20 junio 2018

Microrreseñas



La ciudad (2002), de Karmelo C. Iribarren. Antología, editada por Renacimiento, que se ha ido ampliando en ediciones y años sucesivos. Me ha gustado volver a esa poesía descarnada y honda, callejera y trascendente, tan certera. Letras breves con tendencia a lo coloquial y la fuerza de un camión cisterna, obra de alguien que observa desde la perspectiva del desengaño, desde los márgenes. Se suele calificar su poesía de antirretórica pero a mí no me lo parece tanto (podríamos inventariar cierto despliegue de recursos). Antipomposa desde luego que sí. Grato reencuentro con los textos del poeta vasco, muy activo en las redes. Digamos, pues, de forma quevedesca, que poderoso Caballero (así se desencripta la C. de su primer apellido) es don Karmelo. Dejo enlace a una entrevista con el autor en un programa de RNE.


Me llamo Lucy Barton, de Elizabeth Strout. Novela breve, no tan ligera como podría parecer, pero que sabe a poco. De un estilo acaso demasiado sencillo y con algunos excesos sentimentales. Tierna y delicada historia, que se lee sin mucho esfuerzo pero que no acaba de convencer. De la autora guardo mejor recuerdo de la obra que le valió el Pulitzer, Olive Kitteridge (hablé de ella aquí). Por mencionar algo positivo, me llama la atención este fragmento: "Me interesa cómo encontramos maneras de sentirnos superiores a otra persona, a otro grupo de personas. Pasa en todas partes, y todo el tiempo. Le pongamos el nombre que le pongamos, creo que es lo más rastrero que hay en nosotros, esa necesidad de encontrar a alguien a quien rebajar".


Andarás perdido por el mundo (2016), de Óscar Esquivias. Libro de catorce relatos que, acaso en relación con el título, que alude a una frase del Génesis, abarcan diferentes localizaciones: Italia, País Vasco, Senegal, Rusia, Inglaterra... y el barrio burgalés de Gamonal, que es una presencia recurrente. El primer relato, "Todo un mundo lejano", me ha parecido buenísimo. Así como "El chino de Cuatroca", protagonizado por un ecuatoriano de dieciséis años que vive en Madrid, en Cuatrocaminos. Mi interés, a pesar de todo, ha ido decayendo un poco conforme pasaba páginas. Los cuentos breves, de una página o así, me han parecido en general más flojos. En todos se percibe la amplia cultura del autor, su sensibilidad y su inteligencia. La música clásica, ya desde la portada, está muy presente. En algún texto uno cree percibir, en el estilo, que Esquivias ha escrito literatura para jóvenes (y esto no siempre es negativo). Como conjunto, creo que guardo mejor recuerdo de La marca de Creta, el otro libro del autor que he leído. No obstante, Andarás perdido por el mundo tiene varios cuentos sencillamente sobresalientes, en mi opinión. Destacable la cuidada edición de la gallega Ediciones del Viento.

16 junio 2018

Las moscas

Alesia Lund

Un zumbido familiar en primavera lo atestigua: a las casas han llegado las moscas. Pululan por salones y cocinas, danzan dibujando agudas aristas en el aire. Tienen, ya sabemos, una acusada predilección por el feísmo: sobre un zurullo aún caliente se agolpan por docenas, pero si se trata de la bella clavícula de una dama, o de un escotado canalillo -en mitad de una noche de verano-, allí se posa una si acaso. Digamos que su objeto de atención es transversal, pero se cuentan con los dedos las estetas. En abril podemos mirarlas sin fastidio, pero a final de temporada nos tienen saturados: hasta tal punto molestan que a algunas podrían enjuiciarlas por acoso. Tan leves y gravosas, en las frases de Azorín se las oxea. Negras y zumbonas, su vuelo a nadie inspira, y emiten un sonido insidiosísimo. Orquestan horripilantes sinfonías, y aunque sus patas nos cosquilleen la epidermis en silencio, las observamos no sin cierto asco. Tan pronto se obcecan con nosotros como dedican ratos largos a un pertinaz revoloteo rectilíneo, como si doblaran esquinas invisibles en el ficticio callejero del aire. Son de ideas fijas, y si les da por una habitación -esa es otra- pueden completar cien mil vueltas sin descanso. Inofensivas pero puñeteras, no incordian más porque no pueden. Si lo ven a uno con ganas de echar una cabezadita por la siesta, allí que acuden, dispuestas a impedirlo a toda costa. Cuando perdemos la paciencia y nos proponemos su exterminio, podemos ver cómo a veces se retuercen malheridas tras un zurriagazo a mano llena, pero poco después van y reviven como vulgares aves fénix de extrarradio, pues se aferran a la vida con una terquedad sobresaliente.