26 abril 2025

"Las llanuras", de Gerald Murnane

 

Hace bien poco tiempo ni siquiera sabía de la existencia de Gerald Murnane. Podríamos decir que “todo comenzó” mirando las quinielas de los candidatos al Nobel de Literatura. El año pasado, sin ir más lejos, este escritor aparecía en alguna de las primeras posiciones, la cuarta o la quinta. Vi que la editorial Minúscula, de Barcelona, había publicado en España varios libros de este autor australiano, entre ellos Las llanuras (1982), considerado una de sus mejores creaciones. Fue así como me interesé por este libro.

 
En la biobibliografía de la solapa se nos dice que Murnane nunca ha viajado en avión. Tras un sondeo somero de la red, leo en algún sitio que el autor, nacido en 1939, nunca ha salido de Australia. ¿Haría una excepción si, dado el caso, el próximo octubre le conceden el Nobel? Si resulta ser el autor obsesivo y maniático que algunos pintan, la respuesta a la pregunta se antoja negativa. ¿Tendrá la Academia Sueca esto en cuenta para evitar su premiación, ante la duda de que no lo recoja? Lo ignoro. Creo recordar que en 2004 la austríaca Elfriede Jelinek no asistió a la ceremonia y recibió el premio en Viena, por problemas psíquicos (se hablaba de fobia social).
 

En Las llanuras, leemos algunos pasajes que resulta imposible no asociar con esta característica del autor: “He pasado toda mi vida intentando ver el lugar que ocupo como el destino de un viaje que nunca emprendí”, leemos. O: “Casi a diario me sorprende constatar que sean tan pocos los habitantes de las llanuras que han viajado realmente”. La experiencia del viaje internacional se antoja una de las obligaciones para el joven primermundista de nuestra época. A contrapelo de esta tendencia, el poeta malagueño Diego Medina Poveda escribía: 


“Lo sé, es raro en estos tiempos,
viajar no me apasiona,
me da alergia el periplo del turista
que baja del low cost malhumorado
y cree que en tierra extraña
se va a encontrar consigo mismo
en un selfie de amor a su persona”. 


Las llanuras se antoja un libro muy cerebral, ensayístico, sesudo. Tiene mucho de juego intelectual, de especulación filosófica, con ecos de Borges, de Kafka, de Bernhard, y también de la literatura del absurdo. Una novela sin apenas acción con una factura de desusada excelencia, sólo apta quizá para paladares exquisitos. 


“¿He olvidado acaso una de las características más corrientes de los habitantes de las llanuras, su obstinada negativa a permitir que lo desconocido tenga ningún efecto sobre su imaginación simplemente por el hecho de ser desconocido?” 


“Eso sí, un día espero poder satisfacer mi curiosidad acerca de su teoría de la Llanura Intersticial, el sujeto de una excéntrica rama de la geografía: una llanura que, por definición, no puede visitarse, pero que colinda y da acceso a todas las llanuras posibles”.

 
Un cineasta viaja a esta región de las llanuras, dizque en la Australia interior, con el fin de rodar una película que encapsule la esencia de esas tierras. Pasan los años y la empresa se antoja inabordable. Los lugareños señalan al forastero la imposibilidad de que lo consiga, del mismo modo que el agrimensor nunca llegaba al castillo en la obra de Kafka. Del mismo modo en que Godot nunca acababa de aparecer en la obra de Samuel Beckett.
 

La editorial Minúscula, cuya labor merece destacarse, con no pocas joyas en su selecto catálogo, ha publicado también Una vida en las carreras y Distritos de frontera, elogiada por autores del club del Nobel como Jon Fosse o J.M. Coetzee. Debería seguir leyendo a Gerald Murnane. Todo un descubrimiento.

 

 

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