30 mayo 2021

"Canción", de Eduardo Halfon


Canción
(Libros del Asteroide, 2021) es el último libro publicado por el guatemalteco Eduardo Halfon, el único escritor de Guatemala que he leído aparte de Augusto Monterroso. Tras comprarme El boxeador polaco, del que hablé hace poco aquí, decidí aprovechar que lo tenían en la Biblioteca de Antequera para encadenar lecturas del mismo autor y ponerme, apenas terminé el otro, con Canción. Halfon parece haberse especializado en el género de la nouvelle, algo que lo asemeja a otros autores contemporáneos como Yuri Herrera, Sara Mesa o Andrés Barba. Canción apenas alcanza las 119 páginas, con un tamaño de fuente y un espaciado no muy embutidos. El resto de sus libros, me parece, sigue esta senda, en unos tiempos en que los tochos parecen primar en el mundo del bestséler.


Canción comienza con Halfon llegando a Tokio disfrazado de árabe para asistir a un congreso de escritores libaneses, en una escena cómica y juguetona a lo Enrique Vila-Matas. Al poco encontramos este fragmento, que da una idea del cóctel cultural identitario del autor:


"Y nunca antes me habían solicitado ser un escritor libanés. Escritor judío, sí. Escritor guatemalteco, claro. Escritor latinoamericano, por supuesto. Escritor centroamericano, cada vez menos. Escritor estadounidense, cada vez más. Escritor español, cuando ha sido preferible viajar con ese pasaporte. Escritor polaco, en una ocasión, en una librería de Barcelona que insistía -insiste- en ubicar mis libros en la estantería de literatura polaca. Escritor francés, desde que viví un tiempo en París y algunos aún suponen que sigo allá."


Pronto, no obstante, se introduce el tema de la historia familiar. En este caso, Halfon habla de su abuelo judío-sirio/libanés, que fue secuestrado en enero de 1967, durante la Guerra Civil. Hay referencias constantes, por lo tanto, a la historia de Guatemala. "Nadie ignora que Guatemala es un país surrealista", escribe Halfon. Conocemos así la intervención del gobierno de Estados Unidos (una de tantas) en el 54 para derrocar al presidente Jacobo Árbenz (Halfon no le pone tilde, ignoro por qué), elegido democráticamente. También aparece Rogelia Cruz, miss Guatemala, comprometida políticamente y salvajemente asesinada.


Rogelia Cruz

Halfon reconstruye esta historia familiar, indisolublemente ligada a la historia de Guatemala, que como historia latinoamericana es, a menudo, una historia de horrores. La narra a través de saltos cronológicos, de forma no lineal, en fragmentos breves que van desde el presente adulto del autor a remembranzas de su infancia. Así, al principio cuenta historias desde la mirada de un niño, escenas que desprenden una gran ternura y que me llevaron a pensar en el Jaime Bayly de Yo amo a mi mami. En medio de juegos infantiles en la casa familiar, los militares irrumpen buscando al abuelo. La vida de esos niños se pone seria de repente, como reflejó Cortázar de forma magnífica en ese título suyo: Final del juego.


No quería dejar de hacer algún comentario sobre la imagen de portada, que me ha llamado la atención y he visto que es obra del fotógrafo Daniel Chauche (1951). He ojeado su web y su trabajo me parece muy interesante, así que la enlazo aquí.


Tras leer estos dos libros, no me queda claro si Eduardo Halfon es un autor dotado para deleitar y conmover más que para imprimir hondura y aliento de gran literatura a sus libros, pero la lectura, desde luego, ha resultado una experiencia muy agradable. Muy bonita, como siempre, la edición de Libros del Asteroide.


"Le decían Canción porque había sido carnicero. No por músico. No por cantante (ni siquiera sabía cantar). Sino porque al salir de la cárcel de Puerto Barrios, adonde lo habían enviado tras robar una gasolinera, trabajó un tiempo en la carnicería Doña Susana, en un sector periférico de la capital. Era un buen carnicero, decían. Muy amable con las señoras de la zona que compraban ahí cortes de carne y embutidos. Y su apodo, entonces, no era más que una aliteración o un juego de palabras entre carnicero y canción. O eso decían algunos de sus compañeros. Otros, sin embargo, sostenían que el apodo se debía a su forma tan peculiar y melódica de hablar. Y aún otros, acaso los más intrépidos, lo atribuían a su capricho de siempre confesar demasiado, de cantar más de la cuenta".

