Qué delicia cuando uno lee los ingredientes de algún alimento y llega a eso de: “puede contener trazas de crustáceos, albaricoque, lomo de papagayo tolteca o huevo de Diplodocus”. Piensa uno: pero si solo se trata de una barrita de chocolate…
En ese contexto serio, la vaguedad del puede, esa ambigüedad deliberada, dinamita ipso facto el clima de rigor. Sin necesidad de acudir a deportes extremos, menudos lingotazos de adrenalina los que deparan ciertos etiquetados.
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