("Todos los árboles del mundo me parecen mis hermanos.")
No había leído a ningún autor surcoreano (quitando al ensayista Byung-Chul Han), pero sí visto algunas películas de Corea del Sur, mucho antes del boom de Parásitos, y leyendo La vegetariana uno encuentra rasgos que se inscriben en esa tradición, en ese imaginario. La primera película que vi de ese país acaso fuese Old boy, de Park Chan-wook, o tal vez Hierro 3 de Kim Ki-duk, en mi época de estudiante en Granada. Durante el visionado de otra película asiática, la taiwanesa El sabor de la sandía, la zona de la calle en que se ubicaba el cine se quedó sin fluido eléctrico y en el Aliatar, ya inexistente, sobrevino un apagón. La pantalla y la sala quedaron a oscuras y se sucedieron unos instantes de desconcierto.
Conocía esta novela de haberla visto recomendada en redes años antes de que Han Kang recibiera el Nobel, aunque no me interesó como para leerla. El anuncio del premio Nobel de este 2024 lo recibí, de hecho, con más fastidio que alegría, en la idea de que los suecos habían vuelto a derrapar en su trayectoria errática, como de forma a mi parecer acertada la calificó el escritor David Pérez Vega, una extraña línea de premiación que engloba en un mismo saco a Faulkner y a Churchill, a García Márquez y a Bob Dylan. Así, pensaba dejar pasar la lectura de La vegetariana hasta que, en el club de lectura que coordino a través de la biblioteca donde trabajo, varias personas manifestaron un vivo interés por leer esta novela, publicada en Corea del Sur en 2007, si bien parece que no alcanzó renombre internacional (en Occidente, al menos) hasta que obtuvo el Booker Internacional en 2016. Al año siguiente la editó en España el sello independiente :Rata_, que publicó alguna obra más de Han Kang (Actos humanos, Blanco) pero ya ha desaparecido en uno de esos huracanes del mercado, y después la comenzó a editar Penguin Random House, que ha publicado también La clase de griego y ahora con el Nobel de Literatura imagino que invertirá mucho más en la autora (de hecho, observo que ya en diciembre salen a la luz dos nuevos libros de Han Kang, Actos humanos e Imposible decir adiós). He visto que existe una adaptación cinematográfica de La vegetariana, una producción coreana de 2009, que no está disponible a día de hoy en ninguna plataforma y creo que muy poca gente habrá visto en España.
De la sociedad surcoreana actual tenía alguna idea a raíz del programa Españoles en conflictos, de RTVE. Conocía, así, la competitividad extrema y el superrendimiento que caracteriza a esa sociedad que hace que los estudiantes, desde niños, vivan con una gran presión. La tasa de suicidios allí es la segunda más alta del mundo, sólo superada por Guyana. Su fijación por la imagen, las operaciones estéticas y el éxito también son bastante notables. Otra costumbre, comentada en el prólogo por Gabi Martínez, es la imposición de, terminada la jornada laboral, salir a tomar copas con los compañeros del trabajo y el jefe, al ritmo que este último marque. De hecho, se comenta que Corea del Sur duplica en consumo de alcohol a la mismísima Rusia. Algunas de estas peculiaridades se atisban en La vegetariana, donde leemos que una mujer se ha sometido a una cirugía estética para agrandarse los ojos, o que el marido de la protagonista llega muy tarde del trabajo, a las doce de la noche.
La novela se compone de tres partes: "La vegetariana", "La mancha mongólica" y "Los árboles en llamas". En la primera conocemos a la protagonista, Yeonghye, que tras unos sueños perturbadores (como si se tratara del comienzo de La metamorfosis de Kafka) deja de comer cualquier alimento que provenga de animales. En esos sueños la carne aparece asociada a la violencia y al salvajismo. Conviene destacar que este cambio en sus hábitos no se debe a una decisión meditada y razonada, como leeremos más adelante:
"Ahora hay mucha gente que es vegetariana, pero lo particular en su caso era que no estaban claros los motivos que la habían llevado a aquello."
Yeonghye está casada, vive un matrimonio bastante anodino con un tipo que no comprende su drástica decisión. En algún fragmento se evidencia una crítica al machismo y a la posición sumisa de la mujer:
"Por primera vez en cinco años de casados, salí hacia mi trabajo sin que me ayudara a prepararme y me acompañara hasta la puerta.
-¡Se ha vuelto loca! ¡Completamente loca!"
Pero no es sólo que Yeonghye se haga vegetariana, o más bien vegana. Comienza a adelgazar muchísimo y apenas duerme, por lo que su salud se ve desde el primer momento bastante en peligro. En una cena familiar, la presión familiar llega a su culmen cuando su padre (un ser bastante autoritario y violento) la fuerza a comer carne, le pega y se sucede una escena bastante extrema. El clima de extrañeza es palpable a lo largo de numerosas páginas.
La prosa es sencilla, se lee sin dificultad ni necesidad de dosis excesivas de concentración. En la traducción de Sunme Yoon aparecen frecuentes despistes y erratas, que por fortuna no consiguen enturbiar el valor del libro. La estructura parece solvente, el desarrollo acertado. En la primera parte narra en primera persona el marido y, en algunos párrafos, en cursiva, aparecen los sueños de la protagonista y algo de narración desde su perspectiva. En la segunda, que tiene lugar dos años después, se narra en tercera persona desde la perspectiva del cuñado, y en la tercera y última es la visión de la hermana la que conocemos.
Si Kafka escribió Deseo de ser piel roja, aquí podríamos hablar del Deseo de ser planta. Pero las concomitancias con la obra del autor de Praga no acaban ahí, y a los lectores de este clásico del siglo XX a buen seguro les vendrá a la mente también el magnífico relato Un artista del hambre. También conocemos durante la lectura algún caso en que el sentimiento exacerbado de la naturaleza desemboca en la parafilia, como (cambiando de tercio y salvando las distancias) en cierta película de Paco León. Se menciona una película del gran Hayao Miyazaki en la que a un personaje le crecen flores en los pies a cada paso que da. En algún momento se critica la falta de libertad, se quejan ante el sometimiento del sistema sobre el individuo (y, en concreto, sobre la mujer):
"Tu propio cuerpo es lo único a lo que le puedes hacer daño. Es lo único con lo que puedes hacer lo que quieres. Pero ni eso te dejan hacer."
Pero estas reflexiones críticas parecen escasas a lo largo de la novela, en la que predominan las partes narrativas, algunas de ellas con imágenes muy poderosas que se impregnan con fuerza en la memoria del lector. Las situaciones límite no escasean, con ambientes perturbadores no exentos de profundidad. La salud mental es otro tema importante en el libro. Me ha venido a la memoria aquella frase de Leopoldo María Panero que decía que a los pacientes de los psiquiátricos se los trataba peor que a los presos, no habiendo cometido ningún delito.
Después de todo (y aunque me cuesta conectar con la literatura asiática, salvo algunas excepciones como el Kenzaburo Oé de Una cuestión personal, entre otros), me alegro mucho de haber leído a Han Kang. La lectura ha sido una muy grata experiencia, y es muy probable que busque más libros de la autora. Una propuesta sin duda muy estimulante y lograda. Me uno a los entusiastas de La vegetariana.