23 mayo 2021

"El boxeador polaco", de Eduardo Halfon

 


El boxeador polaco, acaso el libro más conocido de Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971), fue publicado por Pre-Textos en 2008. Libros del Asteroide lo reeditó en 2019, en un volumen que incluye La pirueta, otra obra (cuento largo o novela corta) de 2010 que también había publicado Pre-Textos y que guarda una indudable unidad con los textos de El boxeador polaco. Con buen criterio, por lo tanto, se ha incluido en esta reedición. Libros del Asteroide parece haberse convertido en casa estable para este autor latinoamericano, cosmopolita, moderno y propenso a las mudanzas: desde 2014 sus libros se han venido publicando ahí (Monasterio, Signor Hoffman, Duelo o Canción, de este mismo 2021), salvo una escapada a Jekyll & Jill con Biblioteca bizarra (2018).

 

Se trata del primer libro que leo de Eduardo Halfon, autor nacido en Guatemala, que con diez años se fue con sus padres a Estados Unidos y ahora reside en París con su mujer y un hijo. Es de orígenes judío-polacos por una rama familiar y judío-árabes por la otra (el apellido Halfon es de origen libanés). La historia familiar, el peso de los orígenes, la identidad o el desarraigo son elementos recurrentes en su obra y que podemos extraer de El boxeador polaco.


El libro se compone de siete relatos, todos ellos narrados por la misma voz, la de un Eduardo Halfon personaje que es y no es el autor, hilvanados entre sí (comparten varios personajes y referencias). A ellos le siguen La pirueta y el Discurso de Póvoa. Esta conexión entre las historias, así como su propia naturaleza y confección, me lleva a pensar en los relatos de un novelista, en una novela en episodios, fragmentada, más que en textos del género breve en sí.


En el primer relato, "Lejano", encontramos a ese Eduardo Halfon ficcional dando clases de literatura a jóvenes. Clases de iniciación, que lo enfrentan a los comentarios habituales de la gente que no lee o lee poco, a los que él responde de forma lúcida e intenta orientar en ese acercamiento a cuentos clásicos (les da a leer a Poe, Maupassant, Chéjov, Joyce). Esto me hizo recordar mi experiencia como bibliotecario en el mundo rural, donde tienes la oportunidad de tener un trato más cercano con los lectores, charlar con ellos y recibir comentarios parecidos a los del alumnado de Halfon en el relato, del tipo "el libro es feo" o "quiero un libro alegre, porque este me ha dejado un vacío por dentro que no quiero sentir más con un libro". Entre los alumnos hay uno que escribe poemas y con quien el narrador establece una relación especial, hasta el punto de emprender un viaje en su busca. "Lejano" me ha parecido un gran cuento.


Otro de los textos destacados del libro, cómo no, es el que le da título. "El boxeador polaco" cuenta la historia del abuelo de Halfon, que después de una vida de silencio comparte con su nieto la experiencia de su pasado en los campos de concentración nazis (en la fotografía de portada puede verse al hombre en cuestión, montado en bicicleta, poco después de su excarcelación). El nieto conocerá la verdadera historia del número que su abuelo lleva tatuado en el antebrazo izquierdo, y que siempre le había dicho que se trataba de su número de teléfono, que llevaba allí para no olvidarlo. La historia del boxeador polaco al que el abuelo se encontró en el campo, al que los nazis no mataban porque les gustaba verlo boxear, y que salvó la vida del abuelo de Halfon, no deja de ser interesante, pero quizá juegue un poco en su contra que a estas alturas conocemos ya muchos relatos de Auschwitz y el holocausto judío.


La prosa de Halfon es muy fluida, narra con inteligencia y atrapa al lector, y consigue varios felices hallazgos expresivos. No obstante, no consigo no sentir al cerrar el libro que me falta algo para considerarlo gran literatura, no sé si por falta de hondura (tal vez influya en esta percepción que yo venga de leer muy buenos libros -Faulkner, Trapiello, Marcelo Lillo-, no sé). El primer relato sí me ha parecido muy bueno, pero luego mi percepción de la calidad ha decaído un poco. 


