04 abril 2021

"El silencio del patinador", de Juan Manuel de Prada



Libro de relatos publicado por Valdemar en 1995, he comprado El silencio del patinador de segunda mano en la librería vallecana La Subterránea. Juan Manuel de Prada nació en Baracaldo en 1970 y se había dado a conocer un año antes, en 1994, con un primer libro de título llamativo: Coños (en homenaje a los Senos de Ramón Gómez de la Serna), que publicó -reeditó y visibilizó, más bien- la editorial Valdemar. Después de El silencio del patinador de Prada no ha publicado más libros de cuentos, de modo que es el ejemplo clásico del cultivador del cuento como mera transición a la novela, más que como predilección consciente por este género que algunos, todavía, amamos tanto. En el otro extremo estaría Borges, maestro del cuento, poeta y ensayista que  nunca llegó a escribir una novela. De Prada en realidad se llama Juan Manuel Prada Blanco, y se tuneó el nombre con ese aditamento aristocrático a la hora de su bautizo como escritor. Nada que supere, por otra parte, lo de Valle-Inclán, nacido como Ramón Valle Peña, que trocó, como todos sabemos, por el campanudo Ramón María del Valle-Inclán y Montenegro. En el polo opuesto encontramos a Antonio Gala, cuyo nombre real, al parecer, es Antonio Ángel Custodio Sergio Alejandro María de los Dolores Reina de los Mártires de la Santísima Trinidad y de Todos los Santos. Gala sabía que con ese nombre se puede ser Príncipe de Asturias o rey Borbón, pero no escritor.


De Prada ha tenido una proyección pública bastante acusada (radio, televisión) y posee una larga trayectoria como articulista. Es católico, de ideología bastante conservadora y aire provocador, un perfil no muy cercano a mí pero que no me lleva de antemano a excluirlo de mis lecturas (leo a escritores en las antípodas ideológicas: leo a Cristina Morales, cuya Lectura fácil me gustó, y a José Jiménez Lozano): me interesan más que nada sus primeros libros, eso sí. De Prada tuvo desde el principio el beneplácito de gente con nombre como Francisco Umbral, Arturo Pérez-Reverte, Ricardo Senabre o Miguel García-Posada. Llama la atención su precocidad. Poco después de publicar este libro, en 1997 le concedieron el Premio Planeta, ese galardón de mucho dinero y mala reputación, por La tempestad. Siguió la ronda clásica de los premios paripé mejor dotados ganando luego el Primavera y el Biblioteca Breve. Después creo que dijo -qué cosas- que la literatura no daba para vivir.


El silencio del patinador lo componen doce relatos de parecida extensión, si excluimos el último, que es más largo. Todos están narrados en primera persona por un personaje masculino que, en los primeros, suele ser un adolescente, o un niño a punto de dejar de serlo que sufre los primeros desengaños, los vislumbres de que la vida adulta no es tan bonita como esa infancia a la que tantos se han referido como un paraíso perdido. De forma explícita, en uno de los cuentos leemos: "ya se sabe que no hay adolescencia sin desengaño". El tiempo verbal en que se narra es el pasado, y en el mundo que aparece retratado en los textos no hay apenas referencias a la contemporaneidad, a ese final del siglo XX en el que de Prada creció; muestran los relatos un interés acusado por épocas pretéritas, decimonónicas tal vez (se alude a retratos en sepia, daguerrotipos, estufas de carbón, carreteras sin asfaltar, caserones góticos), una especie de añoranza por un mundo pre-tecnológico. Hace unos días comentaba aquí Caminaré entre las ratas, una novela en la que el autor habla, y de forma pormenorizada, de su tiempo. El silencio del patinador es todo lo contrario, y se diría que tiene vocación arcaizante.


El estilo puede tacharse de barroco o recargado, si queremos criticarlo, o fruto de un trabajo de orfebre, de un precoz virtuosismo, si pretendemos alabarlo. A sus veintipocos, se conoce que de Prada ya conocía el diccionario como un concursante de Pasapalabra, y aquí y allá va colocando -bien, mayormente- palabras desusadas en el lenguaje conversacional, en el habla del hombre de la calle. Pero claro, esto es literatura y acaso los sibaritas agradezcan esa riqueza de vocabulario, ese adjetivo que de pronto te sorprende, cierta metáfora que brilla. Prefiero no desvelar muchos detalles de la trama. En "Las noches heroicas", contradiciendo lo dicho en el párrafo anterior, sí trata el exilio y los últimos estertores de Franco. De Prada ridiculiza a un grupo de poetas de izquierdas, antifranquistas que planean una conjura que se revela inane. Algo que encuentro fallido y que se repite en varios textos del libro: el autor pone en boca de esos personajes de poca edad pensamientos a los que, con suerte, se llega muchos años después, reflexiones de una lucidez imposible para jóvenes que apenas intuyen todavía qué significa vivir.


El último relato, "Gálvez", está ambientado en el Madrid de la II República y la Guerra Civil. El Gálvez del título es Pedro Luis de Gálvez, personaje mítico de la bohemia que (famosa anécdota) se cuenta que mendigaba por las calles valiéndose del chantaje emocional de un bebé muerto que llevaba en una caja de zapatos, y del que afirmaba ser el padre. Apelaba a la caridad del prójimo para conseguir un dinero con que pagar el entierro de ese niño que en realidad no era suyo, dinero que luego se gastaba en borracheras. Se trata de uno de los relatos más logrados del volumen, que recrea el ambiente literario de la época. En algún momento aparece un joven argentino del que se dice que se llama Burgos o Borges, ambigüedad que evocará al lector avisado la novela El nombre de la rosa, donde un tal Jorge de Burgos, en claro guiño a Borges, ejercía de bibliotecario en esa abadía donde no paraban de morir monjes en circunstancias extrañas. Este último relato lo iba a explotar luego el autor en una novela extensa publicada al año siguiente, Las máscaras del héroe, que publicó también Valdemar y espero leer a no mucho tardar.


El imaginario de de Prada es más novelesco que experiencial. Como artefactos lingüísticos, y de apreciable inventiva, creo que conviene valorar estos relatos, cuya lectura mayormente he disfrutado. Sí que cansa un poco la sexualización constante cuando entran mujeres en escena, la descripción erótica por parte de narradores viciosillos de mentes calenturientas, de rancia rijosidad.


Pero el libro, ya digo, tiene su punto.


Valoración: 3,5/5.

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