Qué buen cuerpo dejan las películas de Jonás Trueba. Esta, estrenada el pasado verano, a diferencia de las dos anteriores del director no pude verla en el cine. Como tampoco la tienen en ninguna plataforma online que uno conozca, me informé sobre el lanzamiento en Blu-ray o deuvedé, y vi que salía a la venta el 18 de febrero. La compré ese mismo día en Amazon, con cierto escepticismo pues a pesar de ostentar el distintivo de producto "prime", avisaban de que tardaría en recibirla entre uno y dos meses. Cuarenta días después, me cuentan que se cancela el pedido porque no disponen del producto, que solicité el mismo día de su lanzamiento (tal vez, pienso ahora, debería haber optado por la compra anticipada). Cuento esto porque parece que no es del todo sencillo seguir a Jonás Trueba, del que no suelo perderme una película desde su ópera prima, Todas las canciones hablan de mí (2010). Los ilusos (2013), que para mí es su obra más conseguida, ni siquiera se ha editado -que yo sepa- en deuvedé.
La protagonista de La virgen de agosto (2019) es una joven llamada Eva (nombre edénico) a punto de cumplir 33 años (edad bíblica, en consonancia con el título), que ha sido actriz y ahora atraviesa una etapa de transición -digamos-, que se queda en Madrid cuando todos se marchan, la primera quincena de agosto, con el fin de buscarse un poco a sí misma. En las dos horas de metraje se cruza con viejos amigos, conoce a gente nueva, acude a algún museo, frecuenta alguna verbena, se queda absorta pensando en las musarañas.
La película tiene aire de -buen- cine francés, y sus detractores la tachan -me parece-, con cierta inquina, de producto para pijos urbanitas (aunque a mí me gusta y vivo en un pueblo de menos de dos mil habitantes, no sé si debería sentirme culpable). Diría que La virgen de agosto ofrece de la vida una visión sublimada, despojada de elementos indeseables que la contaminan, y que esto la hace un poco menos verosímil. Lo cual no es óbice para su disfrute, en mi opinión. De hecho, me resulta llamativo que la Academia de Cine acostumbre a olvidarse de Jonás Trueba a la hora de las nominaciones a los Goya (encuentro inexplicable que salvo el primero, sus trabajos sean recurrentemente ignorados).
Itsaso Arana, a la que ya conocimos en La reconquista (2016), vuelve a ofrecer una interpretación convincente, natural y muy a flor de piel, en una película reposada, íntima y diría que vitalista, en la que está muy presente la ciudad de Madrid y la belleza y las ganas de vivir que acompañan a las noches de verano. Arana coescribe en esta ocasión el guión junto a su pareja Jonás Trueba. El director, decía un crítico cuyo nombre no recuerdo, relacionándolo con Godard, ha encontrado a su Anna Karina. La acompañan otros actores habituales en las películas del cineasta, como Vito Sanz, Isabelle Stoffel, Francesco Carril o Mikele Urroz.
Un común denominador del cine de este autor es la música. Suelen tener sus películas como mínimo una actuación, como seña de identidad que comparte con la filmografía de Aki Kaurismäki. Aquí, Soleá Morente; en La reconquista, Rafael Berrio; en Los exiliados románticos, Tulsa; en Los ilusos, El hijo; en Todas las canciones hablan de mí ya no recuerdo, aunque como poco sonaba Franco Battiato.
Una película hermosa, en definitiva. Coincido con los que opinan que es la mejor de Trueba desde Los ilusos. Seguiré atento a sus próximos proyectos.
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