"Si hubiese tenido una semana más, el viejo artesano habría
podido realizar un trabajo perfecto. Pero, por desgracia, los plazos de entrega
eran inflexibles. Los dos matones, uno grande que se entretenía en hacer crujir
sus nudillos, y su compañero fibroso y ratonil, pero con aquel brillo siniestro
que le iba resbalando de la mirada, lo habían dejado muy claro.
-Pero es imposible tenerlo en una semana, es un trabajo muy
complicado -protestaba el artesano.
-No nos cuentes tus penas, viejo, limítate a tenerlo el
lunes y ya está.
-Pero yo no puedo responsabilizarme del resultado, yo…
-Que te calles.
El artesano bajó la cabeza, las manos repentinamente viejas
y frágiles, temblándole a medias de rabia y de miedo. Recordó historias que
otros artesanos le habían contado, entre susurros y mirando nerviosamente por
encima del hombro. Historias que incluían dedos cuidadosamente rotos, palizas
minuciosamente programadas, suicidios que la familia no era capaz de
explicarse. Asintió con tristeza y ellos se fueron silbando, dejándole con todo
aquel trabajo por terminar.
-Prefieren que esté hecho a tiempo a que esté bien hecho -se
dijo el artesano en voz baja.
No le quedaba más remedio que terminarlo, como fuera, a
trompicones.
Trabajó esa noche y también la noche siguiente, aunque
estaba agotado y apenas sabía qué estaba haciendo. Con un esfuerzo sobrehumano,
milagrosamente, lo tuvo listo en sólo seis días.
Y el séptimo descansó."
José Antonio Palomares Blázquez (Segundo premio del I Certamen de Microrrelato Joven "Ciudad de Algeciras").
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