Cuenta mi padre que cuando era joven, y había equipo de fútbol en el pueblo, no existía aún la manía actual por el agua embotellada, de modo que durante los partidos, en las gradas -o en la banda, no sé, no quisiera pecar de megalómano: dondequiera que se arracimara la gente para atender los lances del juego-, un aguador merodeaba con un botijo de agua fresca que ofrecía a quien tuviera sed y propósito de aplacarla. Recuerda mi padre el precio con una seguridad que espanta cualquier duda: el agua se vendía a un duro la pechá. Por si a alguien le suena extraño, y aunque la explicación resulte ociosa, quiere eso decir que apoquinando la tarifa en cuestión uno podía echarse un trago todo lo largo que gustase, hasta el empacho, así le rebosara el líquido por los oídos.
Esto de la pechá debía de ser una variante andaluza de lo que ahora llaman tarifa plana o también buffet libre. A mí me resulta curioso, además de muy expresivo, y por eso lo cuento aquí.
Esto de la pechá debía de ser una variante andaluza de lo que ahora llaman tarifa plana o también buffet libre. A mí me resulta curioso, además de muy expresivo, y por eso lo cuento aquí.
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