Fotografía de Pierpaolo Mittica
He
empezado a catalogar, para mis adentros, como Premios Paripé a todos esos
concursos literarios (que generalmente coinciden con los de mayor dotación
económica) en los que no hay tal competencia, sino elección a dedo.
De
un tiempo a esta parte, la gente se viene callando menos (también en los premios de poesía,
cuyos chanchullos denuncian algunos espacios -véase Patrulla de salvación-) y la práctica se ha convertido
en un secreto a voces. Así, los propios editores hablan en términos de “no me
sale rentable darle el premio a Fulano”, y existen autores que declaran que le
han ofrecido tal o cual premio (por encargo, antes incluso de haber puesto el
primer punto y la primera palabra de la novela), pero que lo rechazaron, o bien
dicen no tener claro qué harían si se lo ofreciesen.
No critico, claro está, que estos
premios se concedan. Lo que me parece grave es que se disfracen de concurso,
con todas las connotaciones corruptas que eso acarrea. Quizá no esté de más recordar la dinámica de los más
conocidos. Cada año se publican, antes de emitir el
jurado su veredicto, las cifras de participación. Alto grado de ingenuidad,
piensa uno viendo los números. Luego, para continuar con la farsa, conocemos la
lista de ocho o diez finalistas, y se hacen públicos los seudónimos de los
autores, que garantizan en apariencia la limpieza del certamen.
Finalmente se celebra una gala de entrega con un jurado de reconocidos
escritores que se prestan al paripé de salir en la foto aplaudiendo y sonriendo
y en la que se abre un secretísimo sobre con el nombre del ganador, que
demuestra sus dotes de actor tratando inexorablemente de parecer sorprendido.
La pantomima, siguiendo la
terminología puesta en boga por los políticos emergentes de Podemos, desprende
un palpable tufo a casta (con perdón). Uno, igual evidenciando una visión
demasiado pura del cotarro literario, no sabe qué pensar cuando encuentra,
entre los miembros fotografiados del jurado, a un autor que le interesa y que
creía al margen de todos estos tejemanejes. ¿Se puede ser un escritor serio y
prestarse a este tipo de corruptelas? Una reciente biografía sobre Juan Marsé dejaba claro que, en su caso, no, pero imagino que, desde un punto de vista más
pragmático, resulta una táctica (tan comprensible o tan desesperada como otra
cualquiera) para centrar en su persona los focos, con el fin de iluminar su
obra al gran público, una obra construida de forma honesta, sin concesiones a
un tiránico mercado al que ahora, saliendo en la foto del jurado (no hablo ya
del hecho de aceptar uno de estos premios, que no convierten de antemano a un
libro en un mal libro), al menos momentáneamente, se hace un descarado guiño.
Esto es más grave para la literatura que la piratería, sin más. Buen artículo.
ResponderEliminarUn saludo, Jesús.
Gracias por la lectura atenta, Rafael. Un saludo.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho esta entrada, Jesús. Comparto tu opinión. Ciertamente decepcionado con Marsé...saludos desde Jaén.
ResponderEliminarCreo que me he explicado mal, Ramón. La conducta de Marsé me parece intachable en este sentido: entró un año de jurado en el Planeta, se quejó y al ver que la cosa seguía igual se marchó (si pinchas en el enlace lo podrás leer con pelos y señales). Por lo demás, gracias. Un saludo.
ResponderEliminarMuy bueno
ResponderEliminarMe gustó
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