Desde hace unos años (siete más o menos) me viene
interesando el género del aforismo. Leí con entusiasmo los de Juan Varo, que ya compartí aquí, busqué algunos de Lichtenberg, y conocí que una profesora
de la facultad, la poeta Erika Martínez,
publicó también una colección de aforismos, Lenguaraz
(Pre-Textos, 2011). En 2012 escuché a Benjamín Prado en la radio (El ojo crítico) hablar de un libro que
acababa de publicar con quinientos aforismos, Pura lógica. Tiempo después, por fin lo he leído.
Parece que últimamente, con esto de twitter y las redes sociales en general, más de uno ha sucumbido a la tentación de publicar libros de tuits, de estados de Facebook, etc. (no he leído ninguno, así que ignoro con qué resultados). Los de Benjamín Prado son en general muy breves, casi de la extensión de un tuit, aunque, por lo que he podido entender de los apéndices al libro, parece que unos proceden de fragmentos de otros libros o artículos suyos aislados de contexto, mientras que otros han sido escritos ad hoc para Pura lógica. Usuario activo de la red, el autor ha publicado otra buena cantidad de aforismos en su blog.
Parece que últimamente, con esto de twitter y las redes sociales en general, más de uno ha sucumbido a la tentación de publicar libros de tuits, de estados de Facebook, etc. (no he leído ninguno, así que ignoro con qué resultados). Los de Benjamín Prado son en general muy breves, casi de la extensión de un tuit, aunque, por lo que he podido entender de los apéndices al libro, parece que unos proceden de fragmentos de otros libros o artículos suyos aislados de contexto, mientras que otros han sido escritos ad hoc para Pura lógica. Usuario activo de la red, el autor ha publicado otra buena cantidad de aforismos en su blog.
Algunos de ellos, y ahora me refiero a los contenidos en Pura lógica, reflexionan sobre la
creación artística, sobre la lectura, sobre el capitalismo, sobre el territorio
casi inabarcable de las relaciones humanas en general o dialogan con otras
frases hechas conocidas (“Rectificar no te convierte en sabio”, dice uno de
ellos). Todos ellos, o al menos esa debe de ser la intención, invitan a la
reflexión, constituyen cápsulas de sugerencia que el lector saborea, mastica o vuelve del revés para ver si le cae algo de los bolsillos.
Me gusta la cita final de Montaigne
(“Quienes me contradicen despiertan mi atención, pero nunca mi cólera”), pues
parece una invitación a tomar los aforismos no como algo sagrado sino con lo
que es posible y hasta esperable no estar de acuerdo, disentir. Copio algunos:
“El eco del disparo puede reabrir la herida.”
“Si no juegas con fuego te morirás de frío.”
“Ellos ven desgracias aisladas y nosotros un mundo injusto.”
“Nunca olvides que el odio del envidioso es siempre mejor
que su amistad.”
Y uno un poco más largo (quizá el más largo del libro):
“Odio la nostalgia, ese moho de la memoria, esa oscura
envidia de uno mismo. La nostalgia es el opio de los tristes, es una droga
alucinógena que te hunde a la vez que te alivia, te hace sonreír mientras te
clava en la espalda sus pretéritos perfectos e imperfectos: yo tenía, yo hice,
yo estaba…”
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