Percibo, en el estilo, la influencia de Roberto Bolaño, en construcciones del tipo: "como en un sueño difuminado o como en una escena de un sueño difuminado en una película de antaño". Y, en general, en la narración vertiginosa, la prosa acelerada con el recurso del polisíndeton que encontramos, por ejemplo, en "La pirueta", donde Halfon se embarca en un viaje por Serbia a la búsqueda de Milan Rakic, un pianista gitano. En el libro conviven ambientes culturales (un congreso sobre Mark Twain, un concierto pianístico, las clases universitarias) con el ambiente de las calles y la gente de a pie (en el viaje del primer relato, en Guatemala, o en Serbia, en el caso de "La pirueta"). 


Como curiosidad lingüística, Halfon escribe, en lugar de azafata, aeromoza, que según el DRAE es común en el español de América. En un dardo de 1992, Lázaro Carreter lo señala como vocablo que tuvo poca aceptación en España cuando, surgida la aviación comercial, hubo que traducir el inglés "air hostess" (la palabra azafata, que acabaría triunfando, ya era voz anticuada por entonces).


Me ha gustado la experiencia de leer a Halfon.


Valoración: 3,5/5.


16 mayo 2021

"De vez en cuando, como todo el mundo", de Marcelo Lillo

 


De vez en cuando, como todo el mundo reúne treinta relatos cortos del escritor chileno Marcelo Lillo (1958) publicados por Lumen en 2018. Si atendemos a lo que cuenta el crítico Ignacio Echevarría en el epílogo de este volumen, Marcelo Lillo era un autor desconocido hasta que se presentó a un importante certamen de cuentos chileno, en el que su relato "Hielo", incluido en De vez en cuando, como todo el mundo, resultó triunfador. Lillo tiene a sus espaldas una historia algo novelesca (sin ánimo de dudar de su veracidad) según la cual se compró una Colt 45 con la promesa de pegarse un tiro si en cuatro años no triunfaba en esto de la literatura. El episodio recuerda a otras leyendas similares del mundo literario, como la de John Kennedy Toole, que como ya sabemos se suicidó ante el rechazo unánime a su novela La conjura de los necios, todo un clásico que en su momento nadie parecía querer publicar. Otro caso mencionable acaso sea el del escritor colombiano Andrés Caicedo, que avisó de que a los veinticinco años se suicidaría y así lo hizo.


Marcelo Lillo debutó a los cincuenta años con El fumador y otros relatos (Caballo de Troya, 2008), un libro de cuentos al que siguió, un año después, Gente que baila sola (Mondadori). Casi todos esos cuentos se recopilan en De vez en cuando, como todo el mundo, cuentos reunidos a los que se suman una docena de nuevos textos, hasta un total de treinta. Lillo ha dado a la imprenta también un par de novelas, la segunda de las cuales, Niebla City, parece aludir al pequeño pueblo costero de Chile en el que vive, algo lejos de todo, con su mujer y una perra.


Diría que los cuentos de Lillo son deudores, en gran medida, de la tradición norteamericana, en especial de la obra de Raymond Carver. Cheever o Chéjov son otros de sus referentes, aunque a mí me han llevado a pensar antes en los de Lucia Berlin en su Manual para mujeres de la limpieza. Se trata de historias de extensión media, entre las ocho y las veinticinco páginas, con predominio de los narradores masculinos en primera persona.


Abre el volumen "El fumador", donde un tipo metido en un matrimonio en crisis conoce a alguien, en un bar de carretera, que dice ser escritor itinerante (se autoedita y trata de vender ejemplares aquí y allá). Desde el comienzo se palpa ese llamado realismo sucio propio de Carver. Encontramos algunas afirmaciones demasiado optimistas sobre la lectura, al menos con los índices de lectura que tenemos en España ("en cualquier lugar hay una casa, y donde hay una casa hay un lector", leemos, y por un momento el realismo se convierte en literatura fantástica). 


