"Se les dice a los amigos, cuando van lejos, que escriban alguna que otra carta. Una postal, al menos. Todos prometen que lo harán, sin embargo el buzón permanecerá probablemente vacío. Pero no siempre es imprescindible estar de viaje para escribir alguna carta. Es incluso recomendable escribir cartas sin haber salido de la ciudad. Escribirlas, por ejemplo, a la mujer que comparte con nosotros la vida. Por la mañana, temprano, antes de salir de casa, pueden escribirse en una cuartilla las frases y palabras que no pudimos, o no quisimos, decir anoche. Sopesadas y escuetas tendrán que reflejar lo que sentimos, los sueños que hemos decidido emprender, los temores, las dudas. Luego, a lo largo del día, estaremos imaginando sin querer su postura al leer esas líneas. El gesto de sus dedos sosteniendo el papel. La mirada repleta de atención y misterio. Y la luz sobre el rostro. Como en el cuadro de la Dama leyendo una carta de Vermeer que el último verano nos asombró en un museo de Ámsterdam. Pero no estaremos seguros de que haya encontrado nuestro sobre. Lo pusimos debajo de su ropa y pudo vestirse sin notarlo. O lo dejamos delante del espejo del baño y ese día se peinó en el pasillo mirándose en el espejo de la entrada. O escogimos ponerlo con imanes en la puerta de la nevera y ella prefirió desayunar en un bar de la plaza. Pensaremos, quizás a mediodía, que ya está contestándonos, que está sentada cerca del balcón, en la pequeña mesa de caoba donde sule ponerse a leer por las tardes. La cabeza inclinada y los labios ligeramente entreabiertos. Su pelo se moverá con el ritmo de la mano que escribe. Levantará la vista a veces para mirar la calle. Jugará con la pluma. Se quedará quieta e inmóvil y doblará la carta. Y dejaremos de imaginar entonces las cosas que tendrían que ocurrir. Miraremos la hora. Será el comienzo de una tarde sin nubes. Volveremos a casa antes que de costumbre y en los escaparates de las tiendas del centro iremos decidiendo un regalo. Comenzará la gente a entrar en las cafeterías, a pararse antes las carteleras de los cines. Sin darnos cuenta habremos llegado a nuestro portal de siempre. Antes de subir cumpliremos el rito de mirar el buzón mientras el ascensor se queda libre. Folletos de grandes almacenes enterrarán algunas cartas de amigos que se fueron y escriben cuando llegan los ruidos de diciembre. Entre esas cartas aparece un sobre cerrado sin remite ni sello. Sólo tu nombre y un pqueño dibujo. Al abrirlo compruebas que no se perdió tu carta. Y lees con demasiada prisa unas frases que son como un susurro. Las relees mientras abres la puerta de tu casa y te encuentras que hay esperándote un beso tan largo como útil. Te enseña que las cartas que vienen de muy cerca son las más necesarias. Las únicas que existen."
Mínimas manías, de José Carlos Rosales (1990).
Genial y sencillamente tierno, Bonita y aguda reflexión. A veces me pregunto por que no hacemos pequeños gestos como este cada día. me ha gustado leerlo y con tu permiso voy a ponerlo en práctica.
ResponderEliminarEn mis años de internado recibir una carta era una gran alegría; hoy tenemos los e-Mail; puaggg Bello texto. Un saludo
ResponderEliminarAlcalali: Bienvenido. Me parece muy bien lo de ponerlo en práctica, me alegro de que te haya gustado. Muy buenas las fotos de tu blog, por cierto. Un saludo.
ResponderEliminarOesido: Bueno, los correos electrónicos también tienen su punto, en mi opinión, aunque claro, es algo virtual y no tienes físicamente la carta entre las manos. Me alegro de que te haya gustado, un saludo.