribir como se habla", la autora acierta y halla recursos literarios afortunados.

Lo mejor: la inteligencia, la sensibilidad y el amor a los libros que trasmina, por no hablar de la chispa y el sentido del humor a la hora de contar las sucesivas anécdotas.
Lo peor: que podría, a ratos, estar mejor escrito.

Rialto, 11 en Al sur, con Jesús Vigorra.