"La felicidad", el segundo cuento, nos muestra a un matrimonio sin trabajo ni dinero, con frases cortas al estilo minimalista, con esos puntos y seguido que dejan su olor a pólvora en el ambiente. Atmósfera desolada pero compasiva en lo que me ha parecido un gran relato. Le sigue "40 Caballos", en el que un adolescente rememora el día en que su padre lo llevó a un combate de boxeo, un episodio que tiene mucho de rito iniciático. El título alude al remoquete de un boxeador, representante de la clase obrera, que trabaja de carnicero (inevitable no acordarse del Rocky de Sylvester Stallone). Otro gran relato. En "Plegaria por Mustafá", al desencanto en otras esferas vitales se suma también el político (la dictadura de Pinochet). Los personajes tienen los bolsillos llenos de fracasos.


"Una puta oración", por su parte, es un relato de aprendizaje de un adolescente con padre ausente (tema recurrente el de la orfandad, la familia monoparental o desestructurada, así como los matrimonios en momentos críticos) que se muda de pueblo cada poco con su madre, una mujer que -según descubre él- se dedica a la prostitución. "El mundo está cambiando" nos habla de los ideales hippies de un personaje femenino un poco calamitoso que se va de casa de joven, a cambiar el mundo como quien dice, y vuelve a los dos años con la firme decisión de recluirse en su cuarto, engullendo todo lo que pilla hasta llegar a los 190 kilos y los sesenta años, como una hikikomori crónica.

 

Otros relatos que me han gustado mucho: "Hielo", "Obscenidad" o "Diente de león", en el que un joven universitario acude a la cárcel, de la que sale su padre tras unos años cumpliendo condena por violación. Pudiera parecer un momento alegre, pero el padre está convencido de que no hay mucha posibilidad de reinserción para alguien que ha cometido un delito como el suyo y, ante la imposibilidad de una segunda oportunidad, trata al menos de hacerse comprender por su hijo. Se trata de un tema arriesgado del que el autor sale airoso, abordándolo sin maniqueísmos.


Poco a poco se hace evidente que en el universo de Lillo son habituales los perdedores ("desde que era niño ya estaba en mí la madera con que se esculpe la derrota", leemos en uno de los relatos) que tratan de desarrollar su vida con la mayor dignidad posible. La búsqueda de la felicidad personal, ese concepto tan definitorio de nuestro tiempo, es otro concepto sobre el que se reflexiona. De hecho, el título del libro está extraído de un diálogo en el que a alguien le preguntan si es feliz y responde que de vez en cuando, como todo el mundo. Por momentos, el narrador se descuelga con alguna frase honda o de una desolada belleza que aquilata la potencia de estas historias, obra de un autor maduro en pleno dominio de su oficio.


Hacía años que tenía pendiente leer a Marcelo Lillo, que aquí da muestra de un mundo coherente y muy definido, de gente de a pie minada por la derrota, que trata de sobrevivir pese a la soledad y los varapalos y que son tratados con una mirada llena de compasión. Son historias con mucha fuerza, que a menudo ponen el foco en momentos clave en la vida de esos personajes. Vidas de los de abajo, por aludir al clásico de Mariano Azuela.


Marcelo Lillo es sin duda un gran escritor de relatos.






08 mayo 2021

"Poesías completas 2019", de Miguel d'Ors


En 2019, el año previo a la pandemia, la editorial Renacimiento publicó la poesía completa de Miguel d'Ors (Santiago de Compostela, 1946). El volumen incluye catorce poemarios: Del amor, del olvido (1972), Ciego en Granada (1975), Codex 3 (1981), Chronica (1982), Es cielo y es azul (1984), Curso superior de ignorancia (1987, Premio de la Crítica), Canciones, oraciones, panfletos, impoemas, epigramas y ripios, o Cajón de sastre donde se hallará todo cuanto deseare el lector amigo, y el no tanto sobradas razones para seguir en sus trece (1990), La música extremada (1991), La imagen de su cara (1994), Hacia otra luz más pura (1999), Sol de noviembre (2005), Sociedad limitada (2010), Átomos y galaxias (2013) y Manzanas robadas (2017). Y también unas "Poesías sueltas publicadas en Punto y aparte (1992) y no publicadas en ningún libro posterior". Todo ello precedido por unos preliminares donde d'Ors habla, entre otras cosas, de su anterior reticencia a publicar una poesía completa o del peligro de caer en un biografismo excesivo a la hora de interpretar sus poemas. Recuerda a Pessoa: el poeta es un fingidor. En alguna entrevista le he oído insistir en esa ficcionalización del yo, en que los poemas los construye con un poco de memoria y otro de sueño (los episodios autobiográficos se manipulan: "se seleccionan, se mezclan con invenciones (aquí está lo del sueño) para que el resultado sea estéticamente bueno").


