Amistades que se caen como las
Torres Gemelas. Sin necesidad siquiera de dardos ponzoñosos en forma
de aviones de pasajeros que se incrustan en la zona intercostal,
donde más duele. Se desploman por ambas partes (derrumbamiento en
paralelo).
Amistades que de forma
milagrosa, como la torre de Pisa, se sostienen desafiando gravedades.
Aun con base defectuosa, siempre que los implicados se reencuentran -qué
curioso-, coinciden en engañarse y actúan como si la estructura de
su vínculo luciese en perfectas condiciones, empeñados ambos en
seguir viéndola derecha y deslumbrante, tanto -quizá- como el traje
nuevo del cuento del emperador. Ese ángulo inclinado, principio de
hecatombe, evidencia como es lógico una raíz podrida.
Amistades de la solidez de la
torre Eiffel. Parecen pobres, austeras, todo espinas, como un pescado
roído -la esquena de una dorada-, pero se hallan bien cimentadas,
inmunes a huracanados vaivenes. Irrefutables como un axioma, parecen
destinadas a perdurar.
2016.
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