Se conoce que hay gamers
que también pisan las bibliotecas e incluso fagocitan libros,
obligando a matizar la idea preconcebida de que los videojuegos y la
lectura casi parecen dos categorías inmiscibles. La impronta del
Rubius, el youtuber
patrio más mainstream,
se advierte de forma recurrente. Le muestro la sección de cómics a
un niño que la desconocía y al que parecen entusiasmarle. Le pongo
uno ante los ojos y me parece oír que susurra: What?
Al
principio dudo, pues me pilla desprevenido, pero pronto concluyo de
forma inequívoca que ha debido de encontrar mucho swag
en
la portada del tebeo. El papel, a decir verdad, anda ya algo
amarillento, así que celebro que no los desprecie por vintage.
Tomo otro del estante y también atrapa su atención, como demuestra
un LOL!
exclamativo pero casi inaudible, respetuoso con el mutismo imperante
en ese momento en la sala. Ahí paro: tampoco es plan de spamear.
Comentaba
un señor de setentaicinco al devolver un libro: estas novelitas del
oeste me enzalaman. Este usuario, en cambio, con un poco de suerte,
al entregar el que acaba de tomar en préstamo comentará que ese cómic le produce mucho hype. Me despido de él pero no me devuelve ese mínimo
gesto de cortesía y echa a andar muy serio hasta la puerta. Desde
allí, a cinco o seis metros de mi mostrador, cuando hace rato que
uno pasó página y se halla tejuelando un volumen muy hardcore
de Kant, lanza el niño un ¡adiós!
bastante efusivo desde el otro lado del umbral. La primera vez en que
así procedió llegué a pensar que me trolleaba,
pero con el tiempo no he podido sino aceptar que tiene esa costumbre
de despedirse una vez cruza la puerta.
Otro
día, se sienta junto a los ordenadores para un trabajo del colegio.
Anda, por su corta edad, todavía aprendiendo a manejar el programa
informático, y agradece de forma muy educada mis orientaciones. Al
terminar, me informa de que me ha mencionado en los agradecimientos
de su trabajo de clase. Cuando, noticiándole cómo debe proceder
para guardar el archivo en su memoria USB,
le pido que lo titule, no duda en bautizarlo como trabajo
de lengua épico.
Uno, que nació en los ochenta y es un poco basic,
piensa en un primer momento en Aquiles, Beowulf y el Cid Campeador,
pero lo de épico,
concluyo poco después, no tiene que ver con epopeya alguna.
-Trabajo
de lengua épico -repite ante mi gesto interrogante-. Es que todo lo
que yo hago es épico -aclara.
No
se negará el efecto benéfico de los influencers
de YouTube en la autoestima de la chavalería.
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