01 mayo 2022

"Catedral", de Raymond Carver

 

Más de un decenio después, he releído Catedral, el libro más aclamado del estadounidense Raymond Carver (1938-1988). En realidad lo leí en enero y ahora voy a elaborar esta entrada a partir de las notas que tomé entonces. 

 

Catedral se publicó en Estados Unidos en 1983. Era el tercer libro de relatos de Carver, tras ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? y De qué hablamos cuando hablamos de amor

 
                         

Años después de morir Carver a causa de un cáncer de pulmón, se descubrió que en estos dos primeros libros el editor, Gordon Lish, había podado de manera decisiva los textos, hasta el punto de adulterar el estilo original de Carver. Me remito a esta entrada de 2010 en la que traté de explicar el tema. El estilo minimalista tan característico del autor resultó no ser el suyo. "Carver no era carveriano", tituló alguien. El desencanto con estas tácticas del editor llevó a Carver a volver a publicar uno de los relatos de De qué hablamos cuando hablamos de amor, titulado "El baño", en su libro posterior, Catedral, con otro título ("Parece una tontería") y muy diferente número de páginas. Se trata acaso del mejor relato del conjunto, una auténtica obra maestra. La versión de Carver, además de más larga, tiene más grandeza humana. De qué hablamos cuando hablamos de amor se reeditaría en 2009 con el título de Principiantes y las versiones originales de Carver, antes de pasar por la tijera del editor. Es de esperar -y de hecho más de uno lo deseamos- que se publique la versión carveriana de ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?

 

Tras Catedral, Carver publicaría Tres rosas amarillas y, de forma póstuma, Si me necesitas, llámame. Cinco libros de relatos componen, por lo tanto, su obra narrativa. Al igual que Borges, Carver nunca escribió una novela.

 

Catedral se compone de doce relatos. Vienen spoilers.

 

El primero de ellos, "Plumas", da cuenta de una comida compartida entre dos compañeros de trabajo y sus respectivas esposas. Crean cierta atmósfera de incomodidad un pavo real como mascota y un bebé muy feo. Relato correcto, pero poco más.

 

En el segundo, "La casa de Chef", un alcohólico medio rehabilitado vuelve a intentarlo con su ex-esposa. Se lee con fluidez, pero sabe a poco.

 

En el tercero, "Conservación", un hombre casado pierde el trabajo y se pasa los días en el sofá. No sucede nada relevante. Otro cuento sin chispa, para mi gusto. Llegado este punto, se sucedían las páginas de laxa cotidianidad, sin grandes conflictos ni tensión narrativa, y uno comenzaba a desesperarse con Carver; mentalmente le decía: a ver, Raymond, revélame algo sobre la condición humana, amplía mis horizontes, sorpréndeme con un ángulo nuevo, que no te recuerdo tan sosainas. Y vaya si lo hizo.

 

Porque el cuarto, en cambio, titulado "El compartimiento", sí me parece un gran relato. Un hombre en un trayecto de tren en el extranjero, que a duras penas comprende el idioma, va a reencontrarse con su hijo años después de una separación traumática. Durante el trayecto le sucede algo que le lleva a un cambio de parecer. Vemos a un ser humano perdido, en el espacio y, simbólicamente, también en su vida, desubicado en un viaje que no le satisface, muy lejos de casa.

 

El quinto es "Parece una tontería", un relato insuperable. Se trata también del más largo del volumen. Un niño es atropellado por un coche que se da a la fuga en vísperas de su cumpleaños. La madre ha encargado una tarta que debido a la hospitalización del hijo se olvida de recoger. Sentimos con esa familia de a pie cuyo hijo parece en coma. Cuando el padre -que nada sabe del pastel- abandona un rato el hospital para darse un baño, el teléfono suena con insistencia y se trata del pastelero, quejándose de la tarta no recogida -y, seguramente, tampoco pagada-, un hombre malhumorado que el padre toma por un lunático. 

 

El sexto, "Vitaminas", parece un cuento del montón, pero en su parte final, en la que aparece un tipo con una oreja que le cortó a un vietnamita en la guerra (aunque esto es lo de menos), remonta el vuelo y se convierte en otro buen relato. Una chica llora al darse cuenta de su situación precaria, comprende que aceptar un dineral por una mamada, según le ofrecía un tipo, le hubiera venido de perlas a pesar de haberlo rechazado.

 

Al séptimo, "Cuidado", no le veo gran mérito. Un tipo en horas bajas -muy bajas- al que visita su ex, que le ayuda (otro no se hubiera dejado) a desentamponarse un oído.

 

En el octavo, "Desde donde llamo", aparece varias veces el sintagma todos nosotros, que luego ha servido para titular la poesía completa del autor. Dos pobres diablos, dos hombres alcohólicos que traban amistad en un centro de rehabilitación, vapuleados por la vida. Uno de ellos es deshollinador y se ha pegado con su mujer con frecuencia. Aun así siguen intentándolo. Se cuentan historias, no exentas de desgarro. Otro relato efectivo.

 

El noveno, dedicado a John Cheever, se titula "El tren". Vidas cruzadas en una estación de tren y un vagón. Algo hermético (miss Dent ha estado a punto de matar a una persona pero poco se nos cuenta). No destaca en el conjunto.

 

En el décimo, "Fiebre", un padre a quien su mujer, con ínfulas artísticas, ha abandonado y dejado en la estacada, está a cargo de sus hijos. Trata de pasar página, de superarlo, tiene problemas con algunas niñeras. Está liado con una profesora compañera. ¿Pasan muchas cosas en este relato? Pasa un fragmento de vida, rico y multiforme, ante nosotros, y eso es más que suficiente.

 

De "La brida" y "Catedral", el penúltimo y el último, no tomé notas argumentales (y acaso lo agradezca el hipotético lector), pero me gustó más el último.

 

El estilo de Carver es minucioso, rico en detalles, seco en cuanto a retórica, si bien no lo es la atmósfera: Carver se muestra un tipo algo sentimental (sus personajes se besan, se cogen de la mano, les tiemblan las piernas) frente a la frialdad que impuso a sus relatos Gordon Lish, como ya anotó hace años Alessandro Baricco, que investigó la cuestión y comparó manuscritos mucho antes de que se publicaran las versiones originales de Carver en Principiantes

 

Siendo Carver el Chéjov norteamericano, me pregunto cómo puede suceder que no me guste el ruso, salvo contadísimas excepciones, y en cambio Carver me encante. En las historias de Carver hay, más allá de esos seres a la deriva que siempre se mencionan en las contraportadas, diría que un calor humano subyacente, un aroma a horno que no obnubilan todos los sinsabores del mundo, como en la escena final de esa gran comedia que es Mejor... imposible. El desenlace de “Parece una tontería” (historia que aparece en la adaptación al cine que hizo de los relatos de Carver Robert Altman en Short Cuts, traducida como Vidas cruzadas y también recomendable) transmite, después de todo, hasta fe en el ser humano, lo cual se agradece en estos tiempos propicios al odio, que diría Ángel González.

 

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Tres rosas amarillas