22 enero 2010

El gran sueño del paraíso

De cuando en cuando, con menos frecuencia de la que a algunos nos gustaría, el guionista de París, Texas se descuelga con un libro de relatos. Ahí va un fragmento:

-Dice: «La vida es lo que te pasa mientras haces planes para otra cosa» -le informa la chica.
-Ya sé lo que pone. Sé leer.
-¿Y? -dice ella.
-¿Dicky escribió esto?
-¿Qué significa, Dicky? -pregunta la chica seductoramente, con una voz tenue y misteriosa.
-Pues lo que dice -murmura Dicky.
-Es muy agudo -le digo-. ¿De dónde lo has sacado?
-Me lo inventé -dice Dicky.
-¿Así, por las buenas? -le pregunto.
[....]
-Sí, me vino así.
[....]
-¿Y eso, Dicky, se te ocurrió en un momento que estabas consumido por sueños de futuro y te diste cuenta de que la vida se te estaba escapando entre los dedos?
-Algo así -farfulla.
-¿Te vino como una especie de impacto, de estallido de conciencia en el que de repente viste lo lejos que estabas de la realidad?
-¿Me vino el qué?
-La idea. La inteligente reflexión de que la vida era lo que te estaba pasando mientras tú estabas haciendo planes para otras cosas.
Vuelve a sorber los mocos y se limpia la nariz con la manga.
[....]
-No estaba planeando nada, la verdad -dice, casi en un susurro, como para evitar que los demás le [sic] oigan-. Creo que estaba como soñando con Colorado.
-¿Colorado?
-Sí. [....]
-¿Soñando despierto, es eso lo que quieres decir?
-Sí. Estaba aquí, como ahora. Mirando por aquella ventana. [....] Estaba simplemente de pie, justo ahí. Mirando la nieve.
-¿Nieve? ¿Estaba nevando entonces?
-No. En Colorado. Veía caer la nieve de Colorado. [....] Muy suavemente. Todo estaba en silencio. Realmente tranquilo.[....]
-¿Te viste a ti mismo allí fuera, en la nieve? ¿En Colorado?
-Sí. Estaba ahí. Bueno, estaba aquí pero estaba allí. Y no sé cómo llegué hasta allí exactamente. Un poco como si hubiera deseado estar allí, supongo. Había estado pensándolo durante mucho tiempo.
-¿En Colorado?
-Sí. Estaba allí. Y veía la cabaña entre la nieve que caía. Con una luz dorada en la ventana y humo saliendo por la chimenea. ¿Sabe? La leña apilada en el porche. Pero faltaba algo.
-¿Qué?
-Aquella chica.

(De "Viviendo según el cartel)



El gran sueño del paraíso (2004) se compone de dieciocho relatos breves en los que predominan los finales abiertos. Dos de ellos son diálogos puros. No hay que ser ningún crack para darse cuenta de que Shepard es un gran escritor de diálogos. Por su labor como dramaturgo ha sido señalado como el sucesor de Tennessee Williams. Algunos relatos:

"El ojo parpadeante". Camino del funeral, una mujer atraviesa EE.UU. en coche, acompañada por la urna con las cenizas de su madre, a las que habla durante la ruta, hasta que se da cuenta de que el vehículo ha impactado contra algo.

"Una pregunta injusta". El anfitrión de una fiesta entabla conversación con una mujer. Sin saber cómo, acaban en el sótano hablando de armas. Mientras, oyen los ecos de la fiesta. Entonces ella le hace una pregunta injusta, una pregunta muy injusta. Él tiene un arma en las manos...

"El perseverante". Un hombre lleva una semana encerrado en su habitación, aislado de sus hijos y de su mujer. Ella ha hablado con un amigo para que trate de que entre en razón, para que se convenza de que tiene que volver con ellos.

"Los intereses de la compañía". Una mujer trabaja sola en una gasolinera. Su jefe la ha avisado de que si se van tres sin pagar está despedida. Son las cuatro de la mañana cuando entran dos tipos corpulentos. "Llevaban la palabra sospechoso escrita en la cara".

"La puerta hacia las mujeres". Mientras el niño le corta las uñas, su abuelo trata de orientarlo en la dirección hacia el sexo femenino.

"Coalinga a medio camino". Él se ha marchado para no volver. Pero la llama por teléfono desde una cabina de Coalinga. Ella propone que cada uno coja el coche. Así se encontrarán a medio camino y podrán hablar. ¿Es mucho pedir, después de quince años?


El libro comienza y termina con sendas alusiones cinematográficas. Así empieza: "E. V. lo dejaba siempre muy claro: él no susurraba a los caballos ni por asomo, los curaba".

Estos relatos narran pequeños acontecimientos, desviaciones de lo cotidiano, tomas de decisión en las vidas de gente corriente. Algunas historias son de ambiente rural, y la relación padre-hijo está muy presente.
Polifacético como Boris Vian, más dedicado a otros asuntos, se podría decir que estos relatos son como los poemas que se le cayeron de las manos a Luis de León mientras estaba centrado en cuestiones teológicas, y tienen el valor, como decía Álvaro Pombo refiriéndose a otra cosa, de la literatura escrita de reojo, como una actividad quizá secundaria pero por eso mismo muy necesaria.
Se trata de una escritura sin artificios ni trucos inesperados, lejos de toda ornamentación, despojada, de un laconismo que tal vez recuerde a Rulfo, a quien Shepard cita en Cruzando el paraíso. También Chejov está aquí presente (y, por supuesto, Cheever y Carver). Desde ese libro a éste, parece que Shepard haya depurado su estilo. Rehuye todo lo que huele a accesorio, sin mayor pretensión que la de contar una historia. Los relatos de Sam Shepard fluyen con una naturalidad desbordante. Como si respirasen.

Carretera en Utah

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