19 junio 2012

El loro de Flaubert




Allá por los años ochenta, el inglés Julian Barnes se acercó en uno de sus libros más exitosos a la figura de Gustave Flaubert, demostrando que una obra en torno a cuestiones críticas acerca de un escritor decimonónico podía resultar entretenida e incluso divertida.

Lo hizo a través de Geoffrey Braithwaite, un médico inglés sobre cuya vida tendremos conocimiento conforme nos acerquemos al final de la novela, pero que durante la mayor parte del libro permanece en un discreto segundo plano, cediendo el protagonismo al autor de Madame Bovary. Con un desenfado que no impide el rigor de sus consideraciones, Braithwaite nos acerca a Flaubert dando notables muestras de perspicacia y mordacidad. Desenmascara los tópicos que han ido surgiendo alrededor del escritor galo, nos alerta de los posibles vicios en los que caen en sus análisis los críticos (a los que abiertamente dice odiar), ofrece datos biográficos, informa de la visión de Flaubert acerca de la democracia, la burguesía o la humanidad en general y nos habla, entre otras cosas, de la relación del escritor galo con Louise Colet, a la que se da voz en uno de los capítulos del libro. Tampoco podía faltar, cómo no, la historia del loro que Flaubert tuvo sobre su mesa mientras escribía Un coeur simple, loro que se puede encontrar disecado en Rouen, donde dos museos diferentes lo exponen (cada cual, por supuesto, como si fuese el verdadero).

Parece que Flaubert pidió antes de morir que no se interesasen por su persona, por las circunstancias que rodeaban a su vida. Pero claro, ahí están los críticos, que no contentos con los libros, indagan en la biografía del autor, cotillean su correspondencia… E incluso escriben libros como este, para regocijo de los lectores que gustan de las curiosidades en torno a la figura de los grandes genios. El loro de Flaubert es un híbrido de ensayo, novela o biografía, con numerosas citas del escritor y una ironía que atraviesa todo el libro. A algunos se le puede atragantar un poco, pero para mí es un libro que no tiene desperdicio.

17 junio 2012

La isla




Las relaciones entre un padre y un hijo son tema recurrente en las letras universales. No son pocos los autores, contemporáneos o no, que han centrado su mirada en el tema. La isla, del italiano de origen judío Giani Stuparich, es otro de esos ejemplos.

Nos encontramos con un padre que, en el ocaso de sus días, siente la “necesidad sentimental” de pasar un tiempo, quizá por última vez, en su isla natal. Le ha sido diagnosticado un tumor y es consciente de que su tiempo se agota, así que pide a su hijo que abandone la montaña y lo acompañe en este regreso al encuentro con su pasado. Stuparich intenta comunicar esa tristeza melancólica de una vida que termina, de alguien que sabe que no le queda mucho tiempo por vivir. Entre chapuzones, tardes tranquilas de pesca y alguna conversación sobre nada en particular, porque la mera compañía del hijo ya lo significa todo, transmite cierta emoción por las cosas sencillas, la conciencia de la fugacidad de la vida.

Una breve lectura pausada en la que asistimos a estos días finales de un anciano a la búsqueda de sí mismo en un lugar propicio para el recuerdo. La novela creo que no me ha dejado un gran poso, pero comparto aquí mi lectura por si a alguien le interesa. A los de Babelia les encantó. Y a Vila-Matas.

Entradas relacionadas:
-Tiempo de vida, de Marcos Giralt Torrente.

12 junio 2012

José González - In our nature



Título del álbum: In Our Nature
Autor: José González
Año: 2007
País: Suecia
Género: Indie / Folk
Títulos del álbum: 01 How low, 02 Down the line, 03 Killing for love, 04 In our nature, 05 Teardrop, 06 Abram, 07 Time to send someone away, 08 The nest, 09 Fold, 10 Cycling trivialities.
Duración: unos 33 minutos.







09 junio 2012

Un hombre pasa con un pan al hombro...




Un hombre pasa con un pan al hombro
¿Voy a escribir, después, sobre mi doble?

Otro se sienta, ráscase, extrae un piojo de su axila, mátalo
¿Con qué valor hablar del psicoanálisis?

Otro ha entrado a mi pecho con un palo en la mano
¿Hablar luego de Sócrates al médico?

Un cojo pasa dando el brazo a un niño
¿Voy, después, a leer a André Bretón?

Otro tiembla de frío, tose, escupe sangre
¿Cabrá aludir jamás al Yo profundo?

