
Así como hay libros que pasan desapercibidos en el momento en que se publican y cobran valor tiempo después de la muerte de su autor, otros en cambio se convierten al instante en superventas y perviven como clásicos durante siglos. Este último es el caso, por poner un ejemplo, del Quijote, y también de Las desventuras del joven Werther. Goethe escribió el libro a los veinticinco años y desde entonces siempre sería “el autor del Werther”. No eran pocos los que únicamente habían leído ese libro del alemán, la ropa que vestía el personaje se puso de moda en la época y hubo lectores jóvenes, tristes enamorados, que se quitaron la vida imitando al personaje. Sea como fuere, el suicidio se convertiría en uno de los temas predilectos de los autores románticos, y aquí entran también los españoles (ahí tenemos el caso de Don Álvaro o la fuerza del sino). Al parecer, el libro de Goethe llegó al punto de ser prohibido porque se decía que fomentaba el suicidio.
El argumento del libro es más bien sencillo. Werther es un joven sensible y apasionado que se queda prendado de Lotte, que está comprometida con Albert. Antes de presentársela a Werther, le explican que ella va a casarse, que mucho cuidado con enamorarse de ella, pero él es verla y caer rendido. Al parecer el libro tiene cierto componente autobiográfico. Goethe conoció en un baile a una tal Charlotte Buff y a su prometido, y se enamoró al instante de ella. Se hicieron amigos, pero la relación no pudo prosperar. Hay varios paralelismos entre Goethe y Werther (sus fechas de cumpleaños, por ejemplo, coinciden).
El caso es que el joven Werther se hace amigo de Lotte, va a su casa, se cartea con ella, la pinta en un retrato… Deben ser cosas de eso que llaman EL AMOR: si un día no puede verla, manda al criado para tener cerca a alguien que ese día haya estado con ella, alguien en quien se hayan posado sus ojos, como si eso le trajese parte de su luz. Y cuando recibe una carta, se la lleva a los labios, ya que ha sido tocada por ELLA. Pero en el fondo sabe que no será para él. No puede hacerse ilusiones. Y sin embargo se las hace. De la ilusión también se vive, dicen. Pero de la ilusión también se muere.
Hay un momento interesante en el que una conversación entre Werther y Albert anticipa el final trágico del libro. Werther se pone la pistola en la frente y Albert reconoce que le repugna que alguien pueda llegar a tal grado de locura como para pegarse un tiro: “El hombre que se deja arrastrar por las pasiones”, dice, “pierde totalmente el uso de la razón y debe ser considerado como un borracho, como un demente”.
La novela tiene forma epistolar, imitando a otras obras de la época. Está formada por las cartas que Werther le escribe a un amigo. Sólo hacia el final observamos a Werther desde una perspectiva externa, cuando el editor nos cuenta la etapa final de su vida, pero aun entonces se siguen insertando algunas cartas del protagonista. La prosa se caracteriza por su sencillez y claridad. Al ir dirigidas a un amigo, no están escritas en un estilo frío, sino vivo, cercano. Werther transmite una ilusión tan emocionada por cosas tan simples como el sentimiento que le produce el amanecer, el rocío en las hojas, que es triste saber cómo acabará.
Un clásico al que nunca está de más acercarse.