Aunque lector asiduo de Enrique Vila-Matas, durante mucho tiempo este libro lo he dejado correr, tal vez con la tácita intención de que, como le ocurre a él con París, Vila-Matas a mí no se me acabara nunca. Leí un libro suyo por primera vez en 2003. El mal de Montano supuso para este que escribe un gran descubrimiento, y desde entonces he continuado leyéndolo hasta completar una docena de sus títulos.
En París no se acaba nunca (2003), el consagrado escritor barcelonés recrea su etapa parisina, en la que, como siempre se recuerda, pasó un tiempo viviendo en una buhardilla como inquilino de Marguerite Duras. Mediaban los años setenta y un joven y moderno Vila-Matas empezaba a querer ser escritor y, se nos cuenta, trataba de orquestar la novela La asesina ilustrada (1977), una novela que, como se repite, nació con el propósito criminal de asesinar a sus lectores.
La habitual arquitectura de citas y referencias literarias -o culturales en general-, jalonadas de fino humor, aparece aquí, por tanto, construida sobre unos cimientos biográficos. A ratos el autor se muestra autocrítico con su figura de escritor en ciernes, y llega a satirizar alguna de sus actitudes pasadas. Se agradece, la verdad, que no caiga en la autocomplacencia. Además, aunque el escenario de la Ciudad de la Luz tiende a lo mítico (en el recuerdo París era una fiesta de Hemingway y el aura de invernadero de artísticas vidas bohemias que posee la capital gala), también desmitifica o al menos se distancia, por momentos, de todo ello, como cuando escribe: "...prueba incontestable de que también en los centros mundiales de la literatura se han oído siempre tonterías". La frase del libro de Hemingway de que en París él fue "muy pobre y muy feliz", la retoma Vila-Matas para decir que allí fue "muy pobre y muy infeliz", aunque por otra parte cuenta que sus padres le iban enviando dinero (qué divertida, al respecto, la carta que intercambia con su padre acerca de este punto).
Me llama la atención que Vila-Matas hable en este libro de La asesina ilustrada (1977) como de su primera incursión en las letras, si tenemos en cuenta que cuatro años antes ya había publicado en Tusquets la novela Mujer en el espejo contemplando el paisaje. De este último título creo que el autor se lamentaba en alguna entrevista, diciendo que se lo impuso la editorial y que a él, en realidad, le hubiera gustado titular su opera prima Un lugar aparte, un título que, para ser sinceros, a mí también me gusta. En 2011, DeBolsillo, que ha reeditado toda la obra del autor, en uno de esos trasvases mastodónticos que a veces se ven en el mundo editorial (es inminente, a propósito, el de Roberto Bolaño de Anagrama a Alfaguara), publicó en un volumen los cuatro primeros libros de Enrique Vila-Matas bajo el título En un lugar solitario, título que también lleva, en esta reedición, la primera novela del autor, publicada en el 73, como decíamos, con el de Mujer en el espejo contemplando el paisaje. Supongo que el hecho de considerar La asesina ilustrada su primer libro, siendo ya el segundo, nos permite intuir, de entrada, que el componente autobiográfico aparece recreado, trufado de electrizante juego intelectual -y hasta de invención-, como por otra parte es habitual en la obra del barcelonés. Ya decía Roland Barthes que toda ficción es autobiográfica y toda autobiografía ficcional.
No hace mucho, en el mes de junio, le dedicaron al autor uno de los programas de la serie Imprescindibles (aquí), que recomiendo si algún interesado todavía no lo ha visto. Comentaba Alberto Olmos, al respecto, sobre lo curioso de que pese a ser considerado uno de los mejores escritores vivos, y muy traducido y apreciado en el extranjero, Vila-Matas nunca haya recibido un premio institucional en España. Pero esto, me parece, igual habría que matizarlo un poco, pues mirando su currículo encontramos que obtuvo el Premio Nacional de la Crítica en 2002 por El mal de Montano y el Premio de la RAE (¡la RAE!) en 2006.
En algunos momentos de la lectura, como suele ocurrirme con el autor, me he reído mucho. El tema de la ironía es otro en el que abunda el libro, que no en vano se presenta como una conferencia sobre la ironía dictada a lo largo de tres días ante un auditorio. Escribe, por ejemplo: "La ironía me parece un potente artefacto para desactivar la realidad".
París no se acaba nunca ha sido capaz de hacerme partícipe, de nuevo, de las sensaciones de los grandes libros de Vila-Matas.
Por momentos pienso -perdonadme- que a veces se le puede escuchar a este señor, en las entrevistas, alguna pedantería que tienta a la hilaridad, pero claro, nadie nos puede resultar genial todo el tiempo. Lo cierto es que uno queda muy agradecido a su literatura y da en pensar que ha habilitado un espacio de libertad de lo más oxigenante en las letras patrias. Si no existiera, como se suele decir, a Vila-Matas habría que inventarlo. Sus libros, además, llevan a otros libros, a otras voces, y tiene este hombre el mérito de habernos acercado a algunos a la obra de Robert Walser, Witold Gombrowicz, Robert Musil, etc. Excéntrico y genial, con casi setenta años nos sigue haciendo viejos a muchos jóvenes. Así que larga vida a Enrique Vila-Matas.
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