Hablamos de un sol de justicia
para referirnos a un sol inmisericorde, inhumano, heridor, casi
vengativo, de modo que a veces uno se pregunta qué imagen de la
justicia teníamos cuando se acuñó tal expresión y cuál
proyectamos al utilizarla, y si verán todo esto con buenos ojos, o
bien con clamorosa indiferencia, los miembros de la judicatura, a los
que no imagina uno artífices de esa asociación de palabras.
Por otro lado, aun en el
supuesto de que les desagradase, como cada día les van quedando
menos atribuciones, de las que de forma invasiva se apropia el poder
político, tampoco creo que ostenten prerrogativas suficientes para
suprimir la locución, tan arraigada en el repertorio de lugares
comunes del lenguaje. No obstante, si aun así tuviesen jurisdicción
en estos ámbitos, me tomo la libertad de proponer, ya que estamos,
alguna alternativa que considero que podría conseguir buena
aceptación entre la gente.
En lugar de un sol de justicia,
se me ocurre que podríamos hablar de un sol de
banquero, cuando
queramos señalar que no perdona. El gremio financiero anda, me
parece, más desprestigiado aún que el jurídico (iba añadir “y
que el político”, pero no quisiera pecar de imprudente). “Los
banqueros son esos seres que os dejan el paraguas cuando hace sol.
Cuando llueve, es un poco más difícil...”, se leía ya en El
cuaderno gris.
El ámbito Hacienda también
genera amplios sentimientos de oposición, contribuyendo al
hermanamiento ciudadano en cualquier conversación que se precie, de
modo que al urente sol estival podríamos denominarlo, por qué no,
un sol del fisco.
Parecen expresiones estúpidas,
pero cosas más imbéciles se han asentado en nuestro repertorio
lingüístico sin que nos diéramos cuenta, impregnadas de validez
por el único -pero persistente- efecto de la repetición. De modo
que aunque ahora se ría el lector (y hasta yo mismo) con estas
locuciones, una vez incorporadas al acervo lingüístico, en cosa de
meses acabarían pareciendo perfectas, casi tanto como esas
piedrecitas que va puliendo el oleaje, hasta convertir sus aristas en
suavísimos contornos como de ensalivado caramelo.
Un sol terminal
podría ser otra opción, mucho menos atractiva pero que a fin de
evitar el masticadísimo sol letal
podríamos dejar a
mano, por si acaso, en el segundo cajón.
También, se me ocurre, podría
probarse fortuna con un sol fundamentalista,
pues en verano, en nuestras coordenadas geográficas, no conoce otra
que la obstinación y repele cualquier tipo de duda o
autocuestionamiento, mostrándose a todas horas implacable, horneando
a piñón fijo.
Vale. Dejo ya de quemar al
lector.
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