Otro busca en el fango huesos, cáscaras
¿Cómo escribir, después, del infinito?

Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza
¿Innovar, luego, el tropo y la metáfora?

Un comerciante roba un gramo en el peso a un cliente
¿Hablar, después, de cuarta dimensión?

Un banquero falsea su balance
¿Con qué cara llorar en el teatro?

Un paria duerme con el pie a la espalda
¿Hablar, después, a nadie de Picasso?

Alguien va en un entierro sollozando
¿Cómo luego ingresar a la Academia?

Alguien limpia un fusil en su cocina
¿Con qué valor hablar del más allá?

Alguien pasa contando con sus dedos
¿Cómo hablar del no-yó sin dar un grito?

César Vallejo (1892-1938).

04 junio 2012

La velocidad de las cosas




"Había una vez un hombre que vivía cinco minutos en el futuro.

Cinco minutos y nada más que cinco minutos adelantado en relación al resto de los vientos y de los amaneceres, de las personas y de los animales de este planeta.

No es que semejante don le sirviera demasiado. No podía, por ejemplo, ganar fortunas en las carreras de caballos ni en la lotería. Tampoco hacerse rico iluminando profecías importantes. Cinco minutos era muy poco tiempo.

Apenas lo suficiente para saber que en cinco minutos iba a empezar a llover; que su insoportable primo golpearía a la puerta y el tiempo justo para apagar todas las luces; que el asesino era éste y no aquél en esa novela policial o en esa película; que ella iba a llamar por teléfono para regalarle o mentirle aquello que esperaba desde hacía mucho más que cinco minutos.

Contar cinco veces hasta sesenta. Contar hasta trescientos. Contar despacio como si se contaran postes de electricidad en el camino, autos, latidos del corazón, golpes.

El día en que el hombre que vivía cinco minutos en el futuro salió a la calle gritando que el mundo había llegado a su fin nadie le creyó, claro; pero tampoco tuvieron demasiado tiempo para reírse del hombre que vivía cinco minutos en el futuro."


"Mi madre siempre me aseguró que había dos formas de amarse: el amor de aquellos que se tomaban de la mano y emprendían el duro ascenso de una montaña, o el amor de aquellos que se tomaban de la mano y se arrojaban montaña abajo. Cuando yo le preguntaba si no existía alguna otra posibilidad, mi madre me obsequiaba una sonrisa triste de pastillas y balbuceaba un "Claro que sí: hacer volar la montaña por los aires con una buena carga de trotyl y que todo se vaya a la reverendísima mierda"."

Rodrigo Fresán, La velocidad de las cosas (Mondadori, 2002).

29 mayo 2012

Olive Kitteridge




Publicada en 2008, Olive Kitteridge obtuvo el Premio Pulitzer de novela. Puede que el nombre de su autora, Elizabeth Strout, no os suene ni vagamente, pero resulta que El Aleph ya había publicado en España su libro anterior. Bendito olfato: Olive Kitteridge ha vendido, según reza la solapa del libro, un millón de ejemplares en inglés y será -o ha sido ya- traducida a tropecientos idiomas. Y aquí uno que se alegra, porque en mi opinión se trata de literatura de calidad.

El libro está compuesto por trece capítulos que funcionan a modo de relatos breves, como historias independientes con el denominador común de estar todas ellas ambientadas en el entorno del personaje de Olive, que en mayor o menor grado está presente en todos los capítulos. Olive es una profesora de matemáticas de un pequeño pueblo costero de Maine, en el noreste de Estados Unidos. No es ni una persona ejemplar, intachable, ni tampoco un monumento a la incorrección. Simplemente, una persona normal, esposa y madre de un hijo, con sus aciertos y sus torpezas. Es grandota, calza un cuarenta y tres y tiene carácter. Tiene sus defectos, como todos. La acompañan un elenco de personajes que, como ella, son gente sencilla.

Se diría que la novela constituye un retrato de las luces y sombras de la clase media norteamericana, una aguda disección de los entresijos de la psicología familiar. Pero todo esto quizá sea sólo palabrería de mal reseñista. La mirada de Elizabeth Strout resulta veraz y nada complaciente, y el resultado acaba siendo en muchos momentos conmovedor, lleno de matices y de complejidad. Nunca sé muy bien cómo explicar estas cosas con palabras, pero me ha llegado esta novela. Ha sido un disfrute.