Tuve la suerte de asistir a las clases de Miguel d'Ors en la Facultad de Filosofía y Letras de Granada allá por 2006 y 2007. Era un excelente profesor y le guardo un gran aprecio, superador (faltaría más) de las divergencias ideológicas que pueda haber (él muy creyente y de derechas y yo ateo o agnóstico y etcétera). Por entonces uno había leído todavía poca poesía, pero fue una grata sorpresa descubrir la suya, que se suele enclavar en la corriente de la poesía de la experiencia. Saqué algunos libros suyos de la biblioteca pero no tenía ninguno en casa, deuda que he decidido saldar haciéndome con esta poesía completa a fecha de 2019, tan pulcramente editada por Renacimiento. Los poemarios están ordenados, como ya no parece tan infrecuente, en orden inverso al cronológico, desde el de publicación más reciente (Manzanas robadas, de 2017), al más antiguo (Del amor, del olvido, de 1972).


De la poesía de d'Ors destacaría su fino sentido del humor o los chispazos de una aguda inteligencia. A menudo encontramos poemas celebrativos del entorno natural, permeados por una sostenida melancolía (algunos textos germinaron, según leemos al pie del poema -cuyo surgimiento el autor acostumbra a fechar y a ubicar-, durante caminatas, ascensiones a algún monte o trayectos en bicicleta). Con frecuencia, el yo poético aparece enfangado en una realidad gris de la que trata de escapar imaginándose tierras lejanas (Wyoming) o en un pasado feliz que se añora (Galicia). Esta pulsión por estar en otra parte a veces se le revela vana al yo poético, en la línea del Campoamor que escribía aquello de "Cambiar de destino no es sino cambiar de dolor". Se trata de un vector temático (con perdón) que también está presente en La vida, panorámica (libro del que ya hablamos aquí) de Ángel Talián, autor joven en el que se percibe la impronta de la obra de d'Ors (Jesús Montiel -Granada, 1984- sería tal vez otro ejemplo). No obstante, esa insatisfacción crónica puede servir de madera para la caldera de la locomotora creadora. 


Es la de Miguel d'Ors una poesía narrativa, bien cimentada. La cotidianidad está muy presente (y la poesía o la creación como salvadoras de esa grisura), a veces narra momentos epifánicos, de inadvertida felicidad, o se entrega a variaciones de lecturas (en diálogo con la tradición, que el autor conoce perfectamente). Siendo católico, la presencia de Dios también es recurrente en estos poemas. Hay coloquialismos entreverados con lecturas, por ejemplo, de Platón. Con frecuencia celebra la belleza del mundo, lo sencillo, o se abisma en remembranzas del pasado. Siendo poemas bien pensados y estructurados, racionales, contienen a un tiempo multitud de hallazgos expresivos, a veces geniales. Más de una vez se habla del fenómeno de la creación como de un misterio, de que cuando el autor se pone ante el papel siempre surgen cosas imprevistas, algo que en algún punto ignoto le guiña el ojo.


En cuanto a la métrica, diría que predominan los versos alejandrinos, el metro con el que el autor parece sentirse más cómodo, y a continuación, por frecuencia, tal vez irían los endecasílabos. En otras composiciones se cultiva el octosílabo y el heptasílabo. Aparecen algún soneto y algún haiku. A veces encontramos rima, otras no. 


Dejo como muestra un poema, en el que se maridan, con sentido del humor, alta cultura y cultura popular, el tópico del tempus fugit y el Marca, en los tiempos del futbolista Butragueño. Da un poco de respeto ponerlo, aunque no seré el primero ni el último, si tenemos en cuenta que al autor no le gusta mucho que sus poemas pululen por internet.




Miguel d'Ors, en definitiva, me parece un gran poeta. Encuentro su obra por encima de la de algunos galardonados con el Premio Cervantes que he tenido ocasión de leer, pero me da que a d'Ors jamás le otorgarán un premio de ese tipo. Ojalá me equivoque.


Valoración: 5/5.