16 mayo 2021

"De vez en cuando, como todo el mundo", de Marcelo Lillo

 


De vez en cuando, como todo el mundo reúne treinta relatos cortos del escritor chileno Marcelo Lillo (1958) publicados por Lumen en 2018. Si atendemos a lo que cuenta el crítico Ignacio Echevarría en el epílogo de este volumen, Marcelo Lillo era un autor desconocido hasta que se presentó a un importante certamen de cuentos chileno, en el que su relato "Hielo", incluido en De vez en cuando, como todo el mundo, resultó triunfador. Lillo tiene a sus espaldas una historia algo novelesca (sin ánimo de dudar de su veracidad) según la cual se compró una Colt 45 con la promesa de pegarse un tiro si en cuatro años no triunfaba en esto de la literatura. El episodio recuerda a otras leyendas similares del mundo literario, como la de John Kennedy Toole, que como ya sabemos se suicidó ante el rechazo unánime a su novela La conjura de los necios, todo un clásico que en su momento nadie parecía querer publicar. Otro caso mencionable acaso sea el del escritor colombiano Andrés Caicedo, que avisó de que a los veinticinco años se suicidaría y así lo hizo.


Marcelo Lillo debutó a los cincuenta años con El fumador y otros relatos (Caballo de Troya, 2008), un libro de cuentos al que siguió, un año después, Gente que baila sola (Mondadori). Casi todos esos cuentos se recopilan en De vez en cuando, como todo el mundo, cuentos reunidos a los que se suman una docena de nuevos textos, hasta un total de treinta. Lillo ha dado a la imprenta también un par de novelas, la segunda de las cuales, Niebla City, parece aludir al pequeño pueblo costero de Chile en el que vive, algo lejos de todo, con su mujer y una perra.


Diría que los cuentos de Lillo son deudores, en gran medida, de la tradición norteamericana, en especial de la obra de Raymond Carver. Cheever o Chéjov son otros de sus referentes, aunque a mí me han llevado a pensar antes en los de Lucia Berlin en su Manual para mujeres de la limpieza. Se trata de historias de extensión media, entre las ocho y las veinticinco páginas, con predominio de los narradores masculinos en primera persona.


Abre el volumen "El fumador", donde un tipo metido en un matrimonio en crisis conoce a alguien, en un bar de carretera, que dice ser escritor itinerante (se autoedita y trata de vender ejemplares aquí y allá). Desde el comienzo se palpa ese llamado realismo sucio propio de Carver. Encontramos algunas afirmaciones demasiado optimistas sobre la lectura, al menos con los índices de lectura que tenemos en España ("en cualquier lugar hay una casa, y donde hay una casa hay un lector", leemos, y por un momento el realismo se convierte en literatura fantástica). 


"La felicidad", el segundo cuento, nos muestra a un matrimonio sin trabajo ni dinero, con frases cortas al estilo minimalista, con esos puntos y seguido que dejan su olor a pólvora en el ambiente. Atmósfera desolada pero compasiva en lo que me ha parecido un gran relato. Le sigue "40 Caballos", en el que un adolescente rememora el día en que su padre lo llevó a un combate de boxeo, un episodio que tiene mucho de rito iniciático. El título alude al remoquete de un boxeador, representante de la clase obrera, que trabaja de carnicero (inevitable no acordarse del Rocky de Sylvester Stallone). Otro gran relato. En "Plegaria por Mustafá", al desencanto en otras esferas vitales se suma también el político (la dictadura de Pinochet). Los personajes tienen los bolsillos llenos de fracasos.


"Una puta oración", por su parte, es un relato de aprendizaje de un adolescente con padre ausente (tema recurrente el de la orfandad, la familia monoparental o desestructurada, así como los matrimonios en momentos críticos) que se muda de pueblo cada poco con su madre, una mujer que -según descubre él- se dedica a la prostitución. "El mundo está cambiando" nos habla de los ideales hippies de un personaje femenino un poco calamitoso que se va de casa de joven, a cambiar el mundo como quien dice, y vuelve a los dos años con la firme decisión de recluirse en su cuarto, engullendo todo lo que pilla hasta llegar a los 190 kilos y los sesenta años, como una hikikomori crónica.

 

Otros relatos que me han gustado mucho: "Hielo", "Obscenidad" o "Diente de león", en el que un joven universitario acude a la cárcel, de la que sale su padre tras unos años cumpliendo condena por violación. Pudiera parecer un momento alegre, pero el padre está convencido de que no hay mucha posibilidad de reinserción para alguien que ha cometido un delito como el suyo y, ante la imposibilidad de una segunda oportunidad, trata al menos de hacerse comprender por su hijo. Se trata de un tema arriesgado del que el autor sale airoso, abordándolo sin maniqueísmos.


Poco a poco se hace evidente que en el universo de Lillo son habituales los perdedores ("desde que era niño ya estaba en mí la madera con que se esculpe la derrota", leemos en uno de los relatos) que tratan de desarrollar su vida con la mayor dignidad posible. La búsqueda de la felicidad personal, ese concepto tan definitorio de nuestro tiempo, es otro concepto sobre el que se reflexiona. De hecho, el título del libro está extraído de un diálogo en el que a alguien le preguntan si es feliz y responde que de vez en cuando, como todo el mundo. Por momentos, el narrador se descuelga con alguna frase honda o de una desolada belleza que aquilata la potencia de estas historias, obra de un autor maduro en pleno dominio de su oficio.


Hacía años que tenía pendiente leer a Marcelo Lillo, que aquí da muestra de un mundo coherente y muy definido, de gente de a pie minada por la derrota, que trata de sobrevivir pese a la soledad y los varapalos y que son tratados con una mirada llena de compasión. Son historias con mucha fuerza, que a menudo ponen el foco en momentos clave en la vida de esos personajes. Vidas de los de abajo, por aludir al clásico de Mariano Azuela.


Marcelo Lillo es sin duda un gran escritor de relatos.






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