24 mayo 2012

Sigur Rós - Valtari


Título del álbum: Valtari
Autores: Sigur Rós
Año: 2012
País: Islandia
Género: Post-rock / Ambient
Títulos del álbum: 01 Ég Anda (Respiro), 02 Ekki Múkk (Sin gaviota), 03 Varúd (Precaución), 04 Rembihnútur, 05 Daudalogn (Muerte de la calma), 06 Vardeldur, 07 Valtari (Aplanadora), 08 Fjögur Píanó (Cuatro pianos).
Duración: unos 54 minutos.







21 mayo 2012

La Calera



Si Michel Hazanavicius mencionó a tres personas al recibir el Oscar (Billy Wilder, Billy Wilder y Billy Wilder), el protagonista de este libro considera importantes en la vida también tres cosas por encima de todo: el estudio, el estudio y el estudio. Así que, para poder dedicarse plenamente a ese estudio, se encierra en La Calera, un edificio solitario pensado para conseguir un aislamiento casi perfecto: “un presidio de trabajo voluntario”, en palabras de Konrad, al que no llegan ruidos de vecinos y donde, si gritásemos, a nadie llegaría nuestra voz. 

Obsesionado con su labor, un trabajo al parecer importantísimo sobre el oído, Konrad ve en todo una conspiración contra el trabajo intelectual que realiza y al que se dedica con obstinación durante años. Sin embargo, aunque el estudio dice tenerlo al completo en su cabeza, parece que nunca consiga trasladarlo al papel. “Las palabras echan a perder lo que se piensa y, aunque todavía se está contento con poder llevar al papel algo echado a perder y algo ridículo, la memoria pierde aun eso echado a perder y eso ridículo”. “Las palabras están hechas para rebajar el pensamiento”. 

Bernhard nos vuelve a mostrar otro personaje solitario y misántropo, intratable casi, en la frontera entre la lucidez y la locura. La mala relación con su mujer inválida, única persona con la que convive en La Calera, nos muestra su frialdad de corazón y nos hace prever su fracaso. Las críticas a la educación recibida, al parecer otro de los temas recurrentes en la obra de Bernhard, vuelven a aparecer en La Calera (1970), novela en la que encontramos de nuevo el estilo asfixiante, machacón, obsesivo y vehemente marca de la casa.

Los que aún no conozcan a Bernhard pueden leer esta estupenda entrada en la que Víctor Balcells recrea muy bien el estilo del austríaco.

Otros libros de Thomas Bernhard en El cuaderno rojo:

14 mayo 2012

Boxeo sobre hielo




“Eso es lo bueno del boxeo, me dijo Basil mientras me limpiaba con una toalla. Los rivales siempre vienen de uno en uno. No sucede lo mismo en la vida.”

Boxeo sobre hielo es la opera prima en cuanto a narrativa se refiere de Mario Cuenca Sandoval, un joven escritor barcelonés residente en Córdoba. Es licenciado en Filosofía y eso se nota -para bien- en su novela. También ha publicado algunos libros de poemas en editoriales como Renacimiento o Visor. Como podréis suponer, esto también es perceptible en su libro, que mereció el Premio Andalucía Joven de Narrativa en 2006. La novela está estructurada en capítulos muy breves, pequeños fragmentos que le permiten cambiar de asunto en cualquier momento, por lo que es difícil que la lectura se haga pesada. El libro me ha resultado interesante. Mario Cuenca escribe bien, por lo que da gusto leerle cuente lo que cuente, y su novela entretiene, hace reflexionar e informa de historias que entrelaza con la trama principal, que se centra en la vida de un campeón de boxeo, el loco Larretxi. El narrador es el hijo que tiene con Margot, de quien se separa tras una relación algo turbulenta. La novela está ambientada a finales de los sesenta y principios de los setenta, y en ella encontramos múltiples referencias literarias (a Barthes, Bukowski, Poe, Shakespeare, Conrad, Kafka, César Aira). Dejo algún otro fragmento:

“La música puede obligarte a la melancolía sin objeto, pero no puede ser cruel, no puede, como la palabra, hacerte ver que tu vida ha sido en vano, no puede decirte ¡rectifica!, no puede reprocharte, no puede moverte al desprecio. De otro modo: no representa las energías genuinamente humanas y naturales: el odio, la malevolencia y el arrepentimiento.”

“¿Cuánto podemos ascender sin perder nuestra identidad, sin dejarla a nuestros pies como una piel